«Jerte se salvó por un despliegue de medios impresionante»
Los vecinos alaban el operativo contra el fuego en Garganta de los Infiernos, que ha quemado 168 hectáreas
«Si no llega a haber el despliegue de medios que ha habido, el monte estaría ardiendo todavía». Lo dice María Felisa Buezas mientras camina con sus dos bastones de vuelta a Jerte por el sendero que pasa junto al camping Valle del Jerte, donde José Luis Rubio atiende la recepción. En diez minutos, entrega las llaves de sus bungalós a dos clientes. «El despliegue ha sido excepcional, se han portado fenomenal», dice Rubio, que el sábado se acercó a ofrecerles comida y bebida a los bomberos, «pero ni eso necesitaban, ya se las había dado Cruz Roja».
Es mediodía del lunes, y en el cielo de Jerte ya no hay ni humo ni hidroaviones. Al rato aparecen un par de helicópteros, que van y vienen durante una hora aproximadamente, descargando sus 'bambis' (helibaldes) sobre un incendio que agoniza. Siguen el vuelo de las aeronaves varios grupos de bañistas en la piscina del Nogalón, que ha reabierto.
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Con el caudal más bajo, eso sí, porque durante casi dos días, esa lámina de agua amansada se reservó para bebieran de ella los helicópteros. Si no fuera por ellos, nadie aquí pensaría que el sitio ha sido portada de los telediarios nacionales porque su monte se quemaba. Las 168 hectáreas que han ardido están tan metidas monte adentro que ni siquiera se ve la columna de humo que debe haber allí donde los helicópteros descargan el agua.
Sin rastro del fuego
En Jerte no hay el menor rastro de incendio ni en el pueblo ni en el camino al centro de interpretación de la reserva natural de la Garganta de los Infiernos, donde la Guardia Civil echa el alto.
Ahí, con los agentes y los sanitarios, está el alcalde, botella de agua en mano. «El incendio está controlado, y ya está la Guardia Civil investigando en la zona donde todo empezó», informa Gabriel Iglesias, que antes y después atiende a otros periodistas. Lo hacen también los vecinos. Por ejemplo, estas dos mujeres que dejan claro que no quieren ser mencionadas. «El despliegue fue fantástico», resume una de ellas. «Reaccionaron en seguida –continúa–. Por la noche ya había un montón de coches allí arriba (en el Horco, donde alguien hizo saltar la chispa) y por la mañana empezaron los helicópteros. Había más de doce y estuvieron todo el día allí echando agua. El despliegue ha sido espectacular».
«En mi casa –cuenta la otra vecina– estuvimos hasta las cuatro y pico de la mañana despiertos. Tuvimos que cerrar las ventanas porque entraba el humo y nos asfixiábamos». «Y por la mañana –completa su acompañante– era todo humo. Salías a la calle y pensabas 'madre mía, si es que no se ve nada'. Yo me preguntaba cómo sabían los pilotos dónde echar el agua. Desde el pueblo no se veía ni la montaña».
La pareja de andarinas se marcha y aparece María Felisa Buezas caminando con sus dos bastones. Los deja a un lado, bien apoyados, y en dos minutos hace un análisis en el que no falta una pieza. «En esto de los incendios, yo pienso que hay cosas que son inevitables, como por ejemplo las altas temperaturas que estamos sufriendo o que cada vez llueva menos en este valle en el que siempre llovió muchísimo. Pero hay también otras cuestiones que son predecibles y por tanto evitables, cosas en las que el ser humano sí puede hacer algo. Una es ser prudente cuando vas al campo. Otra es que si tienes unos intereses sobre tus terrenos que has visto contrariados, no los quemes, porque hacerlo es un delito. Y luego está la administración. Llevamos sufriendo una política medioambiental nefasta. En este valle llevamos tres décadas por lo menos poniendo trabas a agricultores y ganaderos. La gente con fincas en la reserva acaba poniéndolas a la venta, porque no dan permiso para hacer en ellas absolutamente nada. Y a la ganadería se le ponen tantos problemas que casi ha desaparecido».
«Yo he vivido de niña en la Garganta de los Infiernos -continúa- y recuerdo que estaba llena de cabras, vacas, majadas, pastores, cabreros... Había mucha vida. Ahora subes y no hay ni un rebaño. Como ya no hay nadie ahí, pues nadie limpia las trochas. Y como no hay animales que hagan el ramoneo, el resultado es que los caminos están llenos de maleza. Y con esta temperatura y esta falta de agua, eso es una bomba». «La administración debería salir de sus despachos y venir al terreno para hablar con los agricultores y ganaderos de aquí», concluye Marisa Felisa Buezas, que conduce a los forasteros hasta el camping.
En la misma puerta de recepción, David García aparca su coche y se despereza tras dos horas de viaje desde La Pueblanueva (Toledo). «Vi lo del incendio, pero no pensé que fuera motivo para dejar de venir -cuenta-. Pensé que si había algún problema, nos habrían avisado del camping». Sí cogió el teléfono Julián Melchor, de Plasencia. «Llamamos y preguntamos cómo estaba la cosa, y nos informaron de que podíamos venir sin problema», cuenta el hombre. «Nos dijeron que no podíamos hacer la ruta a los Pilones, pero como no teníamos intención de ir...», completa su mujer, Rosa Elena López.
Les escucha José Luis Rubio. «No hemos tenido cancelaciones, pero sí muchísimas llamadas de clientes que tenían reserva y preguntaban cómo estaba la situación», explica tras el mostrador de recepción. «La noche del sábado al domingo, un par de clientes dejaron sus parcelas, y algunos adelantaron la salida, pero hay que dejar claro que aquí no nos ha afectado el incendio en absoluto, que nadie que venga verá que aquí ha pasado nada», apunta Rubio. Y dice la verdad.
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