El drama de las donantes de óvulos y los hijos que no saben de dónde vienen
Es el mayor temor de los donantes de gametos y una necesidad para los niños de la 'in vitro'. El anonimato, que prevalece en la ley española, divide a las dos partes más vulnerables del negocio de la reproducción asistida. Sin embargo, cada vez más países optan por el fin del secreto genético
Más del 8% de los niños nacidos en 2020 en España lo hicieron gracias a la reproducción asistida

Son las dos partes más vulnerables del negocio millonario de la reproducción asistida y, quizá, sus intereses sean irreconciliables. Los donantes de gametos y los hijos de éstos, nacidos por fecundación 'in vitro', no se ponen de acuerdo con la cuestión del anonimato: ... los primeros exigen que se preserve su identidad y los segundos necesitan saber de dónde vienen. Precisamente, para poder construir una identidad por el momento incompleta.
Las donantes de óvulos, mucho más traumatizadas que los de esperma, decidieron iniciar ese proceso por necesidad económica, en la mayoría de los casos. Y si bien la extracción fue físicamente dolorosa, al final, su mayor temor surge sólo con pensar que tienen hijos genéticos que un día puedan llamar a su puerta. Pero esos niños, algunos ya adultos convencidos de que ha llegado la hora de levantar el secreto sobre la identidad de los donantes que prevalece en la ley española, han iniciado la búsqueda.
LA CARA A
Hablan los hijos que quieren saber quiénes son sus padres biológicos
Cuando Miquel Roura va con sus hijos al pediatra y le preguntan por sus antecedentes familiares, enmudece. No conoce casi nada de su familia biológica paterna, ya que su madre logró quedarse embarazada, en 1981, gracias a una donación de esperma anónima. Ella ni recuerda haber firmado un contrato con la clínica privada donde se inseminó. Y guardó el secreto, temerosa. Entonces, no poder concebir causaba una gran vergüenza. «Incluso el consejo médico era no contarlo», justifica Roura.
Él se enteró con 15 años, cuando su padre sufrió una enfermedad neurodegenerativa y su familia decidió contarle la verdad. Al principio no le dio muchas vueltas, heredó la losa de ese secreto que habían llevado sus padres durante años.
Pero hace más de una década, cuando se generalizó internet, vio que en Australia, Francia y Estados Unidos había movimientos de otros hijos de donantes para conocer sus orígenes. Y se convirtió en un activista de la causa. «Ahora se están abriendo muchos debates éticos en torno a la gestación subrogada o inseminación 'post mortem', pero nos olvidamos con qué derecho se nos dice a los hijos de donantes que no podemos conocer nuestros vínculos genéticos», lamenta.
En España, tanto la Ley de Reproducción Asistida de 2006 como la anterior, de 1988, garantizan que la donación sea anónima. Estos hijos de donantes -4.778 sólo en 2020, 4030 bebés gracias a semen de terceros y 748 gracias a ovocitos- tienen derecho, eso sí, a obtener información general que no incluya la identidad. Sólo en «circunstancias extraordinarias que comporten un peligro cierto para la vida o salud del hijo» se puede levantar ese secreto. Roura, con un test de ADN casero, localizó a cuatro primos hermanos biológicos. Estos parientes le dijeron que no querían desvelar la identidad de aquel que donó con intención de anonimato. Vuelta a la casilla de salida, a su pesar.
La Sociedad Española de Fertilidad (SEF), sin embargo, considera que esta ley es «equilibrada» porque conjuga los intereses de las familias que se someten a estos tratamientos, los donantes y los niños que nacen gracias a este proceso. «Es una situación controvertida. Los hijos sostienen que el conocimiento de sus progenitores biológicos conecta directamente con su dignidad personal, pero en derecho no hay situaciones de reconocimiento absoluto. Cuando hay varios intereses deben ponderarse. El modelo español es además un éxito para las parejas, en algunos países en los que se suprimió el anonimato hay carencia de gametos», argumenta Fernando Abellán, asesor jurídico de la SEF.
Entre los países que permiten conocer a sus padres genéticos, cada vez más, están Portugal, Reino Unido, Alemania, Suecia, Bélgica u Holanda. El Comité Español de Bioética emitió en 2020 un informe en el que recomendaba eliminar el anonimato para favorecer «el interés superior del menor» pero sin retroactividad, ya que consideraban que así será más sencillo cambiar el paradigma actual en el que impera el anonimato. Sin embargo, la composición de este organismo cambió en 2022, y ahora, consultado por este diario, el nuevo Comité prefiere abstenerse de dar su opinión porque «no ha debatido sobre este tema y por tanto no tiene información actualizada, ni opinión fundamentada al respecto».
