Cómo ver Portugal con los ojos de los escritores que tanto amaron su país
TURISMO CULTURAL
La literatura permite imbuirse en un viaje donde resuenan viejas leyendas, 'Os Lusíadas', y los muchos Pessoas
Viaje al Portugal de Saramago: la geografía revisada de un Nobel
![Biblioteca Joanina en la Universidad de Coímbra](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/25/BibliotecaJoaninaCoimbra-RFiNc01QzyL8QMSrILUWqJM-1200x840@abc.jpg)
Portugal, no se engañe, es como se imaginan usted y el arriba firmante, aunque Portugal puede 'enfrentarse' a través de la literatura, que es la mejor forma de poner entre el lugar y el viajero, la realidad subjetiva de la latitud que se pisa.
Al viajero que escribe, que llega a Lisboa, le vienen a las mientes fados que andaban perdidos en el zaguán, le sorprende el Tajo hecho un mar en la maniobra de aterrizaje. También que un vuelo gallináceo se haya elevado por encima de nubes ya atlánticas en esta Iberia vieja. En Lisboa, que en principio sólo recorrerá del aeropuerto a las afueras en este primer contacto lisboeta, apenas ve los franquiciados de los pastelitos de Belem en el aeropuerto.
Todavía con la mirada española se asusta/no se asusta del tráfico portugués, aunque las autopistas Brisa dejan pronto los extrarradios y ve verde. Paulatinamente, el copiloto miope que es uno, como Cela, va dejando atrás crispaciones hispanas y se va haciendo con un paisaje que tiene algo de Asturias con luz de Almería. En el coche, algo de fado 'new age', que no le molesta pero le resulta pastiche, la ruptura del tiempo presente sobre el país hermano. Pensamientos sobre Felipe II, Amalia Rodrígues o Pessoa en la autovía que en algo más de una hora le deja en Óbidos.
Todo en Óbidos es cultura
Y en Óbidos, la paz de un pueblo volcado a los libros, como todo Portugal. La Iglesia de San Pedro da las campanadas, y hay que tomar con pausa una 'jenginha' (licor que sirven en un bombón por entonarse en lo calórico). Una fuente que fue lavadero completa lo bucólico de la escena de esta localidad añosa donde tan bien, frente a lo que dijo Saramago, late el alma lusa: el autor quería un «Óbidos menos florido», pero es lo que es.
![Perfil de la localidad de Óbidos, con sus iglesias y su muralla, al atardecer](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/25/Obidos1-U53202665320ZjM-624x385@abc.jpg)
Uno es turista sin quererlo en Óbidos: cuando ha visto ese lavadero y se ha hospedado en un hotel donde en el dormitorio, rodeado de libros, encuentra una traducción al portugués de Ortega que usa como bálsamo para dormir.
Óbidos, afectada por aquel terremoto de Lisboa que forjó todo un carácter y un pueblo «fielmente resucitado» según Ramalho Ortigão, acuna a quien la visita con aquellas otras palabras del escritor local Joaquim Silveira Botello para las que no hace falta traducción, como en tantas cosas en este 'tour' vital: «Óbidos asiste triste e resignado ao rolar dos séculos, espreitando, con olhar merencórico, o mar distante que otrora lhe beijava os pés».
Óbidos es calma, cita de varios festivales literarios. Mercado de abastos convertido en librería y en los espacios diáfanos, un museo de Arte Contemporáneo. Una ciudad dedicada al libro donde, antaño, algún rey concibió la villa como un regalo de bodas. Todo en Óbidos es cultura, porque existe un Portugal culto que se abre al visitante al que a cada piedra le pone un verso. La calle principal, dedicada a un turismo de nivel elevado y pensante, a lo mejor vende una estampita de Fátima, pero también de los atardeceres de la ciudad, que se acaban clavando como un patrimonio. Aunque lo más patrimonial es que la villa forma parte de la red de localidades creativas que establece la Unesco.
Es una razón para entrar, por fijar el tiro, en una antigua iglesia (la de Santiago) que es una librería. O pasear por las almenas, divisar su acueducto y tener la sensación de, en verdad, estar demasiado cerca, en la misma Península, de un paraíso.
Frente a otras localidades en decadencia, Óbidos, y como ya se ha dicho, tras el Terremoto de Lisboa se levantó y anduvo hasta ser lo que es hoy. Una joya a hora y pico del tráfago lisboeta. En Óbidos, Rosa nos despide, nos cuenta viejas historias de su marido ya ido, y casi deja entrar a una verdadera casa portuguesa. Se despide con el 'Lisboa não sejas francesa' de la Rodrígues, que como el Guadiana aparecerá y desaparecerá: en la radio o en una añada de vino de Porto. Su hijo completa el cuadro, y el viajero ya ha captado el primer detalle del tipismo.
Más adelante, un padrón de Luís de Camões (una suerte de cruceiro) recuerda que Óbidos figura en ese gran poema épico portugués que es 'Os Lusíadas'. De fondo suena 'La flor de la canela', y el pueblo, aun en jueves, parece andar de fiesta mayor.
El oporto y el país
De Óbidos hay que poner rumbo a Caldas da Rainha Leonor, un corto viaje. Caldas no es monumental, acaso lo sea el balneario, sulfuroso.
No obstante, en la decadencia de estar en la ruta entre Lisboa y el norte, conserva ese concepto añejo de casas de comida. Casa Antero, por ejemplo, que homenajea a Antero de Quental. Que si en Portugal se venera el libro, se hace lo propio con una buena mesa, reflejo de una nación feraz.
Y el país parece recorrerse, en la gastronomía de a diario, al revés de los reveses. En el sur copas alegres de melancólico porto, en el norte vino del Alentejo, y en el centro, de nuevo, el oporto, que es vigor y sangre de toro, sol y pizarra embotelladas. Una experiencia que no se puede extrapolar del terruño por respeto a Baco.
