Cinco pueblos cerca de Sierra Nevada donde alojarse para ver la nieve
Monachil, Güéjar Sierra, Capileira, Trevélez y La Calahorra son opciones más que recomendables para contemplar el manto blanco en invierno
Además, tienen un abanico de atractivos que van desde las numerosas rutas senderistas hasta un castillo del siglo XVI que constituye una joya renacentista
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Un paisaje nevado es un paisaje de ensueño, digno de una postal. ¿Hay alguien a quien no le guste despertarse, abrir la persiana -que no el balcón, por aquello del frío- y deleitarse con la vista de una cumbre teñida de blanco? Es de esas cosas que envidian los que nunca han tenido la oportunidad de disfrutarla.
Pues la provincia de Granada, por lo menos la parte que está bajo el amparo de Sierra Nevada, ofrece bastantes posibilidades en ese aspecto y lo que sigue es una relación de sitios donde la nieve juega un papel importante. Como se suele decir, aquí son todos los que están pero no están todos los que son:
Capileira, el techo del Valle del Poqueira
El Valle del Poqueira es un lugar mágico, probablemente el más atractivo de la ya de por sí fantástica comarca de la Alpujarra. Hay tres pueblos allí, que en sentido ascendente son Pampaneira, Bubión y Capileira. Desde todos ellos se puede ver la nieve cuando hay, pero en Capileira es donde está más al alcance de la mano. Se ubica a más de 1.400 metros de altitud y desde allí parte una carretera que se adentra en el Parque Nacional. A partir de ahí, con permiso, se puede seguir disfrutando de paisajes incomparables.
Hacer senderismo es uno de los alicientes de un pequeño pueblo de poco más de 500 habitantes que, pese a eso, tiene una oferta hotelera bastante amplia. Destaca el Hotel Rural Real de Poqueira, en pleno centro, muy cerca de restaurantes tan recomendables como el Corral del Castaño. Más arriba aún está la Finca Los Llanos. Un consejo para todos los casos: hay bastante menos gente en días laborables que en fines de semana. Para saborear la esencia de Capileira, mejor un martes que un sábado.
Trevélez, 'campamento base' para el Mulhacén
Trevélez pasa por ser el pueblo más alto de Andalucía. Está dividido en tres barrios y el más elevado está coronado por una especie de era a 1.700 metros. Las vistas desde allí, huelga decirlo, son impresionantes. Gustan aún más si se contemplan degustando el manjar por excelencia del pueblo, el jamón que allí se cura en las decenas de secaderos dispersos por sus calles.
Trevélez también es pequeño, apenas llega a los 800 habitantes, pero allí es posible alojarse en sitios tranquilos, acogedores y silenciosos como La Fragua, que tiene dos establecimientos. Sitios magníficos para reponer fuerzas y levantarse temprano para afrontar un reto gratificante pero que cuesta, como todos los retos.
Se trata de subir al Mulhacén, el pico más alto de la península, con sus 3.478 metros. Muchos viajeros se toman Trevélez como una especie de campamento base para alcanzar posteriormente su cima. Existen varias rutas y una de las más recomendables es la circular que sube por Siete Lagunas y baja por el Alto del Chorrillo. Son en total 23 kilómetros y los dispuestos a acometer la aventura hacerlo sin frivolidades. A más de 3.000 metros de altitud las condiciones meteorológicas cambian de golpe. No ir suficientemente abrigado puede costar un disgusto. Serio.
La Calahorra, el castillo de ensueño
Con un poco de suerte, en invierno, la carretera que va de Granada a la comarca de Guadix es una delicia -siempre que el Puerto de la Mora no esté cortado, claro- porque el paisaje de fondo está lleno de nieve. Pasada la localidad accitana, que por cierto merece una visita por sí misma, a 27 kilómetros está La Calahorra, donde no suele nevar porque está a menos de 1.200 metros de altitud, pero desde la que se ve el manto blanco con facilidad.
La Calahorra, que tiene menos de 800 habitantes, es uno de esos pueblos donde apenas pasa nunca nada, así que es más que recomendable para quienes busquen la tranquilidad y el sosiego. Su oferta hotelera está liderada por la Hospedería del Zenete, un cuatro estrellas donde además se come bien.
Hay varias formas de contemplar la nieve desde La Calahorra. Una indudablemente bella, es subiendo a su famoso castillo, del siglo XVI, uno de los primeros que, tras tener un uso defensivo, pasó a ser ornamental, al estilo de los renacentistas italianos. Por fuera es una auténtica belleza y el interior alberga elementos dignos de ver, cosa que no es fácil porque el edificio está en manos privadas. Los miércoles se destinan a visitas públicas y algunos fines de semana se organizan también para grupos.
La otra posibilidad es subirse al coche y emprender desde La Calahorra la ruta a la Alpujarra atravesando el Puerto de La Ragua. Hay que asegurarse de antemano de que está abierto, porque es el primero que cierran por culpa de la nieve. La carretera es de montaña y obviamente está llena de curvas, pero el paisaje compensa el traqueteo.
En todo lo alto hay un área recreativa y se abren un sinfín de senderos con destinos variopintos. Esa misma carretera, después, baja hasta Laroles -que también merece una parada, desde luego- y en ese tramo descendente se ve de fondo el mar, un contraste sorprendente de los muchos que se dan en la provincia.
Monachil, nieve y mucho más
La estación invernal de Pradollano está en el término municipal de Monachil, así que es obvio que allí hay nieve. No en el pueblo en sí, que se sitúa a unos 800 metros de altitud y donde viven unas 8.000 personas. Pero es una parada para muchos aficionados al esquí y al snowboard, que aprovechan que la oferta hotelera es amplia y variada. Por mencionar algún establecimiento, elegiremos la Huerta del Laurel, que además tiene restaurante y zonas acondicionadas para niños.
Pero Monachil ofrece más cosas. Por ejemplo, es el punto de partida de una de las rutas senderistas más conocidas de la provincia, la de Los Cahorros. Se trata de un desfiladero sobre el río Monachil, donde uno realmente no sabe dónde mirar porque las formaciones rocosas, realmente caprichosas, que se encuentra al paso son dignas de ver todas ellas.
Hay también cascadas y puentes colgantes, la atracción más interesante de una ruta que no tiene ninguna complicación pero que preocupa a los que sufren de vértigo. No es para tanto, de verdad. Llegado el caso, hay un truco que suele funcionar: mirar siempre al frente, nunca hacia abajo.
Güéjar Sierra, el apreciado alto en el camino
Escribir y pronunciar correctamente ese nombre es todo un reto para los extranjeros que presumen de tener el C-2 (o lo que sea su equivalente en sus países), pero al margen de eso, está claro que es un pueblo clave en Sierra Nevada, puesto que pilla de paso hacia las altas cumbres y supone un alto en el camino la más de saludable.
De allí partió, en su día, el tranvía de la Sierra, que dejó de funcionar en 1973. Quedan algunas vías y un grupo de incondicionales que ansía por su reaparición, siquiera con fines turísticos. Muy cerca de la estación de arranque hay un restaurante que merece la pena y que se llama Maitena, por ser ese el nombre del río que discurre justo por debajo. Precisamente en ese lugar vierte sus aguas al Genil.
El Guerra y Santa Cruz son dos de las opciones para descansar en un pueblo con una amplia oferta gastronómica -muy recomendables sus embutidos- y que tiene otro punto de interés en el embalse de Canales, desgraciadamente ahora más seco de lo deseable. El deshielo, en abril y mayo, es una época más que recomendable para visitarlo.
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