Zuriñe Burrillo ha intentado en varias ocasiones reclamar información general sobre su padre biológico al Hospital de Cruces de Bilbao, donde su madre se sometió a un tratamiento de fertilidad en 1982. Ella no supo la verdad sobre su concepción hasta que no tuvo 22 años, tras el fallecimiento de su padre por una enfermedad hereditaria. Su madre se vio en la obligación de contarle la verdad.
«Tengo curiosidad por saber de dónde vengo, pero también me preocupan las cuestiones médicas: cuántos problemas puedo heredar o cuántos medio hermanos puedo tener por el mundo. Creo que es muy importante que en estos procesos haya transparencia. No hace falta tener una relación con el donante, simplemente conocer algunos datos. Ahora las pruebas son más estrictas, pero no sé qué tipo de test se hacían entonces, ni el seguimiento que se ha hecho a los donantes».
Registro tardío
En este sentido, uno de los mayores problemas es que en España aún no se ha promulgado el Real Decreto que debe validar el Registro Nacional de Donantes -el llamado SIRHA, Sistema de Información de Reproducción Humana Asistida, que recoge datos de la mayoría de clínicas- cuya creación ya se preveía en la ley de 1988, pero no empezó a funcionar como programa piloto hasta 2021. Un vacío legal de más de 30 años. «Antes cada clínica tenía sus propios registros y no se compartía esa información», señala el doctor Joaquín Llácer, director médico de Ginefiv, que indica que nunca se ha topado con un caso en el que hayan tenido que levantar el anonimato por problemas médicos o de orden legal.
«Puede haber miles de personas que no sepan la verdad. Mi madre aún tiene ese tabú. Sin el test de ADN, yo no me habría enterado»
Bàrbara Vidal, niña de la 'in vitro'
Los hijos de la 'in vitro', algunos agrupados en la asociación NDA Drets, no creen que sea tan descabellado pensar en casos de donantes que repiten, especialmente hombres. Bàrbara Vidal, de 28 años, que se enteró hace apenas tres años de que su padre genético no era quien pensaba, cree que hay miles de personas que no saben aún que comparten genes con un desconocido. «Y probablemente no lo sepan nunca. Si a mí no me hubieran regalado un test de ADN casero, quizás mi madre nunca me lo habría dicho. Tiene todavía ese tabú. Sabía que había sido concebida con técnicas in vitro, que había sido muy deseada… Pero lo de la donación fue un shock, aunque por una parte siempre quise tener hermanos».
Esa sensación le ilusiona y le inquieta a partes iguales: «Mi madre, que me apoya en esta búsqueda, se hizo también una prueba genética y le salieron 2.000 coincidencias menos que a mí. Creo que es importante que la gente conozca esta problemática, al final nos acabaremos encontrando».

Un discurso condescendiente
En su caso, como en muchos otros, siente rabia contra «el negocio de la reproducción asistida». Sus progenitores, señala, invirtieron mucho dinero en el tratamiento. Hasta quince intentos de embarazo realizaron. «Me duele ese discurso paternalista de las clínicas, que sientan que nuestra opinión no importa porque somos pocos», admite esta joven veinteañera. Ver el debate de la gestación subrogada abierto en los medios, casi omnipresente a raíz del caso de Ana Obregón, les ha removido aún más: «Al final todo tiene que ver, entra dentro de esta locura del negocio de la reproducción y ese discurso del supuesto derecho de ser madre o padre».
Saber quiénes somos y de dónde venimos, además de ser un reconocimiento incluido en el Convenio de los Derechos del Niño de 1989 ratificado por España en 1990, es una necesidad para todo ser humano. Lo importante en estos casos, explica la psicóloga Raquel Huéscar, es que en los padres tengan clara la decisión de recurrir a un donante y lo aborden con naturalidad.
«Si para ellos no es un conflicto o algo a ocultar, se lo transmiten a los hijos de otra manera. En general, cuanto más conocimiento hay, menos fantasía se despierta en los pequeños», asiente. Es justo lo que le pasó, sin saberlo, a Manuel Romero. Con 15 años, empezó a hacer terapia por problemas en los estudios. Se sentía engañado, tenía rabia contra el sistema. Con 22 años, su padre se vino abajo y confesó que no llevaba sus genes. Y le pidió que no se lo contara a nadie. «Vivimos en un pueblo pequeño y nos conocemos todos. Entiendo los miedos de mi padre, en ciertos ambientes si eras infértil no eras tan hombre», recuerda. Lo que lamenta, como sus compañeros, es que hay dos partes (adultas) que hayan decidido por ellos sin tenerles más tarde en cuenta.
