Cocina española en 3D
Una empresa barcelonesa ha creado Foodini, una impresora para crear e imprimir recetas con alimentos naturales.
Nadie diría que estos gnocchi de calabaza con tapenade, o este cesto de patata con verduras frescas y frutos secos, han salido de una impresora 3D, pero así es.
Álex Moreu y Rosa Avellaneda, dos de los fundadores de Natural Machines, regentaban una pastelería vegana. «Tenía mucha demanda de fuera, pero se dieron cuenta de que llevar pasteles fuera era muy caro, la distribución sale casi más cara que el producto», dice a Innova+ Emilio Sepúlveda, el tercero de los socios que en 2012 puso en marcha la empresa, «entonces buscamos la forma de llevar el obrador a casa del cliente, vimos qué tecnología era más adecuada, yo ya conocía la impresión 3D, empezamos a desarrollar y a añadirle unos cuantos sistemas y tecnologías».
Así nació Foodini, la primera impresora 3D dedicada exclusivamente a la creación de comidas.
«Los clientes nos dijeron que una máquina sólo para hacer dulces no era lo suficientemente atractiva», dice Sepúlveda, «así que lo que hicimos fue ampliar el espectro de cosas que podíamos crear».
Cápsulas rellenables
La impresora se alimenta de unos cartuchos donde se meten los alimentos, que luego la máquina va seleccionando y dispensando en función de la receta que se le introduzca. En este momento, Sepúlveda y sus compañeros trabajan con tres modelos comerciales, en primer lugar, «cápsulas de acero inoxidable que se rellenan y luego van al lavavajillas, luego tenemos otro modelo con tiendas de alimentos naturales, que fabrican estas cápsulas en la tienda y duran 3-4 días, y un tercer modelo que es trabajar con fabricantes de alimentos que aseguren un tiempo más largo en la estantería pero siempre sin utilizar conservantes».
No por casualidad, en Natural Machines se han centrado en alimentos naturales. Es una forma de conciliar al público con la nueva tecnología. «Hay una barrera muy grande aún. Si te vas a gente mayor y les dices que has hecho comida con una impresora dicen que no se lo meten en la boca. Cuando oyen ‘impresión’ y ‘comida’ juntos, piensan en algo artificial o que se le ponen unos polvos, entonces claro, hay un trabajo de explicar que esto es una herramienta más», dice Sepúlveda, «igual que la batidora sustituyó al mortero».
Unos ravioli o unos gnocchi se imprimen en unos 10 minutos. El proceso se controla mediante una pantalla táctil que activa dos aplicaciones Android, una para imprimir y otra para crear recetas. Lo que más tiempo tarda es, por ejemplo, «hacer una figura alta de chocolate con muchos detalles, puede tardar 20 minutos, media hora», dice este CEO. «Además, da igual lo rápida que vaya la máquina, con el chocolate tienes que esperar a que se enfríe para dar la siguiente capa. Es decir, la máquina podría ir más rápido pero los ingredientes no lo permiten».
Chocolate
Otra de las particularidades de esta start-up es que, entre la docena de empleados que reúnen actualmente, además de ingenieros, programadores, expertos en marketing o nutricionistas, cuentan con un especialista en chocolate. «El chocolate, aunque no lo parezca, es un ingrediente muy delicado, hay que atemperar, generar cristalización, no es tan fácil como ponerlo en el tubo», dice Sepúlveda.
El objetivo inicial para su máquina eran tanto particulares con inquietudes culinarias como restaurantes y pastelerías. «La máquina, por tamaño y características, está diseñada para estar en casa pero puede estar también en un restaurante o pastelería», dice el CEO de esta empresa. De hecho, colaboran con «chefs de estrella Michelin», como los hermanos Torres del restaurante barcelonés Dos Cielos, «porque realmente esto les permite hacer cosas que hasta ahora no podían hacer a mano. Los ingredientes, gustos, olores y diseños son cosa suya, la máquina no deja de ser una herramienta que hace que eso que ellos se imaginan sea posible».
Ellos, desde Barcelona, ponen las ideas, el diseño, el I+D, el desarrollo tecnológico, de usabilidad o de software, pero la fabricación de Foodini la hace un socio industrial, que se encarga también de enviarlas. «Estamos a mitad del crowdfunding pero ya estamos recibiendo peticiones fuera de esos canales, por ejemplo en China, donde no suelen usar tarjeta de crédito a no ser que viajen, o en otros países donde por algún motivo no quieren o no les interesa pagar en dólares», dice Sepúlveda. Su objetivo para este año es vender 400 máquinas, a un precio de algo más de 720 euros (mil dólares) y que, poco a poco, el boca a boca vaya haciendo efecto.
Nuevo modelo de negocio
Cualquier alimento natural que no sea totalmente sólido (es decir, cremas, pastas o masas de pastel, chocolate derretido, o algo que pueda pasar por una manga, como carne picada) es susceptible de ser utilizado en Foodini. En el último día de la campaña de crowdfunding, el pasado viernes 25, Foodini llevaba casi el 80% de los 100.000 dólares de su objetivo, con casi 200 apoyos, de los que aproximadamente unos 70 adquirieron una impresora 3D de comida. Otros clientes podrían venir de sitios que aún no han peinado. «Estamos trabajando con socios para distribución de ventas en países que para nosotros no son mercados naturales, como Emiratos Árabes o Arabia Saudí, donde estaremos pero no iremos solos», dice el CEO de Natural Machines. Otro de los canales que intentan abrir es el de adaptar Foodini a ciertas dietas que requieran un seguimiento.
«En tres años nos gustaría facturar unos 50 millones. Es muy ambicioso, pero es donde queremos llegar». A medio plazo está el objetivo de preparar la siguiente versión de Foodini, para que la máquina, además de imprimir comidas, pueda cocinarlas. «Pero no tendrá nada que ver con un microondas», avanza Sepúlveda.
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