El eterno viaje a la vendimia francesa del jornalero andaluz
Unos 11.000 trabajadores de Andalucía recolectarán este año la uva para patrones del país vecino. Recogen así el testigo de sus antepasados, que llegaban a la frontera en tren con los bultos en cajas de cartón y eran tratados, recuerdan, «como animales». Las nuevas generaciones miran atrás con orgullo, ansiosas de un futuro mejor
Temporeros andaluces en la vendimia francesa: la necesidad obliga
Andalucía lleva 60 años mirando a través de la misma ventanilla en otro viaje de ayer que termina en Francia. Con septiembre llega la vendimia y son ya tantas las que soportan las espaldas de los jornaleros andaluces que su edad, en lugar de en veranos, bien se podría medir en cosechas de Cabernet Sauvignon.
En los pueblos de Jaén y Granada la vendimia francesa era conocida como la 'bien pagá', «bendito cambio del franco a la peseta», te dicen. Pero lo cierto es que a 11.000 andaluces siguen hoy compensándoles esas casi 20 horas de viaje en autobús hasta el país vecino.
«El trabajo es el mismo, pero España ha cambiado», cuenta Paco, que tenía 13 años la primera vez que vino a recoger la uva de un patrón francés. Eran los años del final de la dictadura y en algunos pueblos de Andalucía la miseria se había enquistado de tal forma que fue ya en suelo francés la primera vez que Paco vio un baño en su vida.
Ahora, desde la altura de sus 61 años, recuerda que entonces «les trataban como a animales». Viajaban en tren, con los bultos en cajas de cartón y salían del vagón por la ventanilla, casi en marcha. Al llegar a la frontera, los que lo lograban, los guardias franceses les hacían bajarse los pantalones para ver si «estaban 'quebraos'». Después les examinaban la mandíbula, para comprobar la salud de los dientes y acto seguido les obligaban a tomar una pastilla desinfectante por si traían alguna enfermedad de España. Solo hace 50 años de aquello.
«Son unos 10 euros la hora y echamos 8 al día. Así que podemos llevarnos limpios unos 1.700»
Paco
vendimiador en Francia desde los 13 años
Este mes, Paco ha venido a trabajar a un pueblo en la región del Languedoc, en Occitania. Se trata de Villerouge la Crémade, en la comuna de Corbières, que es conocida por sus viñedos. La paga que reciba este jornalero dependerá de los días trabajados, que suelen oscilar entre los 20 y los 25: «Son unos 10 euros la hora y echamos 8 al día. Así que podemos llevarnos limpios unos 1.700», afirma.
«El español es de fiar»
Llegó en autobús el primer domingo de septiembre junto a otras cuatro cuadrillas de trabajadores. Los pasillos del autocar van repletos de bultos. No solo llevan ropa de trabajo para un mes (a ninguno le falta la gorra para protegerse del sol), sino que traen comida para no gastar ni un euro en los supermercados franceses, a desmano desde las viñas y mucho más caros. Han metido hasta la matanza.
La mayoría de la gente viene de Quesada, un pueblo de unos 5.300 habitantes, en la provincia de Jaén. Los quesadenses ya saben que el viaje siempre llega después de la Feria, las fiestas del pueblo, unos días de juerga para preparar mente y riñones antes del esfuerzo que siempre acarrea septiembre.
La de Paco es la más pequeña de las cuadrillas. Ocho trabajadores que en las próximas semanas madrugarán cada mañana para recolectar la uva de las 19 hectáreas de vid propiedad de la familia Montoliu, unos patrones de origen español, más bien humildes, que empezaron a ser viticultores hace casi un siglo y recogen la cosecha para una cooperativa de la zona.
«Los primeros vendimiadores andaluces que trabajaron para nosotros llegaron a finales de los sesenta. El español es serio, de fiar. Nosotros llevamos toda la vida confiando en la misma gente», explica Marguerite, la patrona Montoliu.
