«Tuve que contar todos los detalles: ¡Me sentí violada una vez más!»

Las víctimas de los Testigos de Jehová narran en un juicio sus testimonios de abusos infantiles, violaciones y ostracismo al que fueron sometidas

Tres exmiembros de los Testigos de Jehová, Gabriel Pedrero, Patricia García e Israel Flórez isabel permuy

«¿Considera usted que los Testigos de Jehová son una secta destructiva que realiza control y adoctrinamiento, que la pertenencia a esta organización puede provocar trastornos mentales, destruir familias y pueden provocar ideas suicidas?». «Tengo miedo a decirlo, pero sí», «sí, son ... una secta destructiva», «absolutamente sí», «sí».

Tanto la pregunta —que realizó el abogado de la defensa de la Asociación Española de Víctimas de los Testigos de Jehová— como la unánime respuesta de cada uno de los testigos, resume en cierta manera la tercera sesión de juicio que se vivió este jueves en el Juzgado de Primera Instancia nº 6 de Torrejón, por una demanda de la congregación por derecho al honor contra la asociación de exadeptos, que se consideran «víctimas» de sus prácticas.

Y decimos que solo resume, y de manera sumaria, porque excluye todos los matices del catálogo de relaciones familiares rotas, casos de abusos infantiles y maltratos ocultados a la Justicia civil, autolesiones, intentos de suicidio —y consumados—, traumas psicológicos, miedos a la soledad o al ostracismo que allí salieron a la luz. Las vidas destruidas, en definitiva, que la pertenencia a esta confesión religiosa ha causado, según el relato de los testigos, en los que fueron sus fieles.

Se trata del primer juicio de estas características en España y, como ya adelantó ABC, los términos aparecen invertidos. Quienes se sienten «víctimas», y se han agrupado para tratar de defender sus derechos, son en este juicio los denunciados por la confesión religiosa. La entidad reclama, apelando al derecho al honor, que las víctimas cesen «la divulgación de comentarios o informaciones» a través de la web y sus redes sociales.

Según la demanda, a la que ha tenido acceso este diario, los Testigos de Jehová condenan la misma existencia de la asociación de víctimas y que se autodenomine como tales, porque están «dando a entender de forma específica que tal religión genera una serie de víctimas».

No es de extrañar que, en la sesión del jueves, la estrategia de la defensa estuviera dirigida a demostrar que los antiguos prosélitos habían sido damnificados por su pertenencia a los Testigos de Jehová. Durante la vista, entre la diversidad de agravios aparecía un denominador común: el miedo al ostracismo, a la «muerte social» que implica, según los testigos, el ser expulsado o abandonar la confesión.

Es el caso de la primera compareciente, miembro de los Testigos de Jehová «desde que nací». Actualmente sigue perteneciendo «de manera legal, aunque dejé de ir a las reuniones y estoy viviendo mi vida», explicó. La testigo sufre desde los 14 años de anorexia nerviosa causada por lo que estaba viviendo. Una circunstancia que, según su testimonio, se vio obligada a contar a los 'ancianos', como se refieren dentro de los Testigos a quienes pastorean una congregación. «Vinieron a casa y se lo conté», afirmó. «Me dijeron que no estaba valorando la santidad de la vida. Me sentí muy indigna para Jehová».

Según contó, poco después de cumplir los 18 años fue violada por otro testigo de Jehová. No dijo nada en aquel momento, pero años después, ya casada, reunió fuerzas para confesarlo a su marido. Este le dijo que tenía que contarlo a los 'ancianos'. «Me preguntaron de todo, qué me había tocado, si hubo preliminares, si hubo sexo oral, si sangré, si usaba preservativo», explicó la testigo, que tuvo que narrar aquella la violación ante tres hombres. Una experiencia que le hizo sentir que «no era la víctima. Me sentí violada una vez más».

La testigo calificó de «horrible» la semana en que tuvo que esperar aquel veredicto. «Pensaba, ¿y si me tiro por la ventana? Creía que no me iban a creer». No iba desencaminada. Los 'ancianos' dictaminaron que ella era «inocente» de haber sido violada, pero le sugirieron que no presentara una demanda a su violador. «¿Y si lo dejamos en manos de Jehová? La justicia mundana no sirve para nada», fue la respuesta, según contó en el juicio. Accedió a no presentar denuncia, porque era consciente de que, si lo hacía, «sería expulsada».

A raíz de aquel comité judicial —como llaman a estos procesos en el argot de los Testigos— las cosas se complicaron en su matrimonio. «Mi esposo se comparó con el violador», explicó. «Conmigo no lubricas y con él sí. Bastante que estoy contigo y no eres una persona virgen» contó que eran algunas de las frases que le dirigía su marido. Una situación que acabó con la ruptura del matrimonio.

