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El Parque Nacional más visitado de España: un ejemplo de belleza grandiosa

Relato apasionante de la relación del autor con el techo de España, el Teide, y del parque nacional que le abraza, con sus sobrecogedores paisajes volcánicos

Parque Nacional Las Cañadas del Teide turismo canarias

Javier Jayme

Con una afluencia anual de casi tres millones de personas, el parque nacional de Las Cañadas del Teide, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2007 con categoría de Bien Natural, es el más visitado de España, de Europa y el cuarto en todo el mundo. Aquí la naturaleza ha levantado un museo geológico ostentoso donde los haya. Y es que pocos lugares pueden presumir de un panorama volcánico tan grandioso como sobrecogedor. El circo de Las Cañadas, una gigantesca caldera de 17 km de diámetro, sirve de asiento al Teide (3.718 m.), la mayor altura de España, el tercer volcán más elevado del planeta desde su base -únicamente por detrás del Mauna Kea (4.205 m) y del Mauna Loa (4.170 m), en Hawaii- y el principal atractivo turístico del parque.

Geomorfológicamente, la estructura de la caldera y el estratovolcán Teide-Pico-Viejo son únicos en todo el orbe. Los cientos de conos, coladas, cuevas y la fauna y la flora subsiguientes enriquecen su interés científico y paisajístico. Esta última presenta endemismos exclusivos del propio parque, como el espléndido tajinaste rojo, que llega a medir tres metros de altura, y la heroica violeta del Teide, arbusto de apariencia delicada y fortaleza inusitada, que crece por encima de los 2.500 m sobre el nivel del mar. Humboldt, el gran viajero y científico alemán, que visitó la isla de Tenerife en 1799 y alcanzó a coronar la montaña, descendiendo incluso a su cráter, no cabía en sí del asombro. «Contemplar un paisaje grandioso -escribiría más adelante- supone una de las mayores satisfacciones para el alma. El pico del Teide es para mí el ejemplo más claro de la belleza y grandeza de la Creación«.

Del aparcamiento de Montaña Blanca arranca el sendero que conduce a la cima, ya sea en seis horas de caminata ida y vuelta en una sola jornada o pernoctando en el refugio de Altavista (3.200 m.) para partir en la madrugada siguiente al encuentro del sol en la cumbre. La alternativa es la del teleférico. Para ambas opciones, los últimos 200 m. están hoy restringidos y es necesario un permiso para usar la trocha Telesforo Bravo y alcanzar el Pilón de Azúcar, donde se puede contemplar el cráter de 80 metros de diámetro expeliendo vapores sulfurosos.

Cuatro ascensiones a la cumbre

Mi historia personal con el Teide se inició pronto hará cuatro décadas. Y cuatro son también las ascensiones que me han llevado hasta su cima. En ellas se han ido sucediendo los motivos privados y los profesionales, procurándome, en consecuencia, satisfacciones de variada índole. Pero ninguna como las de la primera vez. Los recuerdos de aquella prístina visión del techo de España y su cohorte de lávicas esencias, con mi juventud todavía en ciernes y mis ilusiones por estrenar, se imponen al resto de manera insuperable.

Conté entonces con la compañía de mi hermano Diego. El área de Montaña Blanca es una acumulación de piedra pómez a la que le brotan pecas marrones, rocas redondas de varias toneladas lanzadas por las erupciones como bombazos, apodadas'os huevos del Teide'. De aquella primera ascensión, envueltos ambos en el silencio intemporal de los paisajes yermos, la sensación que la memoria me devuelve hoy de modo prioritario es la de una soledad irrepetible, más identificable con los lejanos tiempos de Humboldt que con los actuales, en los cuales la presión humana está presente ya en cualquier atracción turística.

Dos horas antes de la alborada, tras dormir en el refugio, emprendimos el resto de la subida, iluminando con nuestras linternas frontales un paisaje lunar, entre espectrales pitones de lava. Con el sol naciente apremiándonos los pasos, la llegada a la cima, portentosa atalaya de todo el archipiélago, constituyó para mí un instante mágico como pocos cabe experimentar en la vida. El aire era cortante, el sol difundía su tibieza. Y entonces, erguido sobre la cumbre que había embrujado mis sueños, en serena comunión con la naturaleza, me sentí invadido de una paz y una alegría intimas e inenarrables. La imagen de las sombras del Teide, de Diego y de la mía alargadas sobre un inmenso mar de nubes bajo nuestros pies, constituye hoy mi imborrable recuerdo entreverado, cómo no, con mi irrefrenable nostalgia.

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