OPINIÓN
Quince minutos fascinantes
Conocí a Jobs a finales del verano de 2000. Después de intentarlo durante años, el entonces presidente de Apple decidió conceder unos minutos de su valiosísimo tiempo a unos cuantos periodistas europeos. Los afortunados seleccionados tuvimos que ir a verle a París a la MacWorld Expo donde un Jobs vestido, como siempre, con vaqueros y jersey negro, nos encandiló a todos. A los convencidos y a los que por aquel entonces no lo estábamos tanto. La campaña que presentó entonces se llamana «Switch» (cambia, en inglés), y estaba dirigida al 90% de los usuarios de ordenadores que no usaban productos de Apple.
En la distancia media era un fenómeno. Encandilaba al auditorio con sólo mover un dedo. Pero en la corta, en esa pequeña entrevista con un puñado de periodistas, Jobs era fascinante. Su mirada profunda y limpia, sus respuestas siempre con una sonrisa en la cara, su capacidad de ilusionar con cada frase y cada respuesta, e incluso se forma de escapar a las cuestiones más comprometidas. El chico tímido que ensayaba hasta la extenuación cada instante de sus presentaciones se relajaba cuando le dejabas hablar con calma de lo que quería, y hasta era capaz de romper el hielo hablando de zapatos. Eso sí, sólo si eran especialmente llamativos.
Jobs demostraba en cada gesto que vivía por y para cada una de sus creaciones. Y al salir de aquella entrevista, que apenas duró 15 minutos, yo fui para siempre una conversa más. Y desde ayer por la mañana me resulta francamente difícil imaginar cómo será nuestro mundo tecnológico ahora. Por mucho que lo intento, lo veo mucho más gris.
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