SU NOMBRE ES EL DE TODAS LAS VÍCTIMAS
El escritor marroquí Mohamed El Morabet reflexiona sobre una imagen que ya es icónica. Una anciana llora, desolada tras el derrumbe de su casa en Marrakech. «No hay tragedia igual a la tragedia de la gente sencilla», escribe
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Se pone su ropa de casa, una túnica azul, y recoge su pelo cano con un pañuelo blanco de tela fina. Comprueba que la puerta que da a la calle no esté abierta, que el grifo de la cocina no gotee, que el calentador ... de agua y los fuegos estén apagados, que la puerta de la nevera esté bien cerrada, pues ya es vieja y el muelle está desgastado.
La rutina de cada noche antes de meterse en la cama hace hogar, supone vivir según un código intangible que va del pasado al futuro. A las seis de la tarde recibió el último audio de WhatsApp de su hijo: «¿Cómo estás, madre? Mañana iré a verte después de pasar por el mercado. Que dios te bendiga». Con la alegría del mensaje todavía rondando por su mente da por finalizado el día.
La noche tiene su propio ritual. Antes de cerrar los ojos, es importante sentirse en paz con el mundo que te rodea. Mañana tiene visita, mañana besará a su hijo. Intuye que recibirá algún regalo del mercado, alguna pieza de hígado de cordero que tanto le gusta, medio kilo de aceitunas maceradas con jengibre y ajo que le suben tanto la tensión como el ánimo, un par de merengues de la antigua pastelería francesa del centro. Es la forma en que su hijo le muestra su amor y cariño.
Asoma la cabeza por la ventana a una calle desierta, sin embargo, puede oír el ajetreo de los hijos de los vecinos. Aspira profundo las ráfagas de aire seco mezclado con la algarabía. Reconoce a los dueños de las voces, los acentos y las risotadas. Ya en la cama, cierra los ojos, repasa el día que acaba de concluir y piensa en lo que le deparará el mañana. Son casi las once de la noche. Hoy ha sido un buen viernes, piensa, murmurando deseos y bendiciones a la noche justo después de apagar la luz.
Un terremoto, poco después de las once, sacudió su casa y su antigua vida. Desconocemos cuál es el nombre de esta mujer, su edad o qué le emocionaba, pero su foto, su rostro desconsolado frente al muro rojizo de una casa ya derruida, ha dado la vuelta al mundo. No hay tragedia igual a la tragedia de la gente sencilla.
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