Del tsunami de Japón a la riada de Valencia, mis nueve catástrofes
En comparación con los ocho tsunamis, terremotos y tifones que he cubierto en Asia, las inundaciones de la DANA en España han costado menos vidas, pero impresionan más por la solidaridad de los voluntarios y los fallos en la prevención y organización
Rescate en la peluquería de Masanasa: «Nos confiamos y seguimos trabajando porque aquí nunca había pasado nada»
![Con la fuerza de un tsunami, la riada arrastró los coches en las 'zonas cero' de esta catástrofe, como el barrio Orba o Parque Alcosa de Alfafar](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/valencia1-RP4sYZo37VAoy5fsBXu8RWL-1200x840@diario_abc.jpg)
Siempre pensamos que las catástrofes les pasan a los demás, en países pobres o menos desarrollados, no a nosotros en el llamado Primer Mundo. Pero la riada provocada por la DANA de Valencia ha causado el mayor desastre natural de la historia reciente de ... España, dejando unos 230 muertos y desaparecidos. Aunque afortunadamente no se llegó los miles de fallecidos que, con la exageración siempre agorera de las redes sociales, se anticipaba en esa tumba que iban a ser los inundados aparcamientos subterráneos de los centros comerciales, la cifra es altísima para una nación avanzada como España.
Sin contar la ya olvidada pandemia del Covid, que se llevó más de 120.000 vidas entre 2020 y 2023, la mayor tragedia natural en España desde la Guerra Civil sigue siendo la riada del Vallés (Barcelona) en septiembre de 1962, con entre 600 y 1.000 víctimas mortales. A continuación, se situaba el desbordamiento de la rambla Nogalte que, en octubre de 1973, mató a 162 personas en Murcia, Granada y Almería. Luego figuraba el reventón de la presa de Vega de Tera (Zamora) por las lluvias torrenciales de enero de 1959, cuando perecieron 144 de los 532 habitantes del pequeño pueblo de Ribadelago.
Más reciente en la memoria queda la riada de Biescas (Huesca) que arrasó el camping de Las Nieves, con 87 muertos. Y, en la misma Comunidad Valenciana ahora golpeada por su peor 'gota fría' del último siglo, la inundación del Turia en 1957, que se cobró entre 80 y 100 vidas, así como la pantanada desatada por la rotura de la presa de Tous en octubre de 1982, con 30 muertos.
En la rica y segura Europa, hay que remontarse más de siete décadas atrás para recordar grandes catástrofes como las inundaciones del mar del Norte en 1953, con 2.500 muertos en los Países Bajos, Bélgica y el Reino Unido. Poco después tuvieron lugar los desastres de los embalses de Malpasset en Francia (1959) y Vajont en Italia (1963), en los que perecieron, respectivamente, 421 y 2.000 personas. Les siguen devastadores terremotos como los que han sacudido a Turquía durante el último siglo, el mayor en febrero del año pasado con más de 50.000 fallecidos, y también a Italia, donde hubo 3.000 muertos en Irpinia en 1980, 309 en L´Aquila en 2009 y 299 en Amatrice en 2016.
Aunque la furia de la naturaleza es siempre incontrolable, la mortalidad se ha ido reduciendo con el tiempo gracias a las infraestructuras más resistentes de Europa y a sus mejores sistemas de prevención y emergencia. Pero, en un peligroso precedente de la riada de Valencia, las lluvias torrenciales que desataron grandes inundaciones en julio de 2021 en Alemania y Bélgica se llevaron 230 vidas, una cifra idéntica a la de ahora en España.
Una barbaridad para Europa
Para Europa es una barbaridad, pero está muy por debajo de las catástrofes que han golpeado a otros continentes menos desarrollados y más poblados, como Asia o América del Sur. Basta recordar el tsunami que, el 26 de diciembre de 2004, barrió media docena de países del Índico y mató a 230.000 personas, uno de los mayores desastres naturales de la historia. Pero no es el único porque, sobre todo en Asia, se han sucedido las catástrofes durante estas dos últimas décadas, en las que he estado destinado como corresponsal de ABC en China.
