Superviviente de Boko Haram: «Degollaron a mi padre delante de mí, pero perdono y olvido»
Gracias a un proyecto de la Iglesia nigeriana, Janada Marcus ha superado el trauma y está más cerca de cumplir su sueño: «Quiero ser doctora, como mi padre»
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Su tímida sonrisa apenas camufla el dolor que todavía encierra su corazón y su alma. Janada Marcus viste el tradicional «aso ebi», el colorido vestido nigeriano de una sola pieza con un llamativo tocado, de la misma tela, en la cabeza. Tiene veinticinco años ... y acaba de finalizar sus estudios sanitarios. «Quiero ser doctora, como mi padre», nos dice sobre sus expectativas. Frente a ese poso de tristeza que trasluce su mirada, los vivos y festivos tonos con que adorna sus uñas nos hablan de futuro, o al menos, de cómo ella lo anhela.
Habla de perdón. Tiene que hacerlo: «Mi madre nos enseñó que Dios nos manda perdonar para que tengamos paz en nuestra mente». «Dios nos manda a perdonar a nuestros enemigos y es parte de nuestra fe cristiana», explica. Las referencias a su madre son una constante en sus palabras. Ambas son un ejemplo de la resiliencia de la mujer africana, pero para Janada, su madre es, además, el modelo. «Cuando rezo, yo los perdono, y ya tengo paz en mi mente», añade. «Yo olvido, perdono y olvido», concluye.
Pero, cuando habla del fatídico momento en que Boko Haram hirió su alma para siempre, su mirada se pierde y se muerde los labios, en un infructuoso intento de frenar sus palabras. Quizás con la secreta esperanza de que si evita verbalizarlo, esquivará el recuerdo y el sufrimiento. «Aquel día la luz se apagó en mi vida», nos dice. Pero es incapaz de seguir. Agacha la cabeza y baja la mirada. Janada se rompe al recordar cómo degollaron a su padre y prefiere, de nuevo, hablar de perdón y futuro.
Porque aquel día de «tortura y dolor» -como ha dejado escrito en un testimonio al que nos remite- Janada estaba junto a su familia trabajando en su granja de Maiduguri (al norte de Nigeria) cuando fueron rodeados por un grupo de terroristas de Boko Haram. Trató de huir, pero pronto comprendió lo inútil de la idea. ¿Cómo iba a dejar solos a sus padres? ¿A quién iba a pedir ayuda? «Decidí mantener la calma y dejar que Dios obrara un milagro», narra en su testimonio.
Apenas imaginaba el horror que todavía tenía que sufrir. Los integristas islámicos amenazaron a su padre con machete y le dijeron que solo los dejarían en libertad si mantenía sexo con su hija. Janada lloraba. Su madre, en estado de shock, apenas podía moverse ni articular palabra. Su padre, desesperado, buscó a ambas con los ojos. «Yo evité devolverle la mirada porque me daba vergüenza mirarle a la cara, me avergonzaba de lo que los hombres de Boko Harán habían sugerido», explica Janada.
«No puedo hacer eso con alguien de mi propia sangre, con mi propia hija; antes prefiero morir que cometer esta abominación», contestó su padre según recuerda la propia Janada. Y bajó la cabeza en un gesto de sumisión. No hubo piedad. Un fuerte golpe de machete acabó con su vida.
La sangre de su padre cubrió todo el suelo. «Le supliqué a Dios que me quitara la vida; de hecho, ya era un cadáver viviente, pero Dios hizo oídos sordos», recuerda Janada. Sin embargo, fue el momento para iniciar esa carrera de resiliencia, en la que es ya experta. Sacó fuerzas, y con el pañuelo que cubría su cabeza trató de frenar, infructuosamente, la sangre que salía a borbotones del cuerpo, ya sin vida, de su padre.
«Seis días como seis meses»
Cuenta que a partir de aquel momento su madre, de nuevo su madre, se convirtió en su ancla. Lo iba a necesitar. Dos años después volvería a ser víctima de Boko Haram. Esta vez fue secuestrada en la carretera cuando iba de viaje a la capital para hacer unas gestiones administrativas. La capturaron y la llevaron al bosque de Sambisa, una tupida foresta, al norte de Nigeria, donde los terroristas de Boko Haram se hicieron fuertes tras ser expulsados por el ejercito de las ciudades, como la natal de Janada, Maiduguri.
Según nos cuenta, fueron seis días de graves torturas «emocionales, físicas y mentales». Janada nos explica que los secuestros de Boko Haram tienen un doble objetivo: «El primero es conseguir dinero con el rescate, y si no lo consiguen, te matan». El segundo fin tiene que ver con lo religioso: «Te fuerzan a convertirte al Islam». Si no lo logran «a los hombres los matan y a las mujeres las castigan». «Si te conviertes al Islam te dan comida, donde alojarte, te lo dan todo», añade.

«Te fuerzan a convertirte al Islam, no lo logran, a los hombres los matan y a las mujeres las castigan»
Janada Marcus
Superviviente de Boko Haram
Janada no estaba dispuesta y a la primera oportunidad que tuvo escapó de sus captores. Fueron seis días, pero «sufrí tal cantidad de experiencias terribles y perversas, algo inenarrable, que me parecieron seis años». Volvió a casa, pero el trauma continuó. «Tenía pesadillas, sueños horribles y dejé de hablar con la gente», recuerda.
«Me resultaba casi imposible dejar atrás mi pasado. Lo que viví me alejó de Dios. Me era difícil confiar y volver a Él». Llegó un momento en que las «ganas de abandonar» parecían imponerse. «¿Dónde estaba Dios cuando mataron a mi padre? ¿Dónde estaba Dios cuando soporté torturas, agonías y penalidades? ¿Dónde estaba Dios cuando me iba a la cama con el estómago vacío?», eran los interrogantes que rondaban su cabeza. «Sentí que ser cristiana era una total pérdida de tiempo», añade.
«Recuerdo que en aquel momento quería morir», lo resume para ABC. «Pero mi madre -de nuevo- me decía yo no tenía que pensar en eso, que la vida iba a ir mejor. Todavía hoy me agarro a ese pensamiento». Fue cuando su madre la animó a acudir a la parroquia, donde el padre Fidelis, «rezó por mí y me aconsejó que acudiese al Centro de Atención al Trauma». Se refiere Janada a uno de los proyectos creado por la diócesis en Maiduguri y financiado, en parte por Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Allí vivió seis meses «de terapia, oración y orientación». Y encontró respuestas a aquellas preguntas que le martirizaban desde sus peores momentos. «He aprendido que Dios sigue siendo Dios. Pese a todo lo que he sufrido, seguiré confiando en él» explica Janada. «Paradójicamente, al final mi amarga experiencia me ha acercado más a Dios», afirma con consuelo.
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También fue tiempo para reorientar su vida. «Pedí que me ayudaran a continuar mis estudios y me ayudaron también». Ahora, con 25 años, está recién diplomada en Salud Tropical y Control de Enfermedades por el Ramat Polytechnic de Maiduguri y más cerca de conseguir su deseo -«Quiero ser médica, como mi padre»-, para poderle devolverle al destino aquella mirada que un día le hurtaron los terroristas de Boko Haram.
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