El estigma del Elías Ahuja: hablan los alumnos insultados, amenazados y señalados como violadores
Tres semanas después de los incidentes hemos escuchado la opinión de todo el mundo excepto la de los propios alumnos. Nadie parece haber mostrado interés por las personas que hay detrás de la foto del edificio. ABC habla por primera vez con ellos
Editorial | 'Colegio Ahuja', primero desmesura y después olvido
Hace ya tres semanas del revuelo en el Colegio Mayor Elías Ahuja, tiempo suficiente para que todo el mundo haya dicho lo que haya querido del tema, unos con más luz, otros con más sombra y casi todos aprovechando una situación desafortunada para sacar ... beneficio en forma de imagen. Feijóo. Almeida, Ortega Smith o el corifeo progre en pleno, todos se han subido al carro ventajista, como Enrique Ponce pero en políticos. Porque el mundo actual va de eso: en algún lugar estás tú, en otro lugar tu imagen con los valores que transmites, tus terrenos y tus dogmas. Y luego están las cosas que suceden fuera de ti, en el mundo real. El reto parece limitarse a conectar lo que sucede fuera con tus valores para que tu imagen digital se vea reforzada y, como consecuencia, tú puedas seguir comiendo risketos en el sofá mientras disfrutas con el olor a napalm que sale de la pantallita. Eso es todo.
Como nadie les ha preguntado a ellos, lo hago yo. Son dos jóvenes del Ahuja. Llegan por Retiro saltándose todas las indicaciones que les piden no hablar con la prensa y se sientan en una terraza frente a la Puerta de Alcalá. Miran hacia todos los lados intentando saber quién de todos los presentes seré yo y los veo hacer apuestas. Comprendo su despiste: todas las personas sentadas en esta terraza parecen periodistas. Y, de hecho, observo bien y veo que algunos lo son, por lo que extremamos la discreción. Piden café con leche y, pese a todo, parecen tranquilos. Están arrepentidos. Tienen claro que gritar por la ventana «a ver, putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea» es una barbaridad, algo sin defensa posible, una frase digna de cafres y un enorme error por el que la persona que lo dijo ha sido expulsada. Quieren dejar claro este punto para poder avanzar. Y lo consiguen, me queda claro.
Pero cerrado ese debate se abre otro. Se preguntan por qué todo el mundo ha aprovechado una gamberrada desafortunada, un error propio de chavales muy jóvenes –algunos menores de edad, subrayan– y una salida de tono de un grupo de adolescentes hormonados para hacerles responsables del heteropatriarcado, de la crítica a la educación que reciben las supuestas élites, de la cultura de la violación, del maltrato, del machismo, de los problemas de la juventud y de las tarifas de los colegios mayores, sin importarle a nadie cómo se sienten personas de 17 y 18 años que salen por primera vez fuera de su casa tras un linchamiento como el que han sufrido.
Tras insistir, logro hablar por teléfono con más protagonistas, algunos trabajadores del colegio, otros alumnos. Lamento no poder dar más datos, pero, en todos los casos, lo hacen saltándose las indicaciones que les aconsejan no hablar con la prensa ni con nadie, sobre todo después de haber visto cómo han sido tratados. Y como si doy más datos los puedo meter en algún problema, no lo haré. Sin embargo, el hecho de que no haya podido encontrar a ningún estudiante o trabajador del Elías Ahuja que quiera dar su nombre a ABC es ya una noticia en sí misma.
Juicio público
El hecho de que personas inocentes, sin ningún delito, ningún cargo y ninguna acusación en contra tengan que hablar desde el anonimato, con filtros y escondiéndose como si fueran delincuentes o topos de la Policía Nacional para proteger su propia seguridad física y su reputación futura ya es suficiente motivo como para hacer un reportaje. El hecho de que haya personas inocentes que, como ellos, se ven obligados a actuar como culpables solo porque ya han sido juzgados públicamente es la prueba definitiva de que el linchamiento es el modo de vida contemporáneo, el miedo un estado de animo general, el poder sonrojante de las redes sociales una metáfora de las cortinas arrancadas de las ventanas en los barrios puritanos y la sociedad del pánico un pesebre hediondo en el que recostamos la cabeza cada noche.