Desde mi primer terremoto en Yogyakarta (Indonesia) en mayo de 2006 hasta el último en Turquía el año pasado, me ha tocado cubrir ocho desastres naturales, entre seísmos, tifones, ciclones y tsunamis. Aunque ya poca gente lo recuerda, el más mortífero fue el ciclón Nargis en mayo de 2008, que costó 138.000 vidas en Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania). Apenas diez días después, el 12 de mayo, un terremoto de magnitud 8 sacudió durante dos minutos el suroeste de China, dejando cerca de 90.000 fallecidos en la provincia de Sichuan, de los que casi 20.000 nunca se encontraron entre los escombros. En noviembre de 2013, el tifón Yolanda (Haiyan) causó 6.300 víctimas mortales en la isla de Leyte (Filipinas) y, en abril de 2015, otro seísmo se cobró 9.000 vidas en Nepal. Tres años y medio después, en septiembre de 2018, un tsunami provocado por un terremoto de magnitud 7,5 en la isla indonesia de Célebes (Sulawesi)mató a más de 4.000 personas en la ciudad de Palu, que quedó totalmente arrasada.
![Montañas de coches destrozados se apilaban en el puerto de Shiogama, a las afueras de Sendai, tras el tsunami de Japón el 11 de marzo de 2011. Una imagen que recuerda a la devastación causada por la riada de Valencia](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/japon1-U27347685370HpR-760x427@diario_abc.jpg)
Más vivo en el recuerdo estará seguramente el tsunami que barrió la costa nororiental de Japón el 11 de marzo de 2011, que dejó casi 20.000 muertos y desencadenó el accidente nuclear de Fukushima, el peor desastre atómico desde el de Chernóbil en 1986. Por las dimensiones de su devastación y la psicosis nuclear, para mí fue la catástrofe que más me ha impactado cubrir y la que más me recuerda a la riada de Valencia, donde el agua que caía por los barrancos arrasó con todo lo que encontró a su paso como si fuera una ola gigante.
Aunque la mortalidad fue muchísimo mayor en Japón porque más de 400 kilómetros de su litoral nororiental fueron golpeados por olas de hasta 40 metros, la destrucción en el barranco de Paiporta se asemeja bastante a la desolación que vi en localidades muy castigadas como Otsuchi, Onagawa o Rikuzentakata. Caminando entre sus escombros con el barro hasta las rodillas, allí parecía que había caído una bomba, en lugar de un tsunami. Esa misma impresión, la de aterrizar en una zona de guerra, es la que uno siente ante la desolación que presenta la ribera de Paiporta, con sus puentes destrozados y los coches amontonándose frente a la planta baja de las casas. Al igual que en Japón, en las inundaciones de Valencia no hay una sola 'zona cero', ya que el agua barrió todos los pueblos visitados durante la última semana: Paiporta, Picaña, Catarroja, Benetúser, Alfafar, Masanasa, Sedaví y Algemesí.
Aunque la mortalidad fue muchísimo mayor en Japón, la destrucción en el barranco de Paiporta se asemeja bastante a la desolación que vi en localidades muy castigadas como Otsuchi, Onagawa o Rikuzentakata
«Estuvimos todos quitando agua y hasta pusimos una madera en la puerta, pero al final acabó entrando y llegó al quinto escalón del portal. En otros lugares del pueblo, subió hasta 1,70 metros», nos contaba con desparpajo Adrià De la Torre Fontanet, un niño de nueve años que estaba limpiando barro con una «granera (escoba)» frente a su casa en Algemesí. Por ser los más vulnerables, a quienes más duele ver en estas tragedias es a los niños y a los ancianos. La imagen del pequeño Adrià empujando el lodo hacia una alcantarilla abierta, que también conmovió a un voluntario que le dio una caja de galletas, me recordó al niño japonés que, con un palo, rebuscaba entre los restos de su casa derruida en Rikuzentakata tras el tsunami de 2011. «No tuve miedo y, aunque estoy cansado de limpiar tanto, lo que más quiero ahora es volver al cole y a jugar al fútbol, pero el campo está embarrado», nos confiaba Adrià ante su madre, Verónica Fontanet. Por suerte para él, el viernes pudo retomar las clases, pero no en Algemesí, sino en otro pueblo vecino, Guadasuar.
