Aura Portilla, maltratada por su ex: «Ayudo a inmigrantes y claro que hay quien denuncia por papeles»
Para esta colombiana afincada en Sevilla, «la falta de apoyo» es la mayor traba para que las mujeres foráneas salgan de la violencia
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![Aura Portilla, en una imagen cedida por ella en la fundación Ana Bella](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/07/05/aura.jpg-RotIJLHW7CKmHmJQoEA7D6K-1200x840@diario_abc.jpeg)
Aura Portilla es psicóloga, tiene 44 años, está afincada en Sevilla desde hace más de cinco y se fue de su país, Colombia, persuadida por su maltratador de que en España les aguardaba un futuro más próspero. Y al segundo día de estar en ... suelo andaluz ya se dio cuenta del «inconveniente» que le iba a representar aquel colega de Universidad, que contaba con buenas formas y trayectoria intachable. Él tuvo una reacción «inesperada», sometiéndola en el suelo, explica, aunque al rememorar el triste episodio recuerda que ya le había convencido del viaje con cierta extorsión llamándola «cobarde» por titubear en venir a este país. Aquella agresión fue la antesala de cinco meses de «martirio absoluto».
Hay partes de lesiones físicas, pero cuando el agresor, C., compatriota colombiano, se dio cuenta de que en España existían recursos para las mujeres que denunciaban agresiones como las que él propinaba, «empezó a ser más sutil», cuenta Aura al teléfono. De los golpes saltó a los empujones y los tirones de bolso. «Me jalaba el cabello y me dolía tanto...».
La colombiana es una mujer de fuerte personalidad, algo que irritaba a su pareja. Ella venía recién divorciada y ese hombre reputado le pareció digno de su cariño. Pronto él controló su móvil y su movilidad. Luego comenzó a racionar productos de la compra para que no comiese lo que ella quería. Su estrategia de acoso fue variando, siempre según el relato de la mujer.
A Aura la salvaron las ex de C. Ella contactó por medio de Facebook y una –que «se ha mudado a Roma para estar bien lejos de su pasado con esta persona»– le advirtió de los dos ingresos hospitalarios que había padecido a su lado. El «horror» se repitió en boca de la tercera.
Aura abrió los ojos en las conversaciones con ambas mujeres y fue presagiando el día final: aquella noche que, a los pies de la cama de él, puso una conversación en móvil con la expareja en la ciudad italiana. Él se volvió loco y, describiendo una escena que parece de película, Aura logró salir corriendo en ropa interior a pedir ayuda. Los agentes la auxiliaron, ella denunció, aunque el juez sobreseyó en primera instancia la causa. Aportó partes médicos, 14 testigos, pruebas y recurrió aquella decisión. «Nadie se lo explica», dicen en la asociación por la que a tantas mujeres han visto pasar. La meta de Aura, ahora, ya no es la judicial sino el olvido.
«Temía ser deportada»
Esta mujer cuenta que las mayores razones por las que no salió de aquella tortura antes fueron las de todas, básicamente: «Falta una red de apoyo» para la población foránea, dice, que se viene a España sin su familia. «Si yo hubiera tenido aquí a mi madre, conocidos, hermanos, todo hubiera sido muy diferente», se lamenta. El segundo motivo es el desconocimiento de los recursos que hay en el país para poner fin al maltrato: «Tenía miedo de que me deportasen, mucho al principio, porque yo estaba en situación irregular y él me chantajeaba con eso, pero pasado un tiempo pensé 'cualquier cosa es mejor que aguantar un segundo más esto'».
En la actualidad y dentro de la Fundación Ana Bella de supervivientes del maltrato, ayuda en Sevilla a otras personas extranjeras que denuncian ser maltratadas. Las mujeres inmigrantes que denuncian a sus agresores, si llevan a término el proceso judicial y ellos resultan condenados, recibirán automáticamente el permiso de residencia y sus agresores serán deportados del país. Es la norma. Si no logran demostrarlo, se acelera la expulsión de ellas y –lo más probable– también la de ellos si están en situación irregular.
Según reconoce Aura, la idea que algunos tienen de que «existen casos de mujeres inmigrantes que denuncian a sus parejas o exparejas porque saben que se les va a expulsar si son condenados» es real. «Los veo y los hay, no hay que ocultarlo». Por eso entiende ciertas críticas al sistema.
Al margen de ideologías, profundiza en las raíces del machismo que se «cultiva» y anclado durante siglos en lugares como Iberoamérica y zanja: «Solo te voy a dar un dato. Van 271 mujeres asesinadas en Colombia en lo que va de año, y eso que se hayan podido contar porque la mayoría de los feminicidios ni siquiera se pueden probar y computar en las estadísticas. ¡Son 271 mujeres! Este año van 19 en España, 10 de ellas extranjeras».
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