Avanzamos, me lo cuentan todo y hacemos resumen de daños: familias asustadas y estigmatizadas, padres que exigen al colegio una defensa mayor a sus hijos tras haber sido acosados públicamente delante de los ojos de toda España, hijos que eliminarán de su currículum que han estado en el Ahuja durante este años para no ser tachados de violadores «porque la noticia se olvida pero el nombre se queda y la foto también«, alumnos insultados en clase, gente que se calla en el 'bla-bla car' de vuelta a casa para que no los echen del coche, personas que vuelven a su ciudad natal con un cambio de 'look' porque han salido por la tele y que ven cómo, aún así, se les señala por la calle, amenazas, linchamientos, acusaciones de ser depredadores sexuales, ataques de los medios de comunicación, la Secretaria de Estado de Igualdad compartiendo en sus redes un montaje con el edificio en llamas, empleados perseguidos y un descenso importante en el número de peticiones de información de cara al curso que viene.
«Pagar 1.200 euros, hace de nosotros víctimas y no culpables», dicen estos jóvenes, e insisten en que ya han pedido perdón públicamente
Y lo que peor llevan, aún así, es el silencio general, la ausencia de empatía pública con un error que todos ellos han reconocido y por el que ya han pedido perdón. Se han convertido en el chivo expiatorio a través de cuyo sacrificio purificar los pecados de todo el Israel digital. Y lo peor, como decía Gistau, es la «autocensura en la que se refugian aquellos que viven con verdadero pavor a ser pasados por la quilla, a ser destrozados, escracheados, por los mismos lapidadores que se han cargado a Woody Allen».
He hablado con cuatro. Y solo me he encontrado con chicos normales, con chavales amables y educados que saben que se han equivocado. Lamento arruinarles la escena a los inquisidores de guardia, pero estos chicos no son Hannibal Lecter llamando a Clarise Starling por la ventana. Solo son personas jóvenes que, queriendo cachondearse de sus amigas de enfrente –tal y como ellas hacen con ellos– han cometido un error, han pedido perdón y se muestran asustados por su futuro.
Se les ha tachado de violadores y de 'manada' pese a la defensa que de ellos hacen las supuestas víctimas, esas chicas valientes y lo suficientemente empoderadas como para mandar a la mierda a quienes quieren instrumentalizarlas para obtener votos. Esas chicas que «nos han salvado la vida con su valentía al decir la verdad». Y enfatizan que en el Ahuja hay votantes de derechas, de izquierdas y nacionalistas; han dado conferencias Abascal, Monedero y socialistas como Urquizu o Bermejo; hay chavales gays, heteros y bisexuales, taurinos y antitaurinos y, en todo caso, lo único que les une a todos es la mala suerte de no haber nacido en Madrid y tener que pedir a sus padres un esfuerzo económico para poder estudiar una carrera mientras la izquierda, con su resentimiento habitual, carga por ese motivo contra ellos.
Aun siendo mucho, insisten, «pagar 1.200 euros, en todo caso, hace de nosotros víctimas y no culpables. Y, sobre todo, no supone tanta diferencia con una habitación en un piso si incluyes comida, transporte, lavandería y actividades«. Pero, aunque lo fuera, no es motivo para criminalizarlos. Su sensación es que no solos los atacan a ellos sino a todos los que optan por vivir en un Colegio Mayor. Y que a nadie le ha interesado explicar toda la iniciativa solidaria que llevan a cabo.
Autocensura
Incluso ellos mismos se comienzan a plantear no hacerla pública para no perjudicar a las entidades con las que colaboran. Me dicen que incluso han tenido que dejar de informar a través de las redes del menú que comerán, por ejemplo, solomillo, por si se interpreta como una provocación clasista y vuelve el linchamiento. A ese punto de locura hemos llegado.
Terminamos y se tranquilizan. «No ha sido para tanto», dicen, pero veo que se van al metro habiendo perdido la confianza en si serán manipulados, habiendo perdido la fe en las intenciones de los demás, preguntándose en qué tipo de sociedad viven, qué hemos hecho el resto en nuestra juventud, por qué no se les permite equivocarse, dónde estábamos en los malos tiempos y qué hacen los políticos preocupándose más por el berrido de unos chavales a sus amigas de enfrente que en proteger a esa propia gente de un linchamiento social. Me han dejado pagado el café. Y, ya por WhatsApp, me agradecen que, al menos una persona, haya mostrado interés por las personas que hay detrás de una noticia.
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