ABC EN LA PALMA
«El volcán no se ha cobrado vidas físicas, pero sí emocionales»
La Palma está en terapia, un año después de la erupción. Las heridas siguen abiertas, los palmeros atraviesan el duelo tras haber perdido sus casas, sus empleos y sus recuerdos. Muchos sueñan con que el volcán vuelve a estallar y dicen que jamás olvidarán lo que ocurrió
![René Miranda dejó Cuba con 64 años para instalarse en La Palma](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2022/09/17/rene_20220917183901-RRcradPlWTlQQKv9eFcUd8M-1240x768@abc.jpg)
René Miranda Juviel dejó su Cuba natal con 64 años para empezar de nuevo en España. Cuando escogió la isla de La Palma para poder trabajar, jamás pensó que, solo cinco meses después de su llegada, un volcán saldría de las entrañas de la tierra para arrasarlo todo: ... álbumes de fotos, juguetes, recuerdos, tierras trabajadas durante años u hogares construidos con las manos de sus dueños -y con ayuda de préstamos que no se han terminado de pagar-.
Tanto para René, como para todos los vecinos de la isla, parece que no ha pasado un año desde aquella terrible erupción en Cumbre Vieja. Aquel 19 de septiembre de 2021, cuando se abrió la tierra y un fuego incandescente destruyó todo a su paso, los relojes de los palmeros se detuvieron. En la isla nadie habla de aquello como algo lejano en el tiempo, tampoco del rugido del Cumbre Vieja. La palabra 'recuerdo' no sale de sus labios porque la tragedia sigue en tiempo presente.
Es difícil encontrar un isleño que no trague saliva o rompa a llorar al hablar de lo que perdió: el limonero, las gallinas, la casa o el empleo que ya no están. «Cuando llegué con mi mujer a la isla, trabajaba para un señor que tenía una empresa de plátanos, pero él lo perdió todo con el volcán y ahí me quedé... Con la edad que tengo y en un país en el que no conozco a nadie», relata René entre lágrimas cada vez que una frase sale de su boca. Su mujer también perdió entonces el trabajo y René entró en una espiral de estrés tan fuerte que tuvo que pedir ayuda. Este incansable trabajador, que en Cuba fue marinero y conductor de «un carro del año 1952 para transportar turistas», tuvo que sobrellevar la situación con pastillas para pasar las noches... y los días. El tratamiento de René fue corto, pero los psicólogos de la isla contemplan con inquietud la cantidad de medicamentos que toman algunos pacientes. «Ellos me dicen que se las mandan sus médicos de cabecera y me tengo que fiar, pero no sé hasta qué punto pueden ser buenos esos cócteles: un diazepam por la noche, un lexatin por la mañana, otro al mediodía y, para rematar, un orfidal...», relata Estefanía Martín, psicóloga sanitaria del Colegio de Psicología de Santa Cruz de Tenerife, quien estuvo atendiendo a afectados desde el minuto uno de la erupción.
Miedo a los ruidos
Si bien el tratamiento psicológico que se aplicó al estallar la erupción -el llamado 'de emergencia'- es diferente al de hoy -sanitario clínico, de largo plazo- el problema de los palmeros se mantiene: el 'reloj mental' sigue detenido. «Ahora tenemos gente nueva porque no han tratado el duelo en su momento; hay gente a la que se le dio el alta pero hay otros muchos que se dieron cuenta ahora de que la cabeza no está funcionando bien y que las habilidades que tienen no son suficientes». Los problemas que se tratan en consulta van desde dificultad para conciliar el sueño, pasando por ansiedad, depresión, estrés postraumático, ira, frustración, problemas de convivencia fruto de ser 10 o 12 personas en un piso reducido, hasta el miedo a cualquier ruido que pueda augurar la tragedia: «Cualquier sonido les asusta, se mueve una silla y piensan que va a explotar el volcán de nuevo», relata Marín. También comparten con esta profesional la sensación de abandono, incluso de los periodistas: «Ya no le interesamos a nadie», le dicen. Sufren también el silencio administrativo, la información incongruente. Por no mencionar que el volcán ha sido una olla que estaba tapando problemas previos: «Detrás de esto había divorcios, un hijo con un diagnóstico que no pude aceptar, maltrato no denunciado, una madre con cáncer a la que cuido sola porque mis hermanos me ignoran...». En el caso de los niños aparecieron problemas de conducta y dificultad para adaptarse a la escuela. Pero los de peor pronóstico son los mayores, dice Mariana Monterrey, psicóloga sanitaria del mismo colegio. «Los jóvenes tienen la vista puesta en el futuro, en la posibilidad de empezar de nuevo, pero a los mayores les cuesta un poquito más». Monterrey, que también atendió a afectados desde el primer día de la erupción, reconoce que en gravedad de síntomas no había visto nada igual en la isla: «El volcán no se ha cobrado vidas físicas pero sí emocionales, las heridas persisten».