Las vías de Portugal son rápidas. En casi una siesta de copiloto van pasando los montes quemados por los pavorosos incendios de infausto recuerdo. Los carteles indican Fátima, su milagro y sus pastorcillos, y se piensa en el milagro, que este país es bien dado a apariciones marianas y otras señales de lo divino.
![Pórtigo neogótico en la Quinta das Lágrimas en Coímbra](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/25/FuenteLagrimas-Coimbra-U66622237488PEv-624x385@abc.jpg)
Coímbra, el carácter universitario
Así, con la frondosidad del Atlántico cercano y escondido, se arriba a Coímbra, una de las capitales históricas que fueron del país y donde se reúne la esencia patria, el carácter universitario, y el pasado, en fin, de esta Iberia nuestra.
Hay un refrán que en una nación de distancias íntimas que diría Manolo Alcántara, resume muy bien sus tres focos: «Lisboa se divierte, Coímbra estudia, Braga reza y Oporto trabaja». Aunque como en todas las frases, incluso en Portugal, ésta va a beneficio de parte.
En Coímbra, madre académica de la nación, se oye con sordina un orgullo indisimulado. Es el de las aguas del Mondego, el único río enteramente portugués que guarda historias y coplas de enamoramientos fugaces entre estudiantes y lavanderas. Coímbra, aparte de la universidad, es una ciudad de agua; por el Mondego entraban galeones de antaño y en la Quinta das Lágrimas aún se guardan los amores de la española Inés de Castro y Pedro I de Portugal.
Su sitio de citas fueron los amenos jardines bien conocidos por el Duque de Wellington, más una fuente precedida de un pórtico negótico que no desmerece a la propia fuente de los cantares. Dicen que aún brotan las gotas de sangre. Allí mandó Alfonso IV matar a Inés, y unas algas rojas aumentan lo legendario de aquella española que sólo reinó muerta. O en palabras de Camões, «Dos amores de Inês, que año passaram. Vede que fresca fonte rega as flores,/Que lágrimas são a agua e o nome Amores». Entretanto, Coímbra, «reclinada voluptuosamente en su verdeante colina» a decir de Eça de Queiroz, es también, por su ubicación, «el centro espiritual de nuestra patria lusitana», como dejó escrito Miguel Torga.
El epicentro, claro, la Universidad, antaño Palacio Real desde Afonso Henríquez hasta el siglo XVI. Piedras historiadas, y la poco visitada Capilla de San Miguel, donde el Padre Vieira, un Fray Bartolomé de las Casa, pronunció su célebre 'Sermón de los panes y de los peces', en el que se inspira Saramago en las primeras páginas de su viaje a Portugal y que a punto estuvo de llevarle frente a la Inquisición. Manierismo puro, un órgano flotante que es un prodigio técnico, y una balconada donde los Reyes escuchaban misa.
Coímbra es mucho más: su cerveza Praxis, o el propio Eça de Queiroz junto con Antero de Quental en la estación ferroviaria esperando que llegaran los libros de París. En Coímbra está la Biblioteca Joanina, un templo laico a la cultura erigido por Juan V de Portugal. Donde la sabiduría se ensancha, donde los 70.000 volúmenes vienen siendo cuidados por una colonia de murciélagos que protegen de polillas lo que entendemos por Occidente. «Lusos, de la sabiduría se ha construido está fortaleza: los capitanes, los libros; los soldados y las armas, el trabajo» reza el frontispicio.
Coímbra tiene en en ese mismo campus su arquitectura brutalista del llamado 'Estado Novo' que desentona. Aunque Coímbra, a la media tarde, es un laberinto de cuestas donde suena una guitarra portuguesa que acompaña de nuevo a los jardines de Doña Inés.
![Escultura de Pessoa junto al café A Brasileira en Lisboa](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/25/ABrasileiraPessoa-U34808278084lwg-624x385@abc.jpg)
Y Lisboa
Ya queda Lisboa en el plan de viaje, la Lisboa urbana, la del embotellamiento, la que engaña al viajero, al mar y al padre Tajo. La misma de Pessoa que habrá que recorrerse en su casa natal y en el Chiado.
Pessoa es un atractivo, y hasta un ilustrado cabaret inmersivo lo recuerda. Hay una Lisboa nocturna desde el automóvil y hoteles anacrónicos que se llaman Madrid que debiera haber pintado Hopper.
Hay que ver, ya puestos, la cercana Sintra, los montes de Sintra, coronados por su Palacio Real flanqueado de 'quintas' de gusto exquisito o ecléctico que se recorren mejor en un tuk tuk, como el de João, que en un día de niebla explica la tradición, tan lusa, de esperar que entre las nubes aparezca el Rey Don Sebastián, que se fue a hacer la guerra a los moros en 1560. La leyenda , claro, que en Portugal va con lo consuetudinario.
Carlos Tomé, escritor, explica amablemente, mientras huele flores, las particularidades de Sintra, los textos falsos que Ramalho y Eça de Queiroz mandaron a la prensa sobre crímenes apócrifos en la carretera que lleva a Lisboa y que darían para todo un libro. Y un palacete donde Polanski rodó 'La novena puerta' que se ve desde un tuk tuk.
Y por último, por lógico, la Lisboa de Pessoa, su tertulia en A Brasileira, su Chiado con literatura en todos los idiomas de Babel y sus iglesias. Alfama, el Barrio Alto, y luego perderse hasta encontrar algún heterónimo de Pessoa. O ver cómo el Padre Tajo se lleva, se llevó y se llevará la Península y sus versos hacia otras geografías de ese universo de 'saudades': la lusofonía.
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