La familia a la que se refiere esta agricultora son los Beltrán, que ya van por la segunda generación de manijeros, una figura clave en cualquier vendimia pues además de ser los capataces de la cuadrilla, también asumen el rol de intermediarios entre patrones y jornaleros antes del viaje. Hoy la manijera es Merce, que ronda los 60 y ha venido acompañada de su hija veinteañera y otros parientes. Pero antes que ella fue su padre, Ángel, «un hombre con mucha autoridad, con un profundo respeto al trabajo en la viña», recuerda Marguerite.
La complicidad después de tantos años se refleja hasta en el idioma y cuando hablan se mezcla el español afrancesado de los Montoliu con un andaluz cerrado de Jaén que conoce 'un peti pé' de francés, el de la supervivencia. «Cuando yo era más joven nos escribíamos cartas durante el invierno y ahora siempre nos llamamos en Navidad y no se nos olvida un cumpleaños», cuenta con orgullo Merce, que cuando escucha a Marguerite hablar de su padre corre a abrazarla, emocionada.
La tarde ya ha caído en Villerouge la Crémade, y los patrones se sientan a la mesa con toda la cuadrilla. En las casas que los Montoliu ofrecen a estos los jornaleros no falta de nada. Son dignas, cómodas y están equipadas. Pero Merce insiste en que se traen «hasta la leche».
Jaén, con una tasa de paro del 19,64 por ciento, supera en un punto a la media de Andalucía y en siete a la española
Jaén, con una tasa de paro del 19,64 por ciento, supera en un punto a la media de Andalucía y en siete a la española. La situación de la provincia no es en absoluto boyante y el objetivo de viajar hasta Francia es ahorrar para que el inicio del nuevo curso se haga más liviano.
Así lo relata Aurori, otra jornalera de Quesada: «Aquí no venimos de turismo, venimos a trabajar y coger impulso hasta la recogida de la aceituna, que es muy dura y tampoco se gana tanto para el esfuerzo físico que supone».
Dueños de cinco 'châteaux'
Ella llegó al sur de Francia en el mismo autobús que Paco y Merce, pero trabaja para unos patrones que nada tienen que ver con los Montoliu. Se trata de la familia Fabre, que ya hacía vino mucho antes de que Francia cortara la cabeza a sus reyes. Empezaron en 1605 y son propietarios de cinco 'châteaux' en la misma región del Languedoc, al sudeste de Occitania. Son los mayores productores (y empleadores) de la zona, tienen cuatro gamas distintas de etiquetados y, además de exportar vino a toda Europa, han abierto mercado en Estados Unidos.
Otros viticultores de la región aseguran que la familia Fabre es «'spéciale'», y lo dicen con esa ironía afilada, tan francesa, que dejan a cualquiera sin saber si pensar una cosa o su contraria.
Lo cierto es que Louis Fabre, que se encuentra al frente de la empresa familiar desde 1982, muestra a este diario su mejor cara después de algunas 'complicaciones' para entrar en el castillo.
«Mi familia lleva empleando a jornaleros de Andalucía desde el final de la Guerra Civil española. De hecho, en los primeros años había que tener cuidado con no mezclar a trabajadores franquistas y republicanos en la misma cuadrilla. Los españoles son, sin duda, grandes vendimiadores, y la diferencia con otras procedencias está en la forma en que se mueven en los viñedos. Siempre vienen grupos que se conocen y se llevan bien, se desplazan juntos a lo largo de las hileras, y esto es muy práctico porque se avanza mucho más rápido», explica Louis Fabre.
La única temporada en la que estos bodegueros no contaron con un grupo de vendimiadores de Andalucía (para esta cosecha ha venido una cuadrilla de 25) fue en 1992, coincidiendo con la 'Expo' de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Aquel año, cuenta el patrón, contrataron a un grupo de franceses «guapos y musculosos», que a los dos días querían volverse a su casa. Pero también vinieron jornaleros polacos y de otros países europeos que Fabre no recuerda, aunque no olvida que el resultado aquel año fue mucho peor. «Se desperdigaban por los viñedos y perdíamos mucho tiempo», apunta este terrateniente.