«Si hablo, me vendré abajo»
Heridas que no todos desean compartir con los psicólogos. Aunque tampoco podrían si quisieran, porque solo en Los Llanos de Aridane hay ocho profesionales para 190 personas (y el convenio termina a final de año). Leticia García Sánchez está entre las afectadas que prefiere no ir a terapia. Dice que de hacerlo se rompería y que ahora necesita estar fuerte para sus hijos: Ayna, de 12 años, Itziar, de 7, y Logan, de 3. «No quiero ir al psicólogo; van a salir cosas que no quiero que salgan, como el maltrato por parte de mi ex. Yo sé que tengo que aceptar lo que hay, pero ahora mismo prefiero no hacerlo porque cuando ocurra, me vendré abajo y necesito estar fuerte para mis tres hijos». Esta palmera tiene 34 años y vive en las llamadas 'casas de madera', unas cinco viviendas prefabricadas para afectados, de unos 60 metros cuadrados. Perdió su casa de Los Campitos, en Los Llanos, de la que echa de menos su huerta de limoneros y aguacates. Pero también la farmacia, el supermercado, la iglesia y hasta a su médico. «La gente perdió sus referencias, no saben dónde está su casa: imagina que quieres volver, aunque sea a mirar, y desaparece el stop, el ceda el paso, la calle...», explica tan gráficamente Martín. Esta sensación de vacío y desorientación la padecen aquellos que quieren ver, pero hay otros que optan por darle la espalda al volcán física y psicológicamente. «Hay personas que no han podido pasar por donde se ve el volcán, evitan hablar de él, ni siquiera lo nombran», narra Monterrey. Es el caso de Leticia, que puede ver desde la puerta de su casa de madera el volcán en todo su esplendor. Ahora es una montaña gigante que se alza en Cumbre Vieja, fácilmente reconocible, además, porque sigue emanando gases y conserva tonos de una paleta de ocres, amarillos, verdes... «Vivo en mi negación, lo evito porque te pones a mirar y dices: 'Joder, es un cabrón'». Esta madre palmera, que se dedica a bañar y acompañar a personas mayores, cuenta que a veces sueña que está en su casa de Los Campitos y el volcán vuelve a estallar. Pero también recuerda los sueños del principio, de hace un año, cuando su subconsciente guardaba esperanza: «Los primeros días soñaba que mi casa se salvaba como ocurrió con la Virgen de Fátima, a la que la lava rodeó y dejó intacta».
600.000 euros a la basura
Vicente de la Rosa Guillén, Rigo, como le llaman sus amigos, no sueña pero sí se despierta de noche desorientado. Incluso, muchas veces le dice a su mujer, Enaida, que se va a Las Manchas a jugar una partida de dominó y luego se da cuenta de que no hay partida de dominó, ni casa, ni terreno. La pérdida de Rigo fue económicamente devastadora. Enseña con el móvil una foto de su casa con una cifra que da escalofríos: 610.000 euros, sepultados ahora bajo una colada. Su casa tenía más de 500 metros cuadrados y 14.000 de terreno. La heredó su mujer, Enaida, una enamorada de las plantas que tenía un paraíso de rosales, gladiolos, tulipanes, azucenas, y naranjos. Rigo dice que no asimila un año después todo lo que se dejó ahí adentro. La Guardia Civil lo obligó a salir corriendo y solo cogió unos pantalones. Le duelen más los álbumes que se dejó que el valor de la casa. La nueva casa de este matrimonio está en Fuencaliente, y en ella se nota el esfuerzo por recrear, con plantas, aquel hogar que quedó enterrado debajo de lo que ahora son duros escombros de basalto. «Cuando explotó el volcán cerramos con llave pensando que volveríamos. Los canarios somos duros, pero esto jamás se olvidará».
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