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Adictos a los esteroides: «Me metía la farmacia entera y casi no lo cuento»

Ser víctimas de acoso o el afán por tener una buena apariencia física les llevó a iniciarse en el consumo de esteroides. A Alberto su adicción le llevó a endeudarse y mentir; a Alejandra, la volvió agresiva

Los vídeos que enseñan a doparse inundan internet

Alberto Garrido, que llegó a ser adicto a los esteroides, posa para ABC MIGUEL MUÑIZ
Rodrigo Alonso

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Cuando era adolescente, el ferrolano Alberto Garrido quería ser Arnold Schwarzenegger. En concreto, el que aparecía en ese ejemplo máximo del cine más testosterónico y aventurero que fue (y es) 'Conan, el bárbaro', cinta en la que el austriaco contaba con tanta masa muscular que, durante el rodaje, tuvo que dejar de levantar pesas para blandir la espada, y hasta moverse, con al menos algo de soltura. Pero ahí se quedaba la cosa, en el deseo. Porque, en realidad, el gallego era un chaval regordete con gafas y problemas de autoestima. Y, claro, las pasaba canutas en el patio del colegio. Frito cada día a collejas e insultos. «Yo pensaba, si me pongo como los tíos estos de las pelis de acción nadie se va a seguir metiendo conmigo», recuerda ahora en conversación con ABC.

Tomó la decisión de empezar a entrenar en el gimnasio en una época en la que casi nadie lo hacía: eran principios de los noventa y tenía 16 años. A base de constancia y rutina superó la clásica crisis del novato que no sabe ni lo que es el 'press' banca y fue progresando; pero, claro, el resultado que él quería, que el espejo le devolviese la imagen de un héroe descomunal, no llegaba. «Tú lo que tienes que hacer es un 'ciclo', que no es peligroso, es mucho mejor que fumar», le decía un compañero de entrenamiento cuando se apesadumbraba. Y ese 'ciclo', que es como se conoce popularmente al consumo de esteroides, llegó. Estuvo compuesto por tres sustancias compradas en la farmacia de la esquina. Porque en los primeros años de los noventa no había control. Si querías doparte lo tenías fácil.

El efecto fue instantáneo: «Conseguí 12 ó 13 kilos de músculo en tres meses. Me convertí en un pequeño Superman». Lo que no sabía el gallego es que estaba iniciando un camino que se iba a dilatar en el tiempo 20 años, que acabó arruinando su salud física y mental, y que estuvo cerca, muchísimo, de mandarlo directo a la tumba. Casi fue un afortunado, porque sobrevivió. Otros no tienen la misma suerte. Y todo indica, además, que la cosa va a ir a peor. «Actualmente hay un grave problema de salud pública. En todos los gimnasios del país hay alguien que está vendiendo este tipo de sustancias», señala a este diario el doctor José González Pérez, director del centro médico Deyre y con más de cuatro décadas de experiencia tratando a deportistas.

El bombazo definitivo de los anabolizantes llegó a finales de la pandemia. Según explicó a este diario un mando de la Sección de Consumo, Medio Ambiente y Dopaje de la Unidad Especializada de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Policía Nacional, en 2021 el consumo se disparó un 20% y, además, la edad de entrada descendió desde, aproximadamente, los 22 años hasta los 16. «Los culturistas son las personas más mentirosas del mundo. Siempre dicen que toman poco y lo controlan, pero al final lo único que hacen es engañarse a ellos mismos», dice Alberto.

Él lo sabe bien. Al principio, se inyectaba un par de sustancias durante tres meses y, a continuación, las aparcaba doce semanas; pero, con el tiempo, empezó a doparse de forma continuada. Las dosis se doblaron y se triplicaron. La 'lista de la compra' subió hasta los seis anabólicos, a los que añadía todo tipo de medicamentos destinados a intentar revertir los efectos adversos. Que no son pocos. «El consumo genera trastornos importantes a todos los niveles. Pueden producir ictus, hemorragias internas, hipertensión arterial, infartos de miocardio y mucho más. Los testículos y el pene pueden reducir su tamaño, y te sale acné por todo el cuerpo. No hay órgano que no se vea afectado», señala el doctor González.