Los Fabre son, según ellos mismos aseguran, de los pocos viticultores que continúan recogiendo un 25 por ciento de la cosecha a mano. «La tendencia es que las máquinas estén cada vez más presentes en las labores de la vendimia, pero si se recoge a mano la uva se conserva mejor, más entera». Según este productor francés, contar con un mayor porcentaje de mano de obra puede llegar a encarecer el precio de la botella hasta en 20 céntimos. Pero aun así siguen apostando por la vendimia tradicional para conservar la calidad de un vino con siglos de historia.
La Guerra del Vino
La vid se cultiva en el Languedoc desde tiempos de los romanos. Tal es la tradición que en 1907 los viticultores de esta región protagonizaron lo que se conoce en Francia como 'La Révolte des vignerons' o Guerra del Vino. Los cultivadores de uva se manifestaron por la grave crisis agrícola de principios del siglo XX, una gran insurrección en la que tuvo que intervenir el Ejército francés. La dinastía Fabre participó en esta revuelta y en su Château de Luc guardan una de las pancartas que sujetaron los viticultores de entonces.
Las paredes de sus bodegas están llenas de acontecimientos históricos e incluso conservan un 'colorímetro', un instrumento que inventó uno de sus antepasados y que se utilizaba antiguamente para fijar el precio del vino en función de la concentración (del color).
El pasado de los Fabre es de novela y aunque todos los vendimiadores de la cuadrilla hablan bien de los patrones, lo cierto es que la relación entre ellos es inexistente. La única que se comunica con la acomodada dinastía es Rosi, la manijera del grupo, a la que también le viene el oficio de familia, pues su padre ya trabajaba de capataz para los Fabre hace medio siglo.
Muchas veces son los propios manijeros los que no reivindican todo lo que deberían ante los patrones por miedo a perder el favor de la familia. Colchones viejos, escasez de armarios, neveras... Si el capataz no reclama mejoras, no se producen. Según opinan algunas personas de la cuadrilla, «por momentos, parece que viviéramos en la época de Franco».
Ansias de cambio
Aurori es de la familia de los Zapata, que no es apellido sino mote. Sus padres y sus abuelos ya viajaban a la vendimia francesa, pero no siempre a la misma zona ni con los mismos patrones. «Los Fabre nos dan papel higiénico y patatas», dice.
![Una imagen de los años 60 de la familia de Aurori, apodados por la parte de su padre 'los Zapata'. La madre de Aurori lleva un pañuelo blanco en la imagen](/abc/abcnacional/noticias/202209/12/sociedad/media/cortadas/zapata-U52103151587qKY-624x350@abc.jpg?uuid=38a2a33e-32c2-11ed-bb87-2e557080d4fe)
Asegura haber perdido la cuenta de las vendimias que lleva y desde hace algún tiempo viene acompañada de sus hijos. Esta vez ha sido José Manuel, que tiene 20 años, y espera que esta por fin sea su última vendimia. Quiere ser guardia civil. «Nos sirve para sacarnos un dinerillo, pero espero aprobar la oposición y dejar de venir. No es como en la época de mis bisabuelos, pero sigue siendo muy duro», dice este joven andaluz.
Después de la uva en Francia, llegará la aceituna, o también la vendimia en La Rioja, la manzana... Muchos de los jornaleros que vienen a Francia van empalmando una recogida con otra. Pero también los hay como Paco, que tienen un trabajo fijo en el campo andaluz y viajan al país vecino «por desconectar un poco». En el caso de Aurori, también irá a la aceituna, aunque durante el resto del año tiene un empleo como cocinera en un hotel de Jaén.
Para los jóvenes quesadenses de menos de 25 años está claro: es dinero «fácil y rápido», pero casi todos los interrogados coinciden en que no les gustaría seguir ganándose así la vida.
Sus antepasados han ido engordando el álbum familiar con parras, remolques y cubos. Y aunque estudien y se esfuercen para que las fotos de su vida sean en otros lugares, miran hacia atrás con orgullo, «con la cabeza bien alta», y recuerdan a sus bisabuelos como héroes saltando desde un vagón de tercera al llegar a un país extranjero.
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