![Adrià De la Torre Fontanet, de nueve años, limpiaba el barro frente a su casa en Algemesí cuando un voluntario, conmovido, le entregó una caja de galletas](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/adria1-U05855334263YKZ-760x427@diario_abc.jpg)
Por el nivel de desarrollo y la capacidad de respuesta, habría que comparar a España con Japón aunque el archipiélago nipón esté mucho más preparado para luchar contra sus frecuentes desastres naturales. Pero en ningún caso con países en vías de desarrollo como Filipinas, Indonesia o Nepal, donde estas catástrofes agravan todavía más su ya de por sí delicada situación.
Más allá de sus parecidos y diferencias, todos estos países se asemejan en que parecen noqueados durante los primeros días, cuando la ayuda humanitaria y los operativos de búsqueda y rescate tardan en llegar hasta que, finalmente, se ponen en marcha y se agiliza su reparto. Lo vimos en Japón, paralizado además por la amenaza de una nube radiactiva, y lo hemos visto en Valencia.
Pero lo que no habíamos visto hasta ahora en otros lugares, o al menos no en estas magnitudes, son dos aspectos muy propios del carácter español. Por un lado, la solidaridad ciudadana, tan desbordada como los ríos. Y, por el otro, la impresentable lucha entre políticos de distinto signo culpándose unos a otros por una sucesión de errores letales e ineptitud que afecta a todos por igual. Solo en otro país mediterráneo y de sangre caliente como Turquía vimos una movilización parecida a la de los voluntarios españoles, ya que miles de personas colapsaron el aeropuerto de Estambul para ir a asistir a las víctimas del terremoto en la península de Anatolia.
![Imagen principal - El terremoto en la provincia china de Sichuan dejó casi 90.000 muertos en mayo de 2008 (imagen superior). En noviembre de 2013, el tifón Yolanda (Haiyan) causó 6.300 víctimas mortales en la isla filipina de Leyte (arriba a la izquierda). Por último, un doble seísmo de magnitud 7,8 se cobró 53.000 vidas en Turquía y otras 8.000 en Siria en febrero del año pasado (arriba a la derecha)](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/china1-U44801245314Deu-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - El terremoto en la provincia china de Sichuan dejó casi 90.000 muertos en mayo de 2008 (imagen superior). En noviembre de 2013, el tifón Yolanda (Haiyan) causó 6.300 víctimas mortales en la isla filipina de Leyte (arriba a la izquierda). Por último, un doble seísmo de magnitud 7,8 se cobró 53.000 vidas en Turquía y otras 8.000 en Siria en febrero del año pasado (arriba a la derecha)](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/filipinas1-U22008883266dbI-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - El terremoto en la provincia china de Sichuan dejó casi 90.000 muertos en mayo de 2008 (imagen superior). En noviembre de 2013, el tifón Yolanda (Haiyan) causó 6.300 víctimas mortales en la isla filipina de Leyte (arriba a la izquierda). Por último, un doble seísmo de magnitud 7,8 se cobró 53.000 vidas en Turquía y otras 8.000 en Siria en febrero del año pasado (arriba a la derecha)](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/turquia1-U52508273454jJL-278x329@diario_abc.jpg)
También de forma similar, aquel seísmo destapó la corrupción reinante en la construcción turca, ya que muchos edificios se derrumbaron por los malos materiales con los que habían sido construidos pese a contar con los pertinentes permisos legales gracias al pago de sobornos. En España ya se conoce la cadena de fallos y dejadez que propiciaron la catástrofe, pero está por ver lo que arroje la investigación sobre la falta de medidas que pudieron haber evitado, o al menos reducido, el alto número de víctimas mortales. Desde las alertas y la comunicación entre administraciones hasta la suspensión de las obras y planes hidrológicos, la catástrofe demuestra que muchas piezas han saltado por los aires en el sistema.
