Anatomía de un 'hater': por qué somos cada vez más odiadores
Según los expertos de la psique, en estos momentos hay muchos factores que están cocinando altas dosis de agresividad: la extrema polarización, el altavoz de las redes sociales y la incertidumbre tras lo sufrido en la pandemia. ¿Hay que parar esta ola de ira?
Los juristas no ven delito de odio en la piñata apaleada de Sánchez
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Dijeron que íbamos a salir mejores de la pandemia y mentían. Adolescentes con más trastornos de salud mental y alimentarios; jóvenes y adultos obsesionados con la estética al verse todo el día en la pantalla y no gustarse; trabajadores más angustiados por el futuro laboral ... que antes de encerrarse en casa. Achicharrados, en fin, todos. La deriva ha sido, según el catedrático de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Fernando Chacón, un aumento de las dosis de agresividad, irascibilidad y... odio. No lo dice solo él y sus colegas en las terapias; lo determinan también los porcentajes crecientes de delitos de odio que persiguen las policías –crecieron un 33% durante el último año, siendo los más comunes los de xenofobia y racismo, asegura el Ministerio del Interior– y los mensajes que se multiplican como hongos en las redes sociales de 'haters' casi profesionales. Internet se ha convertido, por el anonimato y la impunidad, en un «pozo de odio», asegura uno de los abogados que defienden estas causas, Sergio Á. López. El letrado añade que pese a que parecen un delito menor, tras la reforma penal de 2015, se sancionan con entre un año y cuatro de cárcel.
Desde hace un tiempo, el odio encaja en todos los titulares. Al tiempo que se produce este reportaje, por ejemplo, la misma Policía Nacional que rastrea IP en la Brigada de Investigación Tecnológica para dar con los 'haters' que atiborran algunas cuentas de mensajes hirientes y ofensivos denuncia ser objeto de un delito de odio por parte de Lola Guzmán, portavoz de la plataforma 6F montada en torno a las protestas del campo. Y, pocas horas después, se conoce también que una juez determina que colgar un muñeco de Pedro Sánchez y golpearlo como a una piñata «no es odio», porque es crítica política. «Odiar no es un acto de delincuencia» a menos que se cumplan unos requisitos, afirma.
López, abogado experto de Legálitas, traduce el Código Penal. «Decir a una mujer con desprecio –caso real que llegó a los tribunales– que es una 'gamer' no constituye un delito de odio; pero decirle que es una 'gamer de mierda por ser mujer', entonces puede convertirse en uno». ¿Cuál es el matiz? «Insultar a otra persona, aunque duela, no es delito. Yo puedo odiar en mi esfera privada a quien quiera», repite el letrado, haciendo suya la sentencia exculpatoria por el apaleamiento del muñeco en Ferraz. López se aferra a los artículos 208 y 510 del mismo Código, que sustentan el delito en un acto de discriminación por razón de raza, creencias, situación familiar, aporofobia, enfermedad o discapacidad, orientación sexual, así como «el tema de género y la violencia doméstica que pueden constituir un atentado contra la propia persona».
El abogado añade que ahora mismo hay una oleada de odio muy potente en contra de las religiones. «Se habla mucho de islamofobia, pero te sorprenderían los niveles de cristianofobia que se encuentran», dice. Y agrega otra aclaración: se persigue más qué se dice, que cómo se dice.
«El odio va a más»
López también constata que estos delitos «van a más», y que están creciendo en cualquier ámbito de la vida; dice que «las discusiones rozan ya los límites». Chacón lo constata, e incide en ello con ejemplos. La cantidad de causas por rifirrafes de tráfico también se ha disparado. «Es salgo que ha existido siempre y nos cuesta más discutir cara a cara, que inhibe nuestra agresividad, es decir, se discute con mayor virulencia dentro del coche que fuera –explica el psicólogo–. Es un mecanismo parecido a lo que está ocurriendo con las redes sociales. Nos sentimos anómimos y esa interacción, como no conoces de nada a la otra persona, está más envalentonada. Tampoco sufres las consecuencias negativas de soltar tu frustración contra él, sea un personaje conocido, un político...». «Los rostros mediáticos –abunda, por su parte, el abogado– llegan a normalizar estos mensajes y no ejercitan acciones penales en la mayoría de los casos».
Para los expertos consultados no hay dudas de que las redes sociales se han convertido en un altavoz del odio, canalizador de todo el magma de odio que se cuece y que al final se convierte en agresividad, dice el profesor de Redes Sociales en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) Fernando Checa. Checa sí atisba que en esa ola de hostilidad explosiva puede haber algo que la haga estallar, un detonante que haga saltar de internet a la vida real esos niveles de frustración, porque las «salvajadas» van 'in crescendo', en busca de bien notoriedad y protagonismo, más seguidores o incluso de ganarse la vida. «Las redes sociales han permitido una transmisión de esos mensajes agresivos con gran facilidad», atestigua el docente.
