Nápoles
Caos y gloria en una de las ciudades más sorprendentes del Mediterráneo
La capital del sur de Italia se llena de turistas en busca de historia, de calles que parecen un zoco o de su indomable pasión por Maradona

Nápoles es la ciudad de Roberto Saviano. Allí nació en 1979. Y allí no puede volver, al menos públicamente. Es la ciudad de la Camorra, la organización criminal que le persigue desde que publicara 'Gomorra' en 2006. Y esos dos nombres, Saviano y Camorra salen en cualquier conversación entre turistas, mientras participan en un 'free tour' o toman una pizza en Via dei Tribunali. También salen otros, claro. El primero, Maradona, 'el héroe del pueblo', el futbolista que tanto se identificó con Nápoles. Y Dante, la plaza donde quedar para entrar al casco histórico; el Vesubio, el volcán que devoró Pompeya, visible desde cualquier sitio; Spaccanapoli, la calle estrecha que no se llama así, pero a la que todos llaman así, bulliciosa, estrecha, caótica, gloriosa.
Salve
El otoño es una buena época para visitar Nápoles, aún con calor pero no demasiado y con muchos turistas pero sin atascos en la carretera de la cercana Costa Amalfitana. El viaje empieza al salir del aeropuerto con una advertencia: conviene pactar con el taxista la tarifa al centro, 20 ó 25 euros. No hay tren y el autobús, que cuesta 6 euros, no siempre resulta fácil de localizar. «Salve» (hola), saluda nuestro conductor. En el camino, quien no se maree, podrá comprobar varias cosas. Primero: conducir no es fácil, y como lo hacen los napolitanos, casi imposible. Al lado pasa una moto con una pareja y un niño, todos sin casco. Quien tenga pensado alquilar un coche, mejor que lo deje para ir a la costa, el resto puede hacerse a pie, en metro o en tren. Segundo: a la hora de reservar habitación, mejor elegir el centro, entre Vía Toledo, Monteoliveto y Piazza Dante, desde allí todo está a mano. Y tres: comer es barato, pero el alojamiento no lo es tanto.
Nápoles tiene dos zonas imprescindibles. La primera, el casco histórico, comienza en Piazza Dante. Con la vista puesta en la Puerta de Alba (en honor de Don Antonio Álvarez de Toledo, duque de Alba), es un buen lugar para reflexionar sobre el pasado español de la ciudad, a partir de la Corona de Aragón. Por aquí dicen que los napolitanos aman hoy esa relación con España tanto como desprecian el poderoso norte, el centro del poder que sienten que siempre les ha abandonado. En Piazza Dante, donde quedan muchos 'free tour', se suele debatir sobre eso antes de empezar la ruta. El enorme hemiciclo que está frente a la estatua del autor de la 'Divina Comedia' se construyó como homenaje a Carlos III (1738-1760), el rey reformador. A nuestra espalda, Via Toledo y el Barrio Español. De frente, bajo la Puerta de Alba, librerías (muchas en la calle) y restaurantes, y Piazza Bellini, zona universitaria y de vida nocturna. Y, en seguida, Via dei Tribunali.
Via dei Tribunali
En Via dei Tribunali encontraremos alimento para el paladar (pizza y pasta), para el espíritu (la maravillosa y poco conocida catedral) y para la vista. Estas calles estrechas tienen algo de zoco árabe, un lugar donde comer, vivir y mirar. Para saciar el apetito están las pizzerías históricas, como Gino Sorbillo, la pequeña Di Matteo, donde se tomó una famosa foto Bill Clinton, o la Antica Pizzeria del Presidente, una escisión de la segunda, especialista en pizza frita. De todas formas los napolitanos no hacen mucho caso a estas referencias, y menos si hay que hacer una fila enorme. Las comen en muchos sitios, casi todos buenos y baratos. Sin olvidar los cucuruchos de pescado frito, que cuestan unos 7 euros, por ejemplo en Decumano 31, en la paralela Spaccanapoli, o en el Mercado de Pignasecca, cerca de la Via Toledo.
Al lado de Via dei Tribunali, casi escondida en un edificio lateral, está la catedral, mucho menos conocida que las de Florencia o Milán, pero imprescindible en una ciudad donde la fe es tan importante como la superstición. La fe late en las esquelas que anuncian la muerte de un familiar, pegadas en las paredes; en los pequeños altares dedicados a algún santo en esas mismas esquinas, y en las cientos de iglesias que hay aquí, muchas de ellas espectaculares, sobre todo la Chiesa del Gesù Nuovo, en Spaccanapoli, que fue primero palacio, en el siglo XV. Y, claro, el duomo (oficialmente, Catedral Metropolitana de Santa María de la Asunción, aunque el protagonista sea otro santo), con la capilla donde se guarda la sangre de San Genaro, que se licúa (o no) según el año vaya a ser bueno o malo, o la bellísima cripta, en un sótano, con sus reliquias.
En cuanto a la superstición y a uno de sus símbolos, el famoso pimiento de la suerte, el cornicello napolitano, dicen que se remonta al neolítico, cuando ya se ponía en las puertas. Hoy es imposible volver a casa sin unos cuantos para regalar, para colgar en el coche o en el llavero. Nápoles es un pimiento rojo. Y una cara de Pulcinella, personaje enmascarado y socarrón, de nariz prominente, que al tocarla da suerte. Hasta no hace mucho Pulcinella no tenía un lugar en Nápoles, pero ahora su estatua –en un callejón entre Via dei Tribunali y Spaccanapoli– forma parte de un rito inevitable para los visitantes… y para los locales, que ponen una vela a la sangre del santo y otra a la nariz del enmascarado.

