Sábanas atadas en las ventanas para pedir ayuda a los servicios de rescate: «Aquí hay gente atrapada»
Utiel fue la primera zona cero de la tormenta. Ahora toda la ciudad está en la calle, intentando devolverla a la normalidad
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Aunque el epicentro del desastre se sitúa en Paiporta, la primera zona cero fue Utiel. Las alertas de crecida del río Magro llegaron a las nueve y media de la mañana del martes. En un principio no preocuparon mucho. Por desgracia, es ... frecuente que el río, que pasa por la zona baja de la población, se desborde ante cualquier lluvia copiosa. «Aquí hay un problema con la Confederación Hidrográfica del Júcar que no permite que se arregle el cauce, pero la suerte es que la mayoría de las veces que se desborda sólo llega a unas huertas, y parece que a nadie le importe», explica a ABC Vicente Tarín, mientras acumula frente a la puerta de su casa todos los enseres que el agua ha dejado inservible. «Tenía que pasar una desgracia como esta para que empiecen a arreglarlo».
«Fue bestial, fueron prácticamente veinte horas seguidas sin parar de llover», explica. «A las 10 de la mañana el río ya bajaba lleno y la mayor parte de los vecinos se refugiaron en sus casas», añade. «Luego bajó la intensidad de la lluvia, pero sin llegar a parar. Nos quedamos sin luz, sin cobertura y cada vez más preocupados sin poder saber como estaban nuestros familiares y conocidos», narra cómo ha sido la noche.
A pocos metros, en otro portal de la calle Héroes del Tollo, a apenas unos cien metros del cauce que ayer se desbordó, un joven espera frente a la puerta destrozada de un garaje. Dentro, dos coches cubiertos de barro esperan a una grúa que los pueda llevar al taller. «A ver si podemos salvar algo», dice. «El dueño es mi amigo Robert, le estoy esperando porque ha ido un momento a casa de su suegra. Está en 'shock'». Cuenta que su amigo junto a su mujer han pasado toda la noche en el lugar, mientras veían como el agua crecía minuto a minuto. «Ha sido una noche horrible, es lo poco que ha podido contarme cuando he venido». En el balcón del primer piso resaltan una sábana y un trapo atados a los barrotes. «Son para llamar la atención de los servicios de rescate, para que supieran que había gente dentro», explica.
Lo cierto es que es una constante en varios de los balcones y ventanas. La recomendación corrió entre los vecinos y el día después las improvisadas señales de alerta siguen hablando de la desesperación de quienes han pasado la noche cercados por el río. En algunos casos no fue suficiente para salvar la vida. «Allí, en aquella casa, ha fallecido una mujer mayor. Estaba en silla de ruedas y no pudo subir al primer piso», explican Diego y Nicolás, dos colombianos que llegaron a Utiel hace tres años ya. Ahora tratan de salvar lo poco útil de su coche, destrozado junto al cauce. «Las herramientas y poco más», confiesan con decepción.
Viven en un cuarto piso, enfrente del cauce, y han podido ser testigos privilegiados de toda la tragedia, si es que en este caso se puede hablar de privilegio. Muestran vídeos que grabaron desde su casa: una mujer rescatada por el helicóptero, otro con el agua golpeando contra la casa en que murió la mujer, la unidad móvil de Policía flotando e incluso uno en el que se observa cómo su propio coche hace un recorrido en perpendicular por dos calles hasta quedarse atrancado con otros automóviles.
Toda la ciudad está en la calle. Unos, como Vicente, Diego o Nicolás, tratan de salvar lo poco que no ha destrozado el agua. Otros ayudan en lo que pueden. No faltan los cuerpos y fuerzas de seguridad que tienen una presencia doble. Mientras los agentes coordinan el tráfico de tractores y camiones en la zona, ellos mismos se convierten en damnificados. En el cauce del Magro un coche patrulla de la Guardia Civil descansa de lado. A pocos metros, sobre la acera, otro de la Policía Local, el que grabó Nicolás, está totalmente destrozado. En la otra orilla del río, otro de la Benemérita soporta el peso de un par de vehículos que el agua le ha puesto por encima.
Mientras, la labores no cesan. Manchados de barro hasta las cejas, los vecinos practican un triaje malsano: prácticamente todo lo que saquen de la casas es para tirar y lo acumulan a la entrada para que los tractores se lo lleven lo más pronto posible. No hay luz y hasta se agradece, porque los cables arrancados y pelados reposan sobre los charcos y amenazan con una electrocución si llegaran a estar funcionales. Por si fuera poco, hay una fuga de gas y todos andan con cuidado de que una chispa pueda provocar una explosión.