Él mismo, por su experiencia vital, reconoce que tiene sentimientos encontrados con la paternidad: no está seguro de si quiere tener o no descendencia. «Al final podemos tener el padre que nos ha criado, un padre adoptivo, o incluso podemos considerar padre al jefe que nos ha enseñado todo. Puedes sentir lo que quieras, pero los genes son unos y tienen mucha importancia», zanja. Un dilema invisible a ojos de quienes sí conocen sus raíces.
¿Es ese conflicto tan evidente para las donantes?
LA CARA B
Responden los donantes, que exigen seguir siendo anónimos
En las universidades españolas, entre carteles de «se busca compañero de piso» y «se venden apuntes de Civil», lleva años colándose un anuncio mucho más efectivo de lo que pudiera pensarse: «Dona tus óvulos, ayuda a otra mujer a ser madre».
A Beatriz, que hoy tiene 30 años, le llamó la atención aquel cartel cuando empezó a estudiar Historia en la Universidad de Cantabria. Necesitaba dinero para poder pagarse la matrícula y llegó a hacerse seis extracciones de óvulos (el máximo que permite la ley): se llevó 600 euros por cada una. Lo llevó en secreto, porque, dice, «ya entonces me parecía raro contarlo» y, desde luego, «agradable no fue».
Esta joven explica que cuando estaba inmersa en el proceso se sintió hinchada, abotargada, con un malestar general: «No me lo advirtieron, pero noté como si me pesaran cada vez más los ovarios», pero también experimentó cambios de humor e hipersensibilidad en la piel.
Y aunque el recuerdo de aquellos cambios corporales no es grato, por lo que más ha sufrido Beatriz durante todos estos años es por las posibles consecuencias de su acto: «Lo pasé muy mal cuando se habló de que los expedientes de las donaciones se abrieran a los niños. Yo genéticamente tengo hijos por ahí, pero no son míos porque ni los siento ni los quiero. Lo único que me aseguraron es que yo sería anónima, por eso lo hice».
Una década después de su donación, reconoce que «le machaca» que alguno de esos niños pueda tener problemas genéticos. «No me informaron de casi nada. Recurrí a ese proceso por necesidad económica, jamás lo hubiera hecho por cumplir los deseos de un desconocido. Entonces necesitaba el dinero para mejorar mi vida y fue como si me cortaran una mano».
«Lo pasé muy mal cuando se habló de que los expedientes de las donaciones se abrieran a los niños. Yo genéticamente tengo hijos por ahí, pero no son míos porque ni los siento ni los quiero»
Beatriz, donante de Santander
Para María, que 'donó' su material genético cuando tenía 20 años, fue aún más duro físicamente: «Notaba como si tuviera dos huevos de Pascua en mi vientre». La donación de óvulos no es buena para la salud reproductiva de la mujer y «no la recomendaría nunca», advierte Gerardo Ventura Serrano, de AEGO (Asociación Española de Ginecología y Obstetricia). Este médico también señala que las chicas muchas veces no saben a lo que se exponen.
«Me dieron un libro que parecía una Biblia para que lo leyera antes de la extracción, pero no lo hice porque tenía mucha necesidad y debía hacer frente a los pagos de la escolarización de mi hija, que entonces tenía 3 años», recuerda María, que acudió a la clínica Ivi de Almería.
«Cuando desperté de la anestesia, después de la extracción, me dieron el sobre con 800 euros en efectivo. Hay cosas que se me quedaron grabadas: me dijeron que si la familia que había recibido mi óvulo quería 'repetir', no me pagarían 800 euros por la extracción, sino 1.200. Aquello me impactó tanto que cambié de teléfono. No quería que volvieran a contactar conmigo nunca más. Están comercializando, lo venden como un gesto altruista, pero no lo es».
Ya sea altruista o no, se trata de un gesto cada vez más común. Se calcula que en España, y según datos del Comité de Bioética, uno de cada tres tratamientos de fertilidad se hacen con donación de gametos. El valor de los procesos de reproducción asistida realizados en nuestro país se cifró en 2021 en 660 millones de euros, según datos del Observatorio de DBK. El 75,7% de ellos se llevan a cabo en centros especializados de titularidad privada, y el resto en hospitales (el 12,9% en públicos y el 11,4% en privados). Un verdadero negocio donde el eufemismo se ha terminado imponiendo.