Spaccanapoli
Es una calle que no se llama oficialmente así, y que engloba tres tramos, cada uno con su nombre. Se remonta al trazado de la antigua Grecia, cuando esta ciudad era Neapolis. Ahora es el destino de los cruceristas que pasan de puntillas –unas horas– por la ciudad. Algunos van a la iglesia de Gesù Nuovo (entrada gratis), otros al claustro del Convento de Santa Clara (6 euros), y todos a San Gregorio Armeno, la calle perpendicular dedicada a los belenes napolitanos, que trajo a España Carlos III. A esta calle hay que dedicarle un tiempo, detenerse en cada puesto, y luego entrar en los patios o en las trastiendas donde trabajan los artesanos.
En los alrededores de la piazza San Domenico Maggiore espera otro lugar esencial: la Capilla Sansevero, con la escultura del Cristo Velado, de Giuseppe Sanmartino, un trabajo en mármol 'milagroso' en el que nadie se explica tanta perfección. «No hay otra cosa igual en el mundo», presumen los napolitanos. Ese velo que arropa el cuerpo en la escultura central. Esas redes con sus nudos en otro de sus trabajos. En otra zona del museo están las máquinas anatómicas, un hombre y una mujer con su sistema circulatorio completo, construidas por Giuseppe Salerno (un anatomista de Palermo) entre 1763 y 1764. Anotación: conviene comprar la entrada on line previamente.



Barrio Español
La Via Toledo, con sus tiendas internacionales, nos traslada a otra zona de caos y gloria. A la izquierda, camino de la enorme Plaza del Plebiscito, está la Galería Humberto I, construida entre 1887 y 1890 con una espectacular bóveda de hierro y vidrio parecida a otras de las que se hicieron en la segunda mitad del XIX en Europa, como la Galleria Vittorio Emanuele II de Milán o las Galerías Saint Hubert, en Bruselas.
A la derecha y ya cuesta arriba está el Quartieri Spagnoli, famoso por muchas cosas a lo largo de la historia. Fue residencia de trabajadores españoles en la época borbónica, tuvo fama de lugar inseguro y hoy es el reino del mito (Maradona) y de la fe, con altares, esquelas en las paredes y algún convento. También se ha llenado de restaurantes. Pero el rey es el 10. D10S. En las calles se oye hablar 'argentino', lo que confirma que miles de visitantes cruzan cada año el Atlántico para hacerse una foto en alguno de sus murales. El más grande, pintado por el argentino Francisco Bosoletti, está en una especie de tienda-templo en la zona más alta del barrio.

Vida bajo tierra
Bajo la ciudad de Nápoles hay otra ciudad. Es uno de los entramados de túneles más grandes de Europa. Muchos los construyeron los griegos como depósitos subterráneos de agua. Otros proceden del tiempo de los borbones, encargados por Fernando II de las Dos Sicilias al arquitecto Errico Alvino. También hay catacumbas, centros subterráneos de enterramientos paleocristianos. Esos lugares, de unos 40 metros de profundidad y capacidad para miles personas, se utilizaron como refugio en la II Guerra Mundial. Muchos de ellos pueden visitarse, con distintas entradas y diferentes tours en toda la ciudad, desde el Nápoles histórico a los alrededores de la Plaza del Plebiscito. Anotación: la mayoría de los tour son en inglés o en italiano. Cuestan entre 10 y 20 euros. Francesco (https://es.napuletours.com/naplesunderground) los hace en español.
Excursiones de un día

Pompeya
La ciudad sepultada por la erupción del Vesubio en el 79 d.C. (lo mismo ocurrió en Herculano y Estabia) es una de las experiencias arqueológicas más asombrosas del mundo. Lo mejor es ir en tren (6 euros ida y vuelta). La entrada oficial cuesta 16 euros (adultos). Dos paradas antes de Pompeya está la menos conocida pero imprescindible Casa de Popea (Villa de Oplintis).

Costa Amalfitana
Lo mejor es alquilar un coche para descubrir una de las carreteras más bonitas de Europa. La ruta puede empezar en Ravello, adonde se llega tras salvar el trazado vertical y lleno de curvas del parque regional de Monti Lattari. En Amalfi se baja a la costa. Aquí hay que ver la Catedral de San Andrés Apóstol y tomar un granizado de limón. Se puede comer en Positano (en la foto) y volver a Nápoles por Sorrento, una ruta más cómoda.
Arrivederci
En un extremo de Vía Toledo está el Castel dell'Ovo, el más antiguo, un mirador de la bahía y una excusa para pasear por el barrio marinero de Santa Lucía, donde están los hoteles de lujo y un ambiente más tranquilo. En el otro extremo, el Mercado de Pignasecca, otra vez el desorden. Y la comida callejera. Anotación: tomar un cucurucho de pescado frito en Pescheria Azzurra y otras especialidades locales en Fiorenzano. Muy cerca está el funicular de Montesanto, que nos llevará hasta el Castel Sant'Elmo. Hay que ir al atardecer. Entonces, el sol lame la ciudad con suavidad. El mundo parece un lugar pacífico. En febrero, Saviano se hizo una foto allí mismo. De repente, ya es de noche y hay que volver al funicular. Abajo espera la ciudad atropellada. El carpe diem.
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