Nuria, tras adoptar un embrión: «Dios me lo pidió, así salvé a mi hijo de seguir en un congelador»

Decidió implantarse uno sobrante de un proceso de fecundación in vitro al saber que la Iglesia no lo prohíbe. En la primera clínica de España que inició estos trámites de adopción recuerdan a una monja que colgó el hábito para implantarse un embrión'huérfano'

Nuria, que prefiere ocultar su identidad, posa con un rosario entre los dedos. Su historia es la de una creyente que decidió 'salvar' un embrión congelado sin dueño GUILLERMO NAVARRO

¡Mamá, ven a jugar a la play! Nuria atiende la llamada de su hijo de ocho años siempre que puede. «Nunca lo imaginé, pero he jugado hasta al Fornite», confiesa, exteriorizando su propia sorpresa, mientras explica que Álvaro vino al mundo, también, porque ... ella atendió una llamada.

Aunque para conocer el verdadero origen de esta historia hay que remontarse a una conversación. La que Nuria, católica practicante, tuvo con un cura amigo. Cercana a grupos provida, había ido a muchas charlas en parroquias en las que se hablaba de reproducción asistida. «La Iglesia está en contra de estas técnicas, pero ¿qué pasa con la adopción de embriones? Ahí el daño ya está hecho», relata a ABC. Se refiere a los embriones que se quedan congelados tras los tratamientos de fertilidad, donde se fecundan más embriones de los que se implantan.

En mayo de 2022 se acumulaban en España 668.082 embriones congelados. Un 12% están abandonados

«Pasados unos años, los embriones quedan bajo la custodia del centro, pasan a ser propiedad del mismo y a partir de ahí, se pueden destruir, donar o destinar a la investigación…», desgrana Nuria. Según la Sociedad Española de Fertilidad, en España se acumulaban, en mayo del año pasado, 668.082 embriones congelados. Se calcula que un 12% del total están abandonados, huérfanos, sin que las parejas hayan decidido qué hacer con ellos. Suman 80.169.

Nuria, junto a alguno de los objetos de su hijo Álvaro, de 8 años GUILLERMO NAVARRO

«Mi amigo el sacerdote me dijo que la Iglesia no prohíbe la adopción de esos embriones que ya están congelados, pero que no lo fomenta para que no se entienda mal». A ella, nos cuenta desde su casa, le hubiera gustado casarse y tener hijos, pero con 44 años ya tenía más que asumido que no iba a pasar. «Yo disfrutaba de una vida muy cómoda. Un niño venía a complicármela», recuerda. «Pero al escuchar al sacerdote se me abrieron los ojos. Llevaba años dándole vueltas. Recé y recé y sentí que Dios me decía 'es lo que tienes que hacer'. Sí, Dios me lo pedía».

«Quiero un niño hecho»

Llamada atendida: «Comencé a investigar sobre clínicas de fertilidad y me decidí». Lo primero, visita al ginecólogo. «En el informe que me dio para llevar a la clínica ponía que se iba a iniciar un proceso de inseminación», recuerda. «No, no quiero hacer niños nuevos, quiero uno que ya esté hecho», tuvo que recalcar. «Entiendo que las parejas que acuden a las clínicas quieren tener sus propios hijos, pero para que te transfieran un embrión se han fabricado otros tantos y muchos se quedan allí porque sobran. Me da muchísima pena», recalca. Por eso, a quienes acuden a la In Vitro les recomienda «que no fecunden más de los que pueden tener. Estás dejando hijos en un almacén».

«No va a tener padre», le dijeron algunas personas de su entorno al conocer su plan. «No, pero tendrá una vida», contestaba ella. Su familia la apoyó, pero no todos entendieron la decisión.

Le implantaron dos embriones. Uno «está en el cielo». Álvaro se agarró a la vida, aunque no fue un embarazo fácil. Sin embargo, llegó a plantearse repetir. Volver al orfanato. «Pregunté en la clínica si mi niño tenía hermanos congelados y me dijeron que no». Volvió a rezar. «Sí, sí, llegué a pensar hacerlo otra vez, lo medité y no noté lo mismo, de modo que concluí que Dios ya no me lo pedía». Y la edad: «Si hubiera sido más joven, por supuesto que lo hubiera hecho más veces, porque hubiera salvado más niños de los tanques de congelación».

