El nuevo 'Me Too' español: ¿espacios seguros o cacerías?
Mientras en Estados Unidos despunta el declive de la ideología 'woke', en nuestro país el movimiento que señala abusos y acosos vive un nuevo renacer
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Íñigo Errejón, en 2020: «No hay denuncias falsas, hay una derecha fanática cuyo trabajo es criminalizar a las mujeres»
![De izquierda a derecha, Cristina Fallarás, Juan Codina e Íñigo Errejón](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/17/metoo-REb1WXm9caM0q4X1gDvPgeN-1200x840@diario_abc.jpg)
Surgía en 2017 un movimiento en redes sociales que se hacía rápidamente viral: el MeToo (en español «Yo también»). Consistía este en que las usuarias de esas redes compartían, bajo el 'hashtag' #MeToo, sus experiencias de abusos y acosos. El fin era dar ... visibilidad a comportamientos misóginos de toda índole, pero pronto devino en algo parecido a un tribunal inquisitorial al margen de todo ordenamiento jurídico mediante el cual señalar y exigir consecuencias para los supuestos perpetradores de tales atropellos, sin mayor prueba que la palabra dada, muchas veces bajo el anonimato de un pseudónimo.
Siete años después, la popular iniciativa vive en nuestro país un nuevo renacer, esta vez en Instagram, mientras en Estados Unidos despunta el declive de la ideología 'woke', de la que los movimientos identitarios fueron punta de lanza. Su primera consecuencia aquí ha sido la caída en desgracia del ya exportavoz de Sumar, Íñigo Errejón, acusado de comportamientos machistas y que fue muy beligerante, paradójicamente, a favor de aquel «yo te creo, hermana» y contra la existencia de denuncias falsas (de las que ahora se declara víctima). Estas se iniciaron en el perfil en Instagram de la periodista Cristina Fallarás, que comparte en esa cuenta testimonios anónimos que acusan de acosos y abusos (en algunos casos muy graves) a hombres, a veces también anónimos y otros fácilmente reconocibles por sus iniciales. Ahora publica un libro con ellos.
Tras esto, no tardaban en aparecer otras cuentas similares: una que denuncia a músicos granadinos, otra que expone al mundo editorial, otra con las ocurridas en Valencia, las ocurridas en Barcelona, en el mundo del rock o en el de las artes escénicas. La primera de ellas ya ha logrado que los raperos Ayax y Prok, acusados de graves abusos, hayan visto anulado un concierto próximo en el WiZink y que sus representantes rescindan colaboración.
![Ayax y Prok, en una foto promocional](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/17/ayax-prok-U71317381468erF-760x427@diario_abc.jpg)
También el actor Juan Codina era acusado en Instagram de ejercer violencia sexual y se veía suspendido de sus funciones como director y profesor de la escuela de interpretación Estudio Juan Codina, de la que es propietario. Todo ello, sin mediar denuncia en sede judicial, garantías procesales, presunción de inocencia o aportación de pruebas. Mientras algunos señalan estas prácticas como cacería y reclaman una vuelta a la cordura, las promotoras de estas iniciativas argumentan que son «espacios seguros» para las víctimas y reivindican su utilidad pública.
La senda de la razón
Para Yaiza Santos, periodista y coordinadora del libro «Indomables», que reúne distintas voces femeninas que, desde diferentes sensibilidades y frente al feminismo hegemónico que censura y cancela, reclaman un regreso a la senda de la razón, este fenómeno tiene ecos de aquel «akelarre» ocurrido en 2019 en Méjico, cuando «en una suerte de rapto histérico y desde una cuenta llamada 'metoo escritores mexicanos', se hacían también denuncias anónimas. Esa locura colectiva mezclaba lo mismo una violación que algo tan poco susceptible de ser delito como enviar una foto del miembro viril o ser insistente en el coqueteo.
