Kim Schmitz, el gran capo de internet
Este residente de Nueva Zelanda, país que considera un «raro paraíso en la Tierra», es un rico excéntrico al que le apasiona conducir a toda velocidad
Kim Schmitz , también conocido como Kim Dotcom, o Kim Tim Jim Vestor, es el ejemplo de persona a la que le excita quebrantar la ley. Hasta que el pasado martes la policía de Auckland lo detuvo por infringir derechos de autor y lavar dinero de forma sistemática con su compañía Megaupload, el expediente criminal de este corpulento alemán de 37 años parecía estar limpio. Aunque, como en tantos casos, las apariencias engañan. Aunque nunca ha llegado a ser condenado condenado, Schmitz ha sido acusado en diversas ocasiones de fraude informático, tráfico de bienes robados, «hacking» y fraude con tarjetas de crédito . Y es que Schmitz no es precisamente una joya.
Este residente de Nueva Zelanda, país que considera un «raro paraíso en la Tierra», es un rico excéntrico al que le apasiona conducir a toda velocidad alguno de sus ostentosos y peculiares coches, como un Rolls Royce descapotable o un Cadillac rosa de 1950. Schmitz ha participado en varias ocasiones en la Gumball 3000, una carrera de 4.800 kilómetros con recorridos que cambian cada año y que ganó en 2001. Para alzarse victoriosos en esta competición, conocida por sus coches potentes y extravagantes, sus participantes tienen que faltarle flagrantemente el respeto a los límites de velocidad de todas las carreteras por las que transcurre, sabiendo que a golpe de chequera se pueden librar de cualquier mal mayor. Pero parece que la impunidad de Schmitz ha llegado a su fin. Ante la corte de Nueva Zelanda, tras su detención, este lobo de un metro noventa de altura pareció convertirse en un dócil corderito. El gesto rígido de Schmitz no ocultaba el miedo a la más que probable pena de 50 años a la que puede ser condenado si EE.UU. lo encuentra culpable de los delitos a los que él y sus compañeros de Megaupload han sido acusados. Si fuera así se acabaron los lujos. Adiós a los jets privados, los jacuzzis, el champán, las mujeres, la vida alejada de todo y de todos en su mansión a las afueras de Auckland.
Pero lo que posiblemente no consiga una condena es frenar la imaginación para el fraude de Schmitz, el hombre que supo hacer pasar por un negocio legítimo una página de descargas ilegales perseguida por el quisquilloso gobierno de Estados Unidos desde hace más de dos años.
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