El Institut Marquès de Barcelona es pionero en estas técnicas de 'adopción' de fetos congelados ABC

Por su hijo, la madre prefiere mantenerse en el anonimato. Nuria y Álvaro son los nombres que ella ha elegido para el reportaje. «Al principio lo contaba, también porque no quería que nadie pensara que era una inseminación, pero me di cuenta de que mucha gente no conoce la diferencia», desgrana. Cuando Álvaro creció, concluyó que no tenía por qué dar información sobre su hijo: «A él se lo he contado al nivel de un niño de ocho años». «Hace poco vino una mujer suiza con su hija de 11 para ver el laboratorio, quería explicarle cómo había nacido, ahora que ya tenía edad para entenderlo», relatan en el Institut Marquès de Barcelona, con centros en España, Italia y Reino Unido.

Un 10% de las parejas que acuden a la adopción de embriones lo hacen por cuestiones éticas o religiosas

La clínica fue pionera en la adopción de embriones. Empezaron en 2004, acogiendo embriones de otras clínicas de Europa, y cifran en más de 2.000 niños los que han nacido con este sistema, con parejas y madres de 124 nacionalidades. Según sus datos, el 10% de quienes acuden a este procedimiento lo hace por cuestiones morales y no se plantean tratamientos de esterilidad por «razones éticas o religiosas». En la clínica recuerdan a una monja que colgó el hábito para adoptar un embrión y el resto de las hermanas la acompañaron durante el embarazo.

Una alternativa para quienes no quieren acudir a un tratamiento

Borja Marquès es el director del Institut: «Tenemos el programa de adopción de embriones más grande del mundo, hemos visto casos de todo tipo y eso incluye a mujeres y parejas que, debido a su religión, no están de acuerdo con las técnicas de fertilidad, pero la adopción de embriones no les genera ese problema». Les ha pasado con pacientes del Opus Dei: «Es una alternativa aceptable para quienes formar familia es una parte importante de su vida, pero no quiere acudir a un tratamiento».

De igual forma, se encuentran con parejas en las que uno de los dos tiene problemas de fertilidad y el otro renuncia a poner su carga genética. «Como experto en medicina reproductiva al principio te choca, porque como facultativo tú explicas las opciones: podéis usar vuestro propio óvulo, vuestros espermatozoides y ellos se niegan. Luego lo entiendes», explica el doctor.

En cuanto a las cifras de embriones congelados, no esconde el problema: «Hay que intentar darles una salida que no sea la destrucción. ¿Donarlos a la Ciencia? No son tantas las líneas de investigación con embriones humanos que se puedan aprobar. Donarlos a otras parejas es una vía más real y ética».

Sin embargo, en España, señalan desde el Institut Marquès, más de la mitad de las parejas -el 56%- que finaliza un proceso de reproducción asistida no comunica el destino que quiere darle a sus embriones sin utilizar. En la clínica entienden que «esta decisión plantea una situación difícil y desencadena conflictos emocionales». Del resto, el 41% opta por conservarlos y sólo un 3% por donarlos a otras parejas. Otro 3% los dona a la Ciencia y el 2% prefiere destruirlos.

La Ley establece que hay que preguntar a las parejas y que tras dos requerimientos sin respuesta «los embriones pasan a disposición de las clínicas». Vuelta empezar. Éstas pueden destruirlos o conservarlos para investigación o, como en el Institut Marquès y otras muchas clínicas, ofrecerlos en adopción.

A Nuria el proceso le costó 3.000 euros. «El embrión no se cobra, sólo la transferencia y el seguimiento», desgrana. Lo confirman en el Institut Marquès: «Tiene coste la descongelación, la transferencia, el seguimiento… pero el embrión no. De igual forma, a las parejas que donan no se les compensa económicamente».

No quedaban embriones de la tanda de Álvaro en el laboratorio, pero probablemente el niño sí tenga hermanos fuera. ¿Alguna información al respecto? «No, no sabemos si los hay, ni sus edades, o si, por el contrario, la pareja abandonó el tratamiento y no los tuvo», explica Nuria.

Eso sí, «me aseguraron que los embriones venían de sitios diferentes, de otros países incluso». En cualquier caso, «intentan darte uno que sea parecido a ti». Y claro que se parecen: «Los gestos también hacen que nos parezcamos». En cualquier caso, a ella le da igual. Es su hijo y cada vez que lo mira «se le cae la baba», incluso cuando juegan al Fornite. Eso que, como la adopción de embriones, nunca pensó que haría.

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