De benasque al aneto
«Por qué el Pirineo es el principio y el fin de todas las montañas»
El geógrafo, escritor y alpinista Eduardo Martínez de Pisón relata su apasionada relación con el Pirineo, donde se vive estos días el esplendor del otoño
![«Por qué el Pirineo es el principio y el fin de todas las montañas»](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2022/10/27/EdcimaAneto-RxGmTIyX4e75X3PKFCPvELK-1200x630@abc.jpg)
En el Pirineo central, que coincide con el aragonés, conocí de joven la alta montaña. A partir de aquella primera experiencia, esta cordillera ha sido el patrón de medida de todas mis demás sierras. Quiero decir, cierto estado de la montaña, el ... de los años cincuenta del siglo pasado, y del montañismo de entonces: esa es la imagen que se me grabó y que soy consciente que uso como canon. Eso tiene sus defectos, pues, aunque los relieves y claves básicas de su naturaleza y poblamiento lógicamente siguen ahí, muchas otras cosas han cambiado, unas para bien y otras no tanto. Pero estoy refiriéndome a una mirada principalmente subjetiva.
De todos modos, aplico ese patrón de medida a varios asuntos que, en sí mismos, son objetivos. Simplemente, como altitudes, por ejemplo, más bajas y más altas. O comparo unas y otras cordilleras desde el roquedo o desde los plegamientos o las marcas erosivas -riscos, valles, crestas rocosas, cimas- o el resto de componentes del paisaje natural, nieves, hielos, ríos, lagos, cascadas, abetales, hayedos, pinos en abismos, praderas, gencianas, erizones, bujedas, osos, sarrios, aves, luz, nubes, tormentas del Pirineo. Y, claro está, me fijo en cómo son el hábitat, los pueblos, las casas, los caminos, las iglesias, las personas, desde mi perspectiva pirineísta. Pero además el canon incluye, como digo, mi mirada y así le añado un juicio al modo de acercamiento, si es o no respetuoso y admirado. Hay tanto pragmático con poder territorial que hace falta compensarlo. Cotejo las geografías desde mi modelo, pondero sus rasgos. Juzgo sin querer sus cumbres y, a veces, muy pocas, a quienes las frecuentan.
Mi Pirineo es, por tanto, primero, una configuración, un modo de constituirse y presentarse las montañas del mundo con fuerte personalidad que me permite entenderlas. Y, por supuesto, contiene el aprendizaje de la belleza intensa de la Tierra, que aplico con espontaneidad al resto: si, por ejemplo, digo que algo, aquí o allá, me parece pirenaico, se trata sin duda de un franco elogio. Por eso he dicho en varias ocasiones que esta cordillera es para mí el principio y el fin de todas las montañas, otorgándole un carácter de santuario al que regresar con veneración, naturalmente si no lo encuentro desbaratado. Es, por ello, también lugar de alguna desazón y, si es preciso, de planteamientos conservacionistas. Todo esto localizado entre mil y algo más de tres mil metros de altitud, más o menos.
![Otoño en el Pirineo. Foto tomada por Eduardo Martínez de Pisón estos días. Como anunciaba en el texto, allí ha vuelto para apreciar el esplendor ocre de sus bosques](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2022/10/27/otono-pirineo-U46480112842RIz-624x385@abc.jpg)
Y, mientas escribo sobre estas sensaciones, pasan por mi imaginación sus paisajes de otoño, a los que volveré cuando se publiquen estas líneas. Revivo mis recorridos por los cuencos solitarios donde se alojan sus ibones, por los glaciares resplandecientes que ahora se nos van ante los ojos, por bosques tan sombríos que parecen guardar sombras de la noche, por la diafanidad que sólo existe en la altitud o recuerdo a mis viejos compañeros de cordada con los dones del entusiasmo y la inocencia. Había témpanos en los lagos, crujía en ellos el hielo del invierno en circos silenciosos y apartados y allí observé cómo se materializaba la imponente belleza cristalina de la materia, que más tarde reencontré ingente en las grandes cordilleras y en el Ártico. Allí tuve también la dura lección de la necesidad de rebeldía contra lo que hace daño a ese estado de la montaña, porque éste constituye un bien de tal entidad que es preciso defender cuando queda sólo en manos de quienes ni lo sienten ni lo entienden. Por todo ello, ese Pirineo ha sido no sólo mi albergue físico por temporadas y saltos, sino continuamente el espiritual.
¡He encontrado en sus peñas respuestas a tantas preguntas! Cuando, muy joven, subí por primera vez al Aneto, andando desde el pueblo de Benasque, dormí en un refugio entonces alejado y solitario, viendo el lento atardecer en un cielo que estaba pidiendo una sinfonía, atravesé un glaciar aún con signos polares, y cuando alcancé la cumbre me sentí rodeado por un mar tan tranquilo y luminoso de picos y de valles que me pareció como si estuviera ante el espectáculo del primer día de la creación del mundo.
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