Notre Dame, retos y paradojas
La catedral no es un museo ni un mero símbolo cultural, por potente que sea. Es una iglesia, más aún, una catedral. Por tanto, un lugar físico construido para reunir a la comunidad cristiana
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![La catedral de Notre Dame](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/12/10/notre-dame-RpWebfA0yUrhbvWjKHEe45M-350x624@diario_abc.jpg)
La reapertura de la catedral de Notre Dame es, para cualquier católico, y también para muchísima otra gente de buena voluntad, un motivo de alegría, sin peros. Una prueba es la impresionante movilización que ha permitido llevar a cabo la reconstrucción en tiempo récord ... y sin recurrir al presupuesto público, gracias a las donaciones de cientos de miles de personas.
Otra ha sido, sin duda, la presencia de líderes mundiales en un acto que demuestra el alcance universal de esta iglesia que puede considerarse, sin duda, uno de los emblemas de Europa, una Europa cuyos grandes políticos se han congregado estos días en las naves impolutas de Notre Dame, pero que desdeñó incluir en su constitución una referencia clara a su fundamental herencia cristiana.
La forma en que se ha llevado a cabo nos deja paradojas como ésta y plantea una serie de preguntas a la Iglesia y a la sociedad europea. Una cuestión primordial es que Notre Dame no es un museo ni un mero símbolo cultural, por potente que sea. Es una iglesia, más aún, una catedral. Por tanto, un lugar físico construido para reunir a la comunidad cristiana, presidida por su obispo (sucesor de los apóstoles) en la celebración de la Eucaristía. Lo dijo preciosamente el Papa Francisco en un pasaje en el que se dirige específicamente a los fieles de París y de Francia: «quienes os precedieron en la fe lo construyeron para vosotros… para conduciros con mayor seguridad al encuentro con Dios hecho hombre y redescubrir su inmenso amor». Así ha sido durante siglos en medio de convulsiones y violencias varias, a través de pestes y revoluciones.
Y aquí está el primer desafío. Significativamente, el Papa dice a los católicos parisinos de hoy: «vosotros sois sus piedras vivas», y añadió: «que el renacimiento de esta admirable iglesia constituya un signo profético de la renovación de la Iglesia en Francia». Francisco habla de signo profético, la cuestión es dar carne y sangre cotidianas a ese signo en el corazón de Europa. Sin las piedras vivas que son los cristianos de hoy, las hermosas piedras ensambladas de la catedral pierden su significado. Las grandes ceremonias de estos días no reclaman ni a la nostalgia ni al triunfalismo, sino a la misión, humilde y paciente, pero llena de inteligencia y de coraje.
Es cierto que la aguja, las torres y las vidrieras de Notre Dame, dan testimonio ante el mundo del diálogo dramático entre el corazón de los hombres y el misterio de Dios, y que cualquiera ha podido, y podrá seguirlo haciendo en el futuro, entrar en sus naves para asombrarse, para alzar la mirada al Cielo, para adentrarse en su propio entramado de alegría y de dolor. Esto es algo que la gente común entiende sin grandes problemas, no sé si tanto los líderes culturales y políticos de esta hora convulsa, para los que esta catedral podría ser algo más que fuente de una emoción estética.
Es un hecho que millones de hombres y mujeres visitarán anualmente la catedral a orillas del Sena, y la mayor parte, quizás no hayan oído hablar siquiera de esa Señora que le da nombre. Ese es un signo de este tiempo, y otro reto para la Iglesia. Pero como dice al respecto el dominico francés André Candiard, «el manto de María es suficientemente amplio para proteger a todos sus hijos», incluidos quienes no la conocen, aunque, incluso inconscientemente, no dejan de buscar lo que sólo su Hijo trae al mundo.
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