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DESCUBRE HUELVA

Tras el legado de Juan Ramón Jiménez, el Nobel moguereño

Moguer conserva un rico patrimonio material y sentimental del premio Nobel de literatura, cuyos recuerdos siguen vivos en su pueblo natal

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Escritorio de la casa en la que vivió el escritor en Moguer Raúl doblado

A. Barea

Huelva

Alto, desgarbado y de semblante serio fue aquel moguereño que con su pluma dibujó alguno de los más bellos pasajes escritos sobre Huelva. Sería difícil encontrar una mejor guía de la provincia que aquella que escribió el Nobel Juan Ramón Jiménez acompañando a su inmortal Platero. Su recuerdo permanece vivo y fresco en su Moguer natal, pero también en la capital y esos parajes que recorrió durante su infancia y primera juventud.

El legado del Nobel permite recorrer el Condado y la costa central de la provincia. Juan Ramón nació en Moguer, donde su familia se había trasladado a finales del siglo XIX para comerciar con vino. Su padre era un exportador de La Rioja que llegó a la que entonces era una rica y pujante zona vinícola. Entre viñedos y pinares creció un niño inquieto que se formó entre Moguer y el Instituto de la Rábida de la capital, esa ciudad que vista desde su atalaya moguereña le parecía lejana y rosa. Puede ser este un buen comienzo para recorrer sus pasos. El edificio permanece en uso e inalterado tras una profunda rehabilitación. Declarado BIC, es un precioso centro educativo por el que pasan cientos de niños como hace 125 años lo hizo quien con sus versos y su cuidada prosa dejaría pasajes únicos.

Tras disfrutar de las vistas desde el cabezo del Conquero que entonces despejado coronaba el instituto, llega la hora de cruzar el Tinto de forma mucho más cómoda que en su época. Al otro lado el perfil de Moguer se ve lejano. Por el camino una parada imprescindible es La Rábida, convento donde se gestó el descubrimiento de América. Allí se alojó Colón antes de emprender su viaje. Por sus jardines pasearon Juan Ramón y Platero.

El lugar donde descansa Platero

El viajero que emprenda ese corto paseo de apenas unos kilómetros del monasterio hacia la cuna del Nobel debe llevar su libro en la mano, es imprescindible. Verá en el horizonte un núcleo blanco que Juan Ramón comparó con el pan: Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno—¡oh sol moreno!—como la blanda corteza. Poco antes de llegar verá a su derecha y sobre una ligera loma la casa a las afueras de la familia. Una casa de campo donde reposa Platero «al pie del pino redondo y paternal» que abril cubre «de grandes lirios amarillos». Es una propiedad privada aunque una hermosa vista desde la carretera.

Según se acerca el pueblo es visible esa otra estampa que dibujó el poeta con sus palabras. El imponente torreón de la iglesia de Nuestra Señora de la Granada que «de cerca parece una Giralda vista de lejos».

Moguer conserva muy presente la memoria de su hijo ilustre. Las calles están adornadas con azulejos donde se pueden ver versos y estrofas dedicados al pueblo, sus costumbres o esos mismos tal y como los vivió Juan Ramón Jiménez. Pero el verdadero tesoro son sus casas, sus recuerdos materiales están esperando al visitante que llega ya impregnado por la magia de sus versos.

En la calle La Ribera se encuentra su casa natal. Allí vivió cuatro años. En su interior un museo está centrado en la relación de Moguer con el Nobel, su familia y cómo influyó el entorno donde nació en su vida.

En el 10 de la calle que lleva su nombre se encuentra la que fue su residencia durante toda la infancia y juventud, la misma donde habitó con Zenobia Campubrí, también escritora, traductora y lingüista española, y que conserva tanto su biblioteca como el mayor patrimonio material que se conserva de ambos. Se trata de una amplia mansión del siglo XVIII estructurada alrededor de un gran patio central con su aljibe. En el corral un Platero de bronce recuerda al visitante el valor de su compañero en la obra. Es la sede de la Fundación que lleva su nombre y Casa Museo Zenobia y Juan Ramón Jiménez. La vivienda mantiene el mobiliario original, numerosos manuscritos, enseres personales, una sala dedicada a Platero en decenas de idiomas o el telegrama original donde se le comunica la concesión del Nobel. Para el viajero hay una sorpresa escondida.

El mayor legado de Juan Ramón son sus paisanos, que lo llevan dentro con orgullo. No hay moguereño que no presuma de su Nobel, recite sus poemas o muestre con orgullo los encantos de un pueblo que atesora además un rico patrimonio monumental como el monasterio de Santa Clara o el proyecto para recuperar el puerto histórico de época colombina.

La visita no estaría completa sin una despedida. Aunque murió exiliado en Puerto Rico, Juan Ramón quiso descansar para siempre en la tierra que le vio nacer. Moguer era su morada y en su cementerio comparte espacio con Zenobia.

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