La España Mágica | Cuevas de Zugarramurdi
La catedral del diablo
La Inquisición condenó a penas de muerte a 11 personas en 1610 por practicar la brujería en este lugar de Navarra

El susurro del agua, las verdes praderas y un frondoso bosque hacen de Zugarramurdi, pueblo de 200 habitantes situado al norte de Navarra, un paraje idílico junto a la frontera con Francia. A menos de 500 metros, se hallan las cuevas en las que, según ... la tradición popular, se celebraban aquelarres en los que participaban decenas de brujas de la zona.
Se decía que estas mujeres oficiaban misas negras para adorar al Diablo, que se entregaban a orgías sexuales, que provocaban tormentas en alta mar y todo tipo de desgracias y que echaban el mal de ojo a las gentes. No faltaba quien aseguraba haberlas visto volar con una capa negra sobre una escoba. Muchos estudiosos como Julio Caro Baroja y Mikel Azurmendi investigaron las prácticas de las brujas en Navarra y el País Vasco, llegando a la conclusión de que no había nada de sobrenatural en su conducta. Pero la Inquisición sí creyó en esos cultos satánicos que amedrentaban a la población y amenazaban la fe. Según la descripción de los inquisidores, las brujas se reunían al anochecer en el interior de las cuevas de Zugarramurdi, se aplicaban un ungüento y se entregaban al frenesí sexual en torno a un macho cabrío que se convertía en hombre, mientras renegaban de Dios. Las brujas se congregaban en torno a una galería, excavada en la roca caliza por la corriente del río Olabidea, de unos 120 metros de largo y 12 metros de altura. Un sitio invisible, formado por una red de cuevas, en el que se rumoreaba que habían habitado las deidades vascas. Y cuyas aguas venían de las profundidades del Infierno, como aseguraba una vieja superstición.
Según describe el historiador Joseph Pérez a partir de documentos de la época, en aquellos aquelarres se elige a un brujo al que «se le frotan las manos, el rostro, el pecho y las partes pudendas con agua verdosa y fétida. Luego se le hace volar por los aires hasta que aparece el Demonio, sentado en una especie de trono». El brujo tiene el aspecto de un hombre negro con cuernos, que reconoce al Diablo como su dios y señor tras besarle y postrarse ante él. En torno al año 1600, Enrique IV de Francia ordenó a un juez de Burdeos, llamado Pierre de Lancre, que investigara las denuncias de brujería que habían llegado a sus oídos. Lancre actuó con celo y se convenció de que esas prácticas eran reales. Quemó a 80 mujeres por transformarse en bestias en sus aquelarres y adorar al Maligno.
Una joven criada retornó a Zugarramurdi para huir del juez Lancre. Y lo que hizo fue corroborar las sospechas de la Inquisición. Tras exhaustivos interrogatorios, esta mujer extendió la sospecha de brujería a decenas de habitantes del pueblo y sus alrededores.
Finalmente, la Inquisición de Logroño tomó la decisión de abrir un proceso tras recibir un informe de Juan Valle Alvarado, que se pasó tres meses por el valle del Baztán interrogando a diversos testigos. El auto de fe se celebró en noviembre de 1610 y los jueces condenaron a muerte a 11 personas. Seis fueron quemadas vivas y otras cinco en efigie, puesto que ya habían fallecido. Las que reconocieron la práctica de la brujería fueron perdonadas o castigadas con penas menores.
Había muchas dudas en la propia Inquisición sobre estos cultos y sus efectos. Alguno de los investigadores creía que se trataba de rituales ancestrales, ligados al paganismo, pero que no había nada que pudiera amenazar la fe. En ese sentido, el humanista Pedro de Valencia escribió en 1611 que los acusados no merecían un castigo ejemplar, sino que debían haber sido tratados como enfermos, aunque también achacaba algunas de esas conductas a «comportamientos viciosos».
Sea como fuere, el Ayuntamiento de Zugarramurdi abrió en 2007 en un antiguo hospital de la localidad un museo de la brujería, en el que se consignan las historias y las leyendas en torno a las cuevas sin faltar los cuernos del macho cabrío y los atavíos de aquellas mujeres.
Hoy resulta muy difícil creer en la existencia de brujas y adoradores del Diablo, pero basta con desplazarse al bosque y escuchar el murmullo del agua que resuena en el paraje para sentir una presencia misteriosa que perturba nuestros sentidos y sugiere que tal vez pasaron allí cosas que escapan a la razón.
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