TECNO EN BERLÍN
Cómo suena y cómo se vive hoy la vibrante noche que nació del anhelo de libertad
Turistas y locales aún llenan los míticos locales donde se convirtió en leyenda este rito sonoro, recientemente reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
El tecno, la banda sonora de la reunificación alemana
![Uno de los eventos del Berliner Festspiele](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2024/07/15/Berliner-Festspiele-Rav26zH6VvjItSBXY3TYAEJ-1200x840@diario_abc.jpg)
El tecno nació negro y en Detroit, con artistas como Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson, en paralelo al desarrollo del house en Chicago y del hiphop en Nueva York. Pero fue a su llegada a Berlín, a finales de los años 80, ... cuando se fusionó con el desbordante anhelo de libertad que generaba el Muro y con el vacío que dejaba el derrumbe de la Unión Soviética, el momento en que eclosionó en una nueva cultura, una forma de vida cuyos años dorados fueron sin duda los 90 y que con retardo ha reconocido este año la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Turistas de todo el mundo siguen visitando los míticos locales de Berlín en los que el tecno ha cobrado carácter de ritual, el rito sonoro que celebra la vibración colectiva al ritmo del bit. Aunque los berlineses de a pie, críticos y corrosivos como siempre, desprecian la etiqueta y recuerdan que el tecno ya era patrimonio cultural reconocido en Zúrich, Suiza, desde 2017. «Se trata de un reconocimiento simbólico y muy valioso», contradice y defiende Ellen Dosch-Roeing, artista y experta en relaciones públicas, «demuestra que vale tanto como otras culturas, que no es simplemente clandestinidad empapada en drogas, sino una cultura valiosa, que hay que preservar, y servirá para que llame la atención fuera de nuestras esferas de influencia».
Su actual pareja, el legendario Dr. Motte, es el DJ, promotor y músico alemán creador de la Love Parade, el evento que lanzó definitivamente el tecno a las masas en Berlín, rápidamente asociado a todo un movimiento pionero, en aquellos tiempos, de liberación sexual. Con la ayuda de su pareja de entonces, la artista multimedia estadounidense Danielle de Picciotto, la registró en 1989 como una «manifestación por la paz, la alegría y las tortitas» y llegó a alcanzar los 800.000 participantes. En aquellas fiestas multitudinarias en torno al Grosser Stern, el tecno vivió momentos de gloria, fue precursor y estandarte, punta de lanza de un siglo XXI que todavía no había visto la luz. Hoy, más que subcultura y transgresión, el tecno es un atractivo turístico, comercializado y absorbido por el sistema, igual que el montañismo de Sajonia, el carnaval renano o la Hermandad de Tejedores de Sal de Halle, que también han pasado este año a formar parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.
El negocio y la cultura
«La comercialización de la cultura tecno viene también de otros lados», responde Dosch-Roeing a las críticas de Christoph Benkesse en la revista Groove. «Está impulsada por los procesos de gentrificación, que crea una presión de comercialización para muchos clubes, que tienen que subir sus precios debido al aumento de costes, o servirse de estrategias comerciales de las que les gustaría prescindir».
Como fundadores de la ONG Rave the Planet, que durante diez años ha promovido el reconocimiento del tecno como patrimonio cultural de la Unesco, Dosch-Roeing y Dr. Motte intentan fijar en el tiempo y en el espacio una realidad cultural que en realidad sigue viajando y transformándose, fusionándose con otras realidades, como la de Ibiza, para dar lugar a su vez a nuevas manifestaciones culturales en constante evolución.
La subcultura de los clubes, de la que sobreviven como reservas indias nombres como Tresor o Berhain, ha sucumbido ante el empuje de los festivales, mientras el tecno ha seguido con independencia de ellos su camino. En TikTok y otras plataformas de redes sociales, los 'influencers' usan el hashtag 'Ravetok' para recrearlo y desde hace años lo han llevado a un renovado auge, con varios miles de millones de visitas. También festivales como Nature One, SonneMondSterne o Fusion atraen cada año a más seguidores.
La música electrónica sigue siendo sinónimo de olvidar, dejarse ir y otros verbos menos decorosos, al tiempo que ejerce una influencia significativa en otros géneros como el rap, donde los elementos de la música electrónica se utilizan cada vez con más frecuencia, como en Domiziana, Ski Aggu o Dennis Dies Das. En constante evolución, se desarrolla hoy en simbiosis creativa con el vídeo, el software y los pequeños clubes, en los que la interacción con el público es mayor y el DJ deja de ser una estrella lejana. Sus tentáculos se extienden a todo tipo de artes con las que se excita y se funde.