Pelos en los botes

Para Alberto, lo peor eran los momentos en los que rebajaba el consumo. Se deprimía, la líbido caía por los suelos y le obligaba a tirar de viagra, el corazón le iba a 1.000 todo el rato, hasta en la cama, y el humor le cambiaba y pasaba de la alegría a la agresividad en un momento. Era Superman, pero no se sentía como Superman. «Podía ir caminando por la playa y pensaba que la gente me estaba juzgando porque no estaba todo lo bien que podía. Y era un tío de 100 kilos sin nada de grasa corporal», señala. Sus relaciones personales también se vieron afectadas. Engañaba a su familia, se endeudó, porque cada ciclo podía costarle hasta 1.500 euros, y acabó reduciendo su círculo social a sus compañeros de entrenamiento. Toda su vida giraba en torno a los esteroides y a las mancuernas. Las ganancias físicas eran cada vez menores. Se dopaba más, y lo hacía con sustancias procedentes del mercado negro que no habían sido sometidas a ningún control. Sustancias que, hoy, cualquiera puede comprar fácilmente haciendo una búsqueda rápida en Google o en redes sociales.

Alberto, durante la época en la que consumía ABC

«Me llegué a encontrar pelos dentro de los botes. Los hacen cuatro chapuceros en su casa removiendo una palangana», explica. El uso le provocó varias infecciones internas que lo tuvieron hospitalizado y le obligaron a pasar por quirófano. Pero el golpe más duro llegó en 2010, cuando tuvo un fallo renal que casi le cuesta la vida. Llevaba tiempo con cólicos de riñón, orinando sangre, pero no le dio más importancia hasta que estuvo a punto de pagarlo caro. O más caro.

«Me quedé sin testosterona y entré en depresión. Mis órganos ya están dañados para siempre»

Alberto Garrido

Exadicto a los esteroides

«En ese momento me estaba tomando la farmacia entera. Es que era una farmacia con patas. En el hospital, estaba convencido de que si seguía me iba a morir. Temí por mi vida». Y fue ahí, ingresado y conectado a la máquina de diálisis, donde llegó la catarsis y decidió cortar por lo sano. «Vinieron cuatro años muy jodidos, sin testosterona, porque mi cuerpo ya no la producía de forma natural. Perdí toda la masa muscular, no podía tener relaciones sexuales y estuve con depresión. Al final recuperé los niveles, pero mis órganos ya están dañados para siempre», zanja Alberto.

«No quería ser un hombre»

Alejandra de Buitrago no necesitó tanto tiempo como Alberto para darse cuenta de que tenía que dejar los esteroides. «Fueron tres años consumiendo. Lo dejé porque me estaba convirtiendo en un hombre, y yo soy una mujer. Se me empezó a caer el pelo y la voz era muy grave. La regla se me fue por completo. También hubo otros cambios más íntimos en mi cuerpo poco agradables», explica esta colombiana en conversación con ABC. Todos efectos esperables, según señala el doctor Pérez: «En la mujer se aprecian muchos efectos masculinizantes. Puede haber un aumento del clítoris y de los labios. También pueden empezar a tener barba».

Alejandra sabía que iba a doparse desde el principio, porque todo el mundo lo hacía ABC

A diferencia de Alberto, Alejandra no empezó a entrenar a causa del acoso. Ella vivía en Cali, Colombia, un lugar en el que «la gente cuida mucho su apariencia física». Solo quería verse «bonita», y fue coger la mancuerna, empezar a levantarla y, automáticamente, «enamorarse del dolor, las agujetas y el sufrimiento». Pasó un par de años entrenando de forma natural, pero su cabeza, casi desde el principio de su andadura en el fitness, estaba fija en el consumo de esteroides. Lo iba a hacer. Lo tenía claro. Y así pasó, a instancias de un compañero de entrenamiento que le llevaba la preparación. «La primera vez que me pinché no sentí nada. No hubo miedo en absoluto. En la comunidad fitness está y estaba súper normalizado», apunta la joven, que ahora tiene 32 años.

«Estaba drogada y me engañaba»

Como a Alberto, las ganancias musculares le llegaron rápido. Creció mucho, sobre todo al principio. Notó el cambio en sus hombros, que se volvieron enormes. «Lo cambia todo. Parecían todo beneficios. Podía entrenar dos veces al día en sesiones muy duras y comer muchísimo más que antes. Llegué a pesar unos 72 kilos bien musculada». Pero, evidentemente, no todo fue bueno. La cabeza también sufrió una metamorfosis. Se volvió más explosiva y, en última instancia, violenta. «Tuve varias peleas en la calle. Y yo siempre he sido una persona muy tranquila y educada. Estaba drogada y me engañaba. Me decía que lo tenía todo controlado y que todo el mundo lo hace, que es la mentira que se cuentan todos. Llegué a estar con seis medicamentos a la vez».

Dejó los esteroides a los tres años de empezar, en torno a 2020, porque «no quería ser un hombre», y era el camino que llevaba. Entró en depresión. Los efectos de los esteroides no se han ido del todo: «Me duran hasta el día de hoy. Si tú me ves, te das cuenta de que soy una mujer masculina. No tanto como las culturistas que se quedan calvas, pero hay cosas en mi cuerpo que han cambiado para siempre».

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