«Cuando me separé legalmente se reunieron los 'ancianos' para decirme que si quería seguir la voluntad de Jehová tenían que seguir con mi marido», explicó. No lo hizo. Lo que derivó en que su familia cortara prácticamente la relación con ella.

Así era su vida dentro de los Testigos de Jehová En la foto superior, el bautismo como testigo de Patricia García. Por debajo, Israel Flórez, cuando pertenecía a la confesión religiosa, a las puertas de la sede nacional, en Ajalvir (Madrid). En la otra foto Patricia García en un salón del reino ABC

A través de una videoconferencia desde Zaragoza —que puso en evidencia los precarios recursos técnicos de la Justicia— intervino el siguiente testigo, que relató como hace 20 años acompañó a un íntimo amigo a contar a los 'ancianos' el abuso sexual que había sufrido el hermano menor de edad de este último. «Nos dicen que no hay que acudir a los tribunales humanos con estas cosas para que el nombre de Jehová no quede manchado», explicó.

No consiguieron nada. No se «condenó» religiosamente al presunto abusador y a él le dijeron que nunca hablara de aquello con nadie. Según narró en el juicio, más tarde descubrió que los Testigos de Jehová habían estado implicados en más de mil casos de abusos a menores en Australia, según el informe de la Royal Commission.

El tercer testimonio narró una experiencia similar, pero con un abuso sexual de una amiga mayor de edad por parte de un 'anciano'. A eso unió que los 'ancianos' tampoco permitían a su madre que se separara, a pesar del maltrato constante de su padre, a quien llamó «engendrador no elegido». El dejar los Testigos le ha valido el rechazo hasta de su propio hijo, al que hace diez años que no ve.

Muy nerviosa accedió la última testigo al estrado. Comenzó contando que fue expulsada hace 27 años por una «condena de fornicadora impenitente, insumisa y rebelde hacia los 'ancianos'». Criada desde pequeña dentro de los Testigos conocía a la perfección el aislamiento que iba a sufrir desde ese momento y trató por todos los medios de ser readmitida.

«No me quería ver sola. No conocía a nadie fuera de los Testigos», concretó. Estuvo más de un año asistiendo a salón del reino y sentándose sola en los últimos bancos sin que nadie le hablara, entrando cuando ya había comenzado la oración y saliendo antes de que finalizara.

«Estaba mal mentalmente», explicó en el juicio, «llevaba años de depresión y no me consideraba a mi misma una buena testigo», añadió en su declaración. «No me quería, me agredía a mi misma, le fallaba a Dios, a mi familia, a mi comunidad», concretó.

Como no fue readmitida, «huyó» a Londres y lo intentó allí en una comunidad de habla hispana. Tampoco lo consiguió. Más tarde intercedió su padre y consiguió que la readmitieran. «Volví por él», comentó en el juicio. Pero para entonces, ya estaba marcada. «Me decían que era levadura en la congregación, que provocaba a los 'hermanitos'».

Su segunda expulsión supuso el alejamiento de su familia, todos Testigos. En su testimonio reconoció que, en cambio, «se volcaron cuando nació mi hija». «En una situación de urgencia, grave, permiten el contacto con los expulsados, pese a no tener trato».

Sin embargo, aquello derivó en un «chantaje». «Me la han intentado quitar, meterla en los Testigos sin mi consentimiento». «Decían que estaba loca y me llevaron a la fuerza a un psiquiatra para que escribiera un informe diciendo que no estaba bien», explicó de sus propios padres, con los que acabó cortando la relación.

Aun fuera de los Testigos, le persiguieron los temores. «El miedo al Armagedón —la batalla final según la confesión— me ha llevado a ataques de pánico», afirmó. Con la ayuda de su psicóloga entendió lo que «era el control mental». «Me habían educado así y no era culpa mía», añadió. De esta forma fue descubriendo que «había estado en una secta».

«He estado muchos años callada», relató, pero hace unos siete, a través de una red social comenzó a conocer otros testimonios similares al suyo. Así, conoció a Israel Flórez, el ahora presidente de la Asociación de Víctimas y que asistía a su testimonio desde el público. «Cuando mis padres me echaron a patadas de su casa, llamé a Israel llorando», contó la testigo.

Restan dos sesiones del juicio para escuchar el visto para sentencia. Esta vez será la justicia «mundana» la que dictamine si las víctimas se pueden seguir llamando así y si tienen derecho a contar públicamente sus experiencias dentro de los Testigos de Jehová.

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