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Del Gibraltar español al Tenerife «guiri»

Mis vacaciones repartidas entre la tranquilidad de un pueblo gaditano y la revolución internacional de las Islas Canarias

Del Gibraltar español al Tenerife «guiri» cristina garrido

cristina garrido

Sí, han leído bien. Yo veraneo en el Gibraltar español. Y no tiene nada que ver con la cosa política, sino con la pura historia. La ciudad de San Roque «donde reside la de Gibraltar», como reza un letrero a la entrada, la fundaron los gibraltareños que en 1706 , tras pasar a ser el Peñón colonia británica, decidieron no someterse al «invasor» y empezaron una nueva vida a escasos kilómetros.

Tranquilidad, noches fresquitas, buen comer y las mejores playas. La fórmula del perfecto descanso la encuentro yo en este pueblo blanco gaditano que, además, presume de contar con una de las urbanizaciones más populares de España (no por los precios precisamente, sino por la cantidad de nombres conocidos que veranean allí): Sotogrande.

En San Roque no hay prisas, Uno se levanta a la hora que le pide el cuerpo. El día comienza con un buen desayuno en el que no falta la tortilla de patatas, los bollitos de pan y la carne Corned Beef. Y con las pilas cargadas comienza la jornada playera (imprescindible el coche para moverse) en cualquiera de las maravillosas playas cercanas: Hacienda, Torrecarbonera y Sotogrande (San Roque), Alcaidesa (La Línea), o Punta Paloma y Bolonia (Tarifa). Éstas dos últimas son las más recomendables por su arena blanca muy fina y sus aguas claras, pero cuidado con el viento porque algunos días puedes morir de un latigazo de arena. Lo bueno de todas es que son tan grandes que ni hay que madrugar para coger sitio, ni tienes el pie del vecino de toalla en la cara, los «guiris» no abundan en exceso, y cuenta con unos paisajes admirables porque la construcción cerca de la playa, sobre todo en el caso de Tarifa, está muy limitada.

Para comer, varias opciones. Allí es muy típico lo del picnic playero con la tortilla, el filete empanado..., pero para los que venimos de fuera la opción chiringuito es la más recomendable si queremos probar los manjares de la zona como los espetos, puntillitas, choco, tomate con melva...

Y como la playa cansa y da mucha hambre, por la noche nada mejor que quedarse a cenar en San Roque. Tanto el Bar Torres , más conocido como «el Barti» (Plaza de Andalucía) como el « Don Benito » (Plaza de Armas) tienen una surtida carta compuesta por frituras de pescado (increíble el gallo frito con mahonesa o alioli), montaditos (no dejen de probar el serranito) y, por supuesto, para beber: tinto de verano (el líquido en el que baso mi hidratación cuando estoy allí).

Y del Gibraltar español puse rumbo al Tenerife británico, alemán, francés... porque en esta isla hay más nacionalidades veraneando y trabajando que en la ONU. De primeras, nadie se dirige a ti en español. Los relaciones públicas de bares y restaurantes te hablan en inglés y aunque hagas como que no les entiendes porque no te interesa, algunos no dudan en perseguirte mientras braman: «Come to my baaaaar». Les puede parecer una tontería, pero llegué a desarrollar cierta ansiedad sólo de pensar que tenía que lidiar con estos personajes cada noche.

Los españoles somos una especie extraña en una isla plagada de cuerpos nórdicos enrojecidos como gambas. «Would you like something to eat?», le pregunta un relaciones públicas de nacionalidad no identificable a mi hermana mientras pasea cerca de la playa. «No gracias, a los españoles no nos gusta comer tan pronto. Si acaso más tarde nos pasamos», responde ella en perfecto español y con cierta sorna. «¿Española? Pero si eres guapísima. Yo pensaba que eras británica», le responde el hombre. Cuando llega y me lo cuenta no podemos más que reírnos y pensar: ¡Joder! ¿Desde cuándo las españolas tenemos fama de feas y las británicas de guapas?. Cuanto mal hacen los tópicos...

La playa de Costa Adeje en la que pasábamos las horas muertas encima de una hamaca tampoco era un remanso de paz, pero algunas de las cosas que podían verse o escucharse allí nos provocaron más de una carcajada. Cada cinco minutos una china masajista se acercaba chillando «¡masajeee, masaggeeee, masajeee!», pero era divertido ver cómo según terminaba de hacerle el masaje en los pies a uno, ponía las zarpas, sin lavado de manos previo, en la espalda de otro. También asistimos a una pelea de masajistas asiáticas que intentaban «marcar» su territorio laboral. Bueno, eso dedujimos, porque aunque no hablemos chino el lenguaje del cabreo es universal. Hasta la policía se tuvo que presentar allí. «La culpa la tienen los que pagan por los masajes», decía con resignación nuestro hamaquero.

Pero al que más echo de menos es al vendedor de fruta que se pasaba el día voceando «¡watermelon, watermelon, ananaaaaaass!» Y que cuando veía que el negocio decaía cambiaba la cantinela por «¡vitaminas, vitaminas, rambo, viagraaaaa!» Y entonces media playa se daba la vuelta buscando la pastillita azul...

Pero también se pueden encontrar momentos de relax en Tenerife. Nuestro refugio era la maravillosa terraza chill-out del hotel en el que estábamos alojados. Beber un cosmopolitan frente al mar, descalza, en una cama blanca, con el sabor de la sal en los labios no tiene precio...¡Benditas vacaciones!

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