SED DE ABSOLUTO

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE LA música en vivo siempre aspira a quedar cerca de las palabras de Percy Bysshe Shelley: «sentir lo que percibimos e imaginar lo que sabemos». El poeta inglés fue uno de los autores de ese romanticismo cercano a la excitación y a la fantasía. Por eso la suya es una frase dicha para describir un arte dominado por el exceso de temperamento y de técnica. Aunque suene cercana y pese a que existan intérpretes como el Cuarteto de Tokio que actualicen su significado. El ciclo que el Liceo de Cámara de la Fundación Caja Madrid ha diseñado tomando a Viena como punto de encuentro ha vuelto a invitar a este grupo, que ofrece en Madrid en una doble actuación. Ataques de «furia» En el primero de los programas incluyó el cuarteto número 8 de Beethoven, contemporáneo del poeta. Y será bueno recordar los ataques de «furia» del primer movimiento para confirmar que el Tokio es un instrumento guiado por un mismo pensamiento. Con la intensidad de los más grandes aunque en el balance puede percibirse la responsabilidad de cada miembro: la vibración de solista del primer violín, el más reciente en el grupo, Martin Beaver, quien parece hacer buena la vieja idea del «primarius» como voz dominante del cuarteto; la modesta disposición del segundo, Kikuei Ikeda; el mate acabado de la viola de Kazuhide Isomura, forzado por la posición, prácticamente de espaldas al público, sentado en el lugar habitualmente ocupado por el violonchelo; así como la prudencia y sostén del violonchelista Clive Greensmith, quien ha redondeado su sonoridad acercándose a la de los más veteranos. Junto a Beethoven el Tokio colocó en el programa a Mozart y Webern, este último con su cuarteto «descatalogado» de 1905. Es curioso que el desgarro expresionista de esta obra, que su autor quiso olvidar por no representarle, suene tan fresco. Al margen de la admiración que pudiera levantar una interpretación tan cuidada en las medias voces, tan segura en los armónicos y tan precisa en la afinación. Pero es que la tensión interior transmitida por los intérpretes redundó en un resultado sin medias tintas, anteponiendo la sinceridad a la actuación; o lo que es lo mismo, prolongando más allá de su tiempo un pensamiento como el de Shelley, y con él la impresión de grandeza de este concierto./