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Fuera de casa: qué es y para qué sirve el teléfono

100 años de inteligencia conectada

Javier Bueno García se inventó un seudónimo, Antonio Azpeitua. Con él recorrió Centroeuropa y contó a los lectores de ABC los desastres de la Gran Guerra y las legendarias batallas del Barón Rojo. Y el mismo año que entrevistaba a un desconocido Adolf Hitler -al que sin titubeos llamó «inculto» y «simplista»- se afianzaba en estas páginas en una sección mordaz, 'Fuera de casa', que ponía en duda costumbres y avances, en un siglo, el XX, cuyas primeras décadas no habían sido, precisamente, felices. El teléfono estuvo en su objetivo. No podía ser menos para este gran observador de la realidad

Adrià Voltà

Antonio Azpeitua

Teléfono: Aparato muy ingenioso para poner a prueba una de las virtudes cardinales: la paciencia. Algunos intentan utilizarlo para la conversación a distancia; pero conviene no incurrir en tan grave error.

Esta era la definición más admitida del teléfono, y gracias a un abogado yanqui tenemos otra: aparato que puede hacer la fortuna de un hombre en países donde haya jueces.

El abogado yanqui reclamaba una fuerte indemnización por el tiempo perdido sin poder hablar con sus clientes y la compañía del teléfono, de Nueva York, fue condenada al pago.

Claro está que yo no cito este caso con el propósito de que siente jurisprudencia en España, sino únicamente con el deseo de rectificar la parte de las enciclopedias reservada al teléfono. En la práctica, nosotros, los españoles, debemos atenernos a la primera definición, pues, de lo contrario, las empresas que explotan el teléfono se arruinarían.

No, no podemos permitir la ruina para que no desaparezca el teléfono. El teléfono y los guardias del servicio de carruajes son necesarios en la población civilizada para su ornato. Todos estamos convencidos de que no sirven para nada útil; pero si desapareciesen, la población no podría aspirar al título de gran capital. ¿Verdad que esas madejas de hilos que cruzan el espacio dan a las ciudades un aspecto de vida intensa y agitada? Los que no están en el secreto se ponen en los extremos de esos hilos, que son de cáñamo y pasan el día gritando:

-Oiga; señorita, oiga: 4, 2, 6, 8 Mayor.

¡Los inocentes no saben que no hay tal señorita!

No; el ejemplo del abogado yanqui no puede ser imitado aquí. Lo demuestra, además, el hecho de que a él le hayan pagado por no hablar, mientras que en nuestro país sólo pagan, y pagan bien, al parlanchín. Lo de que el silencio es oro será verdad en Nueva York; pero en España el silencio no vale nada. Aquí quien más habla, más cobra, no sólo en la abogacía, sino en política, en literatura, en arte... Por eso, como el teléfono no sirve para hablar, lo tenemos para darnos pisto de civilizados, igual que esas familias cuyo prestigio es vivir en casas de portero de librea.

SOBRE EL AUTOR
Antonio Azpeitua

Seudónimo de Javier Bueno García

  • Artículo publicado en ABC el 17 de febrero de 1923

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