Buscamos a una sufridora de este odio irracional. Es sabido que cuentas abiertas como las de Cristina Pedroche o Vinicius Jr. reciben miles de mensajes de 'haters' cada día. Estela es menos conocida, pero también los acumula. Asegura que miles cada día. Y muchos –por no decir la mayoría– caminan en una única dirección. Ella, a sus 27 años recién cumplidos, es creadora de contenido. Su primer brote de alopecia lo sufrió cuando tenía 7 años solamente, el último, con 21. La terapia la ayudó a «esquivar el odio» con «vídeos humorísticos y satíricos» como forma de repeler tanto desconocimiento hacia su situación personal. La joven confiesa que ha habido un periodo en que «se alimentaba de ese odio. Yo los esperaba y pensaba: ¡venga, qué más puedes decirme que te voy a dejar planchado!». La mayoría de los 'haters', cuando vieron sus respuestas, pidieron disculpas o borraron sus mensajes. Otros odiadores reiteraron su inquina, comparándola con mofa con personajes ficticios o deseándole incluso la muerte. «Algo dentro de ti no está bien cuando sueltas críticas tan destructivas, plasmas tus propias inseguridades. No sé qué lleva a una persona, con falta de información, a decirme 'suicídate', 'eres una aberración para la sociedad' o 'te quedan dos telediarios por el cáncer' que padezco; pero yo no sufro ningún cáncer. Las mujeres alopécicas también existimos y por eso he tratado de crear contenido y mostrar lo que soy. Pero si no se meten con que soy calva, lo hacen con el color de mis dientes o de mi piel. El odio siempre suele volcarse hacia el físico», dice.
![Imagen - «Las mujeres alopécicas existimos. Yo he recibido miles de mensajes al día diciéndome que me quedan dos telediarios por un cáncer que no padezco»](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/02/21/estela-alopecia.jpg)
Estela, 27 años, creadora de contenido
«Las mujeres alopécicas existimos. Yo he recibido miles de mensajes al día diciéndome que me quedan dos telediarios por un cáncer que no padezco»
Cuando Estela (en redes con el usuario _estels) lamenta la legión de odiadores que se arremolinan en torno a sus publicaciones («no debería de afectarnos, pero nos afecta», reconoce a este diario), la gente le responde que ella ha elegido estar expuesta. Es su ecosistema y tiene que apechugar, como si fuese el peaje impenitente de su dedicación, algo que ella rechaza con contundencia: «Si yo salgo a la calle y doy un puñetazo a alguien porque me apetece y me incomoda su oficio, sería lo mismo. Hay normas de educación y respeto».
«Eso no lo aguanta nadie, destruye al más pintado», comenta el catedrático de la UCM. Chacón, que ha sido hasta 2020 y durante 25 años presidente del Colegio de Psicólogos de Madrid, traza un perfil de esos odiadores profesionales que pueden estar detrás del acoso y derribo a terceros: «Tienen rasgos psicopáticos, son manipuladores, mentirosos y tienen una clara falta de empatía. Pero no hay que olvidar que odiar, podemos odiar todos. El impacto de saberte un ser odiado depende mucho de la época en la que te encuentres, tu nivel de autoestima y seguridad. En la adolescencia, cuando estás formando tu personalidad, pueden deshacerte».
Coinciden, punto por punto, el director del Máster de la UNIR y el profesor de Sociología de la Universidad compostelana (USC), Jorge García Marín. «Hay factores sociológicos detrás de esta ola creciente de odio: son múltiples, la polarización extrema de la sociedad, va unido ello la intolerancia hacia el otro, ya que siempre que se divide la sociedad en grupos extremos –lo que se conoce como exogrupo y endogrupo– se facilita la agresividad intergrupal», describe Chacón. Y pone un segundo ejemplo, además de las discusiones de tráfico, ligado a la pandemia: han aumentado notablemente las agresiones al personal sanitario. «Te sabes paciente, y si no te atienden, ya no contienes tu incertidumbre y rabia».
«Vivimos en un momento en el que ir contra corriente parece lo revolucionario, lo llamativo», agrega Checa, y García Marín apostilla que «ir contra las mujeres, el cambio climático, el colectivo LGTB» arrastran, en vez de un debate sosegado en la sociedad, bocanadas de odio.
Levantar un muro
«Grupos» que se dicen receptores de este odio demandaron hace más de un año al Ministerio de Igualdad un Pacto de Estado que acabe con los Discursos de Odio. La ministra Ana Redondo se comprometió en su primera comparecencia ante la Comisión de Igualdad en el Congreso, el pasado 25 de enero, a convertir a España en el primer país que selle con la firma de todas las fuerzas políticas (si consigue el consenso) su repulsa a la esos discursos de odio que atenazan a «ciertos colectivos», reafirman fuentes de este departamento a ABC. Sindicatos, entidades LGTB y representantes del sector de la discapacidad piden frenar la sinrazón creciente y proteger institucionalmente a los grupos más vulnerables sobre los que se ceban los 'haters'.
Checa añade en esta línea que «las redes sociales tienen una responsabilidad absoluta y no pueden escudarse en que no tienen herramientas para detectarlo y frenarlo».
La ONU hizo el año pasado el mismo llamamiento. El derecho internacional no exige que los Estados prohíban el discurso de odio que «no alcanza el umbral de la incitación» (recuerda Naciones Unidas), aunque también subraya que, incluso cuando no está prohibido, el discurso de odio puede ser perjudicial para aquel contra el que se dirige. «Presenciamos una inquietante oleada de xenofobia, racismo, machismo... y se están explotando los medios sociales y otras plataformas para promover la intolerancia. Su retórica es incendiaria, estigmatiza y deshumaniza a las minorías», dice en su manifiesto contra el odio la ONU. «Y no se trata de un fenómeno aislado, ni de las estridencias de cuatro individuos al margen de la sociedad. El odio se está generalizando tanto en las democracias liberales y en los sistemas autoritarios», acaba.
De acuerdo con las intenciones del PSOE, aquí una subcomisión en el Congreso de los Diputados podría estudiar los límites que hay que levantar a los discursos de odio. Pero como dicen los especialistas en estos momentos son los propios políticos, «la polarización que emanan, la confrontación permanente, sus gestos, apoyándose en algunos medios de comunicación, quienes alimentan el caldo de cultivo perfecto para el odiador». Así que, de formarse esa subcomisión, no parece otra cosa que una metáfora del zorro cuidando del gallinero.
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