Lo mismo sucedió en Japón, cuando se descubrió que la connivencia entre las autoridades y la industria nuclear dio lugar a peligrosos fallos de seguridad. El más notable fue que la siniestrada central de Fukushima 1, donde el tsunami llegó a 17 metros de altura, se quedara sin electricidad para enfriar sus reactores porque sus generadores de emergencia de gasóleo se hallaban en un sótano que resultó inundado. Aunque habia un plan para trasladarlos a un lugar elevado, finalmente no se ejecutó porque costaba cien millones de dólares. Asumiendo su responsabilidad, el entonces primer ministro nipón, Naoto Kan, dimitió cinco meses después de la catástrofe tras controlar las fugas radiactivas de Fukushima y aprobar dos planes para la reconstrucción y un fondo para ayudar a las empresas, valorados en total en 120.000 millones de euros.
Al menos, en Japón se alojó de inmediato en pabellones, y luego en viviendas o casas prefabricadas, a 450.000 damnificados que perdieron sus hogares por el tsunami o fueron evacuados por la radiactividad que se escapó de Fukushima. Dos semanas después de la riada de Valencia, los vecinos de las plantas bajas, donde el fango llegó a dos metros de altura, se quejan de que «todavía no ha venido nadie para preguntarnos dónde dormimos o cómo estamos». «Si no hubiera sido por nuestras familias o por los vecinos de los pisos superiores que nos han acogido, estaríamos en la mierda«, se enojaba Remedios García en el barrio Orba (o Parque Alcosa) de Alfafar.
![Los vecinos de Masanasa retiraban el barro tras la riada, que llegó a dos metros de altura en sus casas](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/15/valencia4-U83386882155umg-760x427@diario_abc.jpg)
En muchos lugares, son los voluntarios llegados de toda España quienes están repartiendo la ayuda humanitaria, limpiando las calles y retirando los coches destrozados y escombros. Entre ellos destacan numerosos policías, militares, bomberos y sanitarios que, fuera de servicio, se han desplazado por su cuenta hasta Valencia. «¿Necesitas ayuda? Vamos repartiendo agua, comida y leche en las zonas más afectadas y llegando con el coche a los lugares más complicados«, nos ofrecía Juanlu, con acento andaluz, mientras recorría de noche las calles de Paiporta con su todoterreno cargado hasta los topes.
Caos y muerte
Para mí, y después de ocho catástrofes naturales, me toca algo que jamás pensé que iba a presenciar en mi país: la misma destrucción, caos y muerte que en estas dos últimas décadas en Asia. El año pasado, grababa a los soldados de la UME (Unidad Militar de Emergencias) ayudando al rescate de dos mujeres entre los escombros del terremoto de Turquía. La semana pasada, rastreando con el agua hasta la cintura los arrozales de la Albufera en busca de los cuerpos de una pareja rumana, Florin y Axinia, que ya han sido hallados e identificados.
A esta conmoción se suma la conexión de hablar el mismo idioma que los damnificados. Así, nada se pierde en la traducción y sus acentos y expresiones coloquiales hacen que un periodista empatice aún más con sus tragedias personales. En términos de mortalidad, la riada de Valencia es el menor de los nueve desastres naturales que he cubierto, pero el que más me ha impresionado por la cercanía con sus víctimas y por su devastación, similar a la de un tsunami. Pensamos que las catástrofes les ocurren siempre a otros, a los demás, en países más pobres y menos avanzados. Pero esta nos ha golpeado de lleno a nosotros revelando, para bien y para mal, quiénes somos.
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