El resquicio legal que utilizan las clínicas
La Ley Española de Reproducción Asistida de 2006 deja claro que la donación deberá respetar precisamente este «carácter altruista, no pudiendo en ningún caso alentar la donación mediante la oferta de compensaciones o pagos». Sin embargo, en esta misma norma también se especifica que el pago resarcitorio «sólo podrá compensar estrictamente las molestias físicas, los gastos de desplazamiento o laborales».
Un resquicio legal que permite a las clínicas justificar esta «compensación por las molestias», para evitar hablar de pago. Se trata de un intercambio éticamente controvertido y cuyos límites son difíciles de trazar. Así lo cree Carmen Masse, directora del Máster Universitario de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas: «Que la compensación sea un incentivo o no dependerá de la situación económica de la donante y sus necesidades. Una cantidad que ronda los 1.000 euros puede suponer un importante estímulo para muchas mujeres en la situación actual, más aún en chicas jóvenes en edad universitaria, objetivo principal de las campañas publicitarias de donación».
Sobre esta cuestión, el Ministerio de Sanidad especificó en 2022 que el límite de la compensación sería de 980 euros para la donación de ovocitos y 45 para la de semen. Pero, en la práctica, y como se puede comprobar en varias páginas web de estas clínicas de reproducción asistida, ese tope no siempre se aplica.
Masse también apunta que, respecto a las molestias, hay una gran diferencia entre la donación de gametos masculinos y femeninos, que se refleja en la compensación económica que se da. Por la extracción de esperma, los chicos reciben en torno a los 50 euros, aunque la cantidad puede variar dependiendo del centro.
Hombres y mujeres no lo ven igual
Ellos y ellas lo viven de forma muy distinta. Tras el caso Ana Obregón, muchos donantes han recurrido a las redes sociales para hablar de su experiencia. Y si son abundantes los perfiles masculinos que han publicado mensajes del estilo «doné esperma hace un par de años, e igual ya tengo hijos por ahí», las donantes lo recuerdan de forma más traumática.
No es casualidad que en los reclamos publicitarios dirigidos a hombres se aluda a a la virilidad con eslóganes como: «Eres joven y te sobran millones. Hazte donante de semen» o «Tu gesto tiene recompensa, dona esperma». Para ellas, dice Masse, «se da por hecho que el dinero no les va a mover y que el verdadero reclamo es ayudar a otra mujer». Así, nos encontramos con mensajes como: «Muchas mujeres sueñan con la posibilidad de tener hijos. Ayúdalas».

«Cuando alguna amiga bromea con que puedo tener muchos hijos por ahí, sufro. Me entra un cargo de conciencia enorme»
María, donante de Almería
María asegura a ABC que en los últimos días, que se ha hablado tanto de estos temas, ha sentido el impulso de «desahogarse un poco», al recordar cómo vivió la donación de sus ovocitos. «Cuando alguna amiga bromea con que puedo tener muchos hijos por ahí, sufro. Me entra un cargo de conciencia enorme y prefiero no pensarlo. Entonces era una niña y no fui muy consciente de lo que hacía, por mi juventud. No le deseo a nadie que pase por este proceso». Sin embargo, y aunque no son mayoría, también hay mujeres que donaron de forma altruista o que tienen el deseo de hacerlo en el futuro.
Así lo ve Alba, a la que le gustaría poder cumplir el sueño de otra familia. «Soy hija de mi madre y de una donación de esperma. Estoy aquí gracias a que una persona quiso dar su material genético, así que me gustaría poder donar mis óvulos». Tanto Alba como su madre, Rosa, creen que en España se debería poner fin al anonimato, aunque la joven nunca haya sentido la necesidad de saber quién fue el donante que hizo posible que ella naciera.
«Los niños que desarrollan traumas son aquellos a los que se les oculta la verdad. Escribí un cuento para explicarle a Alba de dónde venía cuando cumplió 3 años. Sin embargo, puede haber quien lo viva de otra manera. Todas las personas tienen derecho a conocer sus orígenes», zanja Rosa.
Pero esa es la idea que precisamente martiriza a chicas como Beatriz y María, que no quieren ni siquiera pensar en los niños que llevan su ADN. Echando la vista atrás, muchas lamentan haber mirado el tablón de anuncios de la universidad en busca de dinero rápido, pero no fácil.
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