Padre Ángel, Iglesia San Antón: tan cerca de Dios como de lo que sea necesario
Las colas del hambre y de la sed, porque con el Covid no había ni fuentes, le han devuelto a su niñez pobre en Asturias y a los inicios de Mensajeros de la Paz, que cumple 60 años. Le resbala la crítica. En San Antón, Almodóvar puro, don Ángel lo da todo
Laura L. Caro
Según pones un pie dentro, a la derecha del zaguán, lo primero es una máquina de tabaco de un metro ochenta, igual que la de los bares, y cuando intentas enfocar en la oscuridad con las pupilas todavía insoladas de la calle, allí al final se te revela sobre el altar como en una alucinación mariana un letrero de lucecitas LED a lo cabaret. «Virgen de Covadonga» pone en mayúsculas, encima la Santina de grana y oro.
Al avanzar, un Papa Francisco de cartón pluma tamaño natural no te quita los ojos, pero a ti se te van a ese trasunto de despensa del Ikea que hay ahí en medio, entre los bancos de rezar –espaguetis, latas ‘thon entier’, pañales...–, a las hornacinas perfiladas de fluorescentes, al relicario colgado en la esquina con los restos del mismísimo San Valentín. Sí, el de los enamorados. Regalo de la Corona, dice. Pantallas a los lados disparan sin parar anuncios en modo teletienda.
Es cosa de un nanosegundo, no más, pero uno se pregunta si se ha equivocado de sitio y en vez de entrar en la iglesia del Padre Ángel , se ha colado sin querer por la madriguera de Lewis Carroll en una peli de Almodóvar con La Lupe cantando «teatro, lo tuyo es puro teatro...». Al fin y al cabo esto es Malasaña, corazón de la movida madrileña, y nadie asegura que los efluvios psicotrópicos de los años bárbaros no sigan haciendo de las suyas.
Pero resulta que en este oratorio de San Antón no todo es lo que parece, sino en algunos casos, mucho más. Empezando por lo de la máquina esta de la entrada, que para nada vende cigarrillos sino «vida», dice. O sea, metes un euro y sale la cajetilla simbólica de una ducha en los baños públicos de Embajadores para quien lo necesite, metes diez y pagas un menú. Siguiendo por el ultramarinos central, que es una abacería de caridad para que quien necesite coja, sin preguntas, o quien quiera traiga. Y terminando por el mediático sacerdote de la corbata ladeada. Que estos días atrás regresaba al couché por todo lo alto, como tiene que ser, poniendo palabras de luto en nombre de la socialité nacional de porcelana con ocasión de la penosa muerte de la madre de ella.
—Padre, no se pierde un famoseo, hay que ver cómo se mueve en la alta sociedad, esas