Aquello terminó de manera dramática con el suicidio de un músico, Armando Vega-Gil, tras recibir una de esas denuncias anónimas. Ni él ni ninguno de los señalados pudieron defenderse en un tribunal porque ninguna acusación cristalizó en denuncia formal. «Un tribunal popular no puede sustituir a los verdaderos tribunales», apunta la periodista, coincidiendo con lo que también sostiene la jurista y articulista Paula Fraga, una de las firmas del libro coordinado por Santos, y que señala que «es cierto que denunciar violencia sexual es difícil y doloroso. Por eso debemos abogar por la mejora de la asistencia en primera intervención policial y, posteriormente, en sede judicial; pero no por denuncias públicas y anónimas. Los problemas de estas son muchos, desde el posible aprovechamiento espurio por parte de personas no damnificadas a la trivialización de la violencia sexual, pasando por el nulo respeto por la presunción de inocencia».
«Un tribunal popular no puede sustituir a los verdaderos tribunales»
Paula Fraga
Jurista y articulista
Para la columnista Berta García de Vega, también coautora del libro, una de las cosas preocupantes de todo esto es «el ambiente de sospecha continua sobre lo que es o no una agresión sexual que envenena las relaciones de chicos y chicas. La posibilidad de hacer denuncias en redes desde el anonimato convierte todo en terrorífico: sin presunción de inocencia, sin abogado, sin posibilidad de dar tu versión y que le crean 'las hermanas'. Es un lichamiento virtual. Me preocupa que se traslade a las niñas que lo normal es que sus compañeros sean unos tipos que van a sobrepasarse con ellas y con cero respeto a sus deseos, cuando eso no es la norma». «Las chicas deben saber que, si les pasa algo serio, ahí tienen un juzgado si estiman que es denunciable lo que les ha ocurrido. Que hay comisarías. Pero que la solución nunca puede ser una denuncia anónima en la red».
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«El MeToo», añade Marta Martín Llaguno, catedrática de Comunicación y Publicidad en la Universidad de Alicante y otra de las firmas de 'Indomables', «pudo tener algún sentido al principio: servir para visibilizar la violencia sexual (que, por cierto, la original Ley Integral de Violencia de Género no incluyó como tal). El problema es que se ha convertido en un movimiento inquisidor peligrosísimo que no contempla la garantía de los procesos y que pasa por la verdad como algo accidental. Es lo de siempre, esa sinécdoque del todo por la parte con los hombres y el manifiesto desprecio posmoderno por el respeto a las pruebas y a los hechos. Es decir, a la verdad. Y mientras tanto, las mujeres como commodities y, sus desgracias, espectacularizadas para conseguir clicks, visitas o espacio en la agenda. Eso genera, en muchas de nosotras, un contraefecto».
De igualdad a privilegios
También la escritora Teresa G. Barbat lamenta que «en nuestra sociedad, con sus contrapesos y legislaciones garantistas, el feminismo que se ha generalizado ya no es más que un movimiento victimista y excluyente, presa de la funesta y antidemocrática ideología de género. Y la mayor demostración es que, cuando ha llegado al poder, ha permitido unas leyes injustas que ignoran ferozmente los derechos, las libertades y la presunción de inocencia de la mitad de los ciudadanos. Ya no es el feminismo que luchaba por los derechos y libertades de las mujeres en unos países lastrados por tradiciones obsoletas. Lamentablemente, se pasó de pedir justicia a ser injustos, y de exigir igualdad a exigir privilegios». «Todo esto», tercia García de Vega, «contribuye a echar gasolina a una guerra de sexos que lo único que está consiguiendo es que se polaricen las posturas entre ellos y ellas. Algo nocivo socialmente, porque las mejores sociedades funcionan con confianza».
«No hay un solo problema real de las mujeres pendiente de resolver», concluye Yaiza Santos, «que lo solucione la hoguera pública montada en Instagram. Y lo peor de todo esto es que, a quienes montan estos 'akelarres' no les importan, en absoluto, las verdaderas víctimas. Todo esto es, a mi modo de ver, un nicho de mercado que ha sido en los últimos años un negocio muy lucrativo. Se han dedicado, desde la política, miles de millones de euros a ese tipo de proyectos dedicados a la investigación de género, y en él ha entrado la política y la universidad, y también la empresa. Lo mas triste es ver que, al final, no dejan de ser intereses mercantilistas y que las verdaderas víctimas se utilizan únicamente como sucia moneda de cambio».
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