Sven Marquardt, el archifamoso portero del Berghain, por ejemplo, acaba de exponer sus fotografías de DJ Salomun, nacido en Bosnia-Herzegovina y crecido en Hamburgo. Después han empezado a trabajar juntos, Marquardt como director creativo del músico. «Gracias a Sven y su fantástico equipo, a los bailarines y, por supuesto, una y otra vez a @larsmurasch, esta noche estoy de vuelta en el escenario de la acción en los Wilhelmstudios de Berlín y ya estoy deseando que llegue», publicó en redes el DJ.
«Al final, es una cuestión generacional. El tecno no es lo mismo que antes porque nosotros tampoco somos los mismos», admite otro imprescindible de la escena berlinesa, Alexander Maier, que lleva 34 años sin dejar de pinchar y ha celebrado su 50º cumpleaños en Romántica, con DJ Sandrino, Sasse y Jochen Junker, a quien cariñosamente llama 'la pandilla'.
Templos actuales
El tecno de 2024 se desarrolla en ciclos de fiestas como 'Maiers Lab', con listas de invitados de diseño y balance de resultados. Además de los imprescindibles Berghain o Kater Blau, por cierto, el fan tecno que llega a Berlín ha de ir haciendo su cruz en una serie de templos actuales de la música electrónica entre los que destacan Aeden, en Kreuzgerg, que junto con Club der Visionaere, Ipse, Birgit & Bier y el Festsaal Kreuzberg forman en la Lohmühleninsel el actual epicentro de la vida nocturna de Berlín, y el Revier Südost en Neukölln, la sala de las seis columnas, en la que los bajos retumban como en una cueva ancestral y en la que se celebran inverosímiles series de fiestas como Herrensauna o Synoid.
Si hubiese una ruta oficial de clubes en la actual escena tecno de Berlín, sería necesario incluir también locales como Zur Klappe, en Kreuzberg, donde al ritmo del DJ residente Assam se recrea y refunda la clandestinidad homosexual de décadas anteriores, o el Sameheads, en Neukölln, al que el público acude con los atuendos más extravagantes. Porque la comercialización de los grandes locales lleva implícita una escenificación. Lo que otrora fue espontánea plataforma de creatividad, hoy es teatralización obligatoria.
![Club Horst, en el distrito de Kreuzberg](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2024/07/15/HorstKrzbrgBerlin-U84220536183FaZ-760x427@diario_abc.jpg)
Código de vestuario
Una de las críticas que soportan actualmente los clubes de Berlín es un código de vestuario contradictorio con el espíritu libertario original de esta subcultura y que atenta contra el libre albedrío del público para dar prioridad al espectáculo. Si no vas lo suficientemente desnudo o lo suficientemente extravagante, no entras.
Hay clubes que intentan alejarse de ese planteamiento, como Trauma Bar und Kino, en Moabit, intencionadamente convertido en un «diálogo auténtico entre los campos del arte contemporáneo, la preformance, y la cultura de club». Otros se esfuerzan por mantener la esencia, como Anomalie Distrikt, en Prenslauer Berg, donde la arquitecta Lena Wimmer y el colectivo Stay Free han preservado la estética industrial y las series de fiestas inciden en la expansión sexual: Disconekt, HEX o GEGEN, además de promociones de sexo como Party Pornceptual.
Distritos de fiesta
Se ha sumado además a la moda de la creación de distritos de fiesta, en los que varios clubes comparten entrada conjunta, en este caso el Abstrakt. Sin olvidar locales pequeños y más exclusivos como Palomabar, con sus grandes ventales al Kotti, o el Laguna, en Neukölln, que rememora los años en los que proliferaban en Berlín las discotecas improvisadas en sótanos o fábricas abandonadas, la auténtica cuna del tecno, donde varios DJ sin nombre dieron inicio a un nuevo culto hoy convertido en religión oficial de la capital alemana.
A diferencia de entonces, cuando los únicos extranjeros en Berlín eran los espías, la ciudad es ahora un mosaico multicultural que se expresa también en el ámbito del tecno, con locales especializados en etnias o corrientes musicales internacionales, como Bulbul Berlín, donde un público específico baila música disco house, tecno, electro y minimal, pero también los últimos ritmos llegados desde Arabia. Bublbul significa en persa ruiseñor. Su pista de baile refleja la enésima evolución del tecno, que regurgitan sociedades en la que la subcultura de la revolución libertaria y sexual de los años 80 y 90 sigue teniendo pleno sentido.
Quizá por eso está justificado decir que los clubes de Berlín no son sólo un museo que exhibe para los turistas ese espíritu en formol de otros tiempos, sino el mismo campo de experimentación que se reinventa una y otra vez y en el que el tecno sigue desarrollandose y explorando nuevas fusiones con elementos contemporáneos, para seguir abanderando con legitimidad el anhelo del que nació y que hizo de esta música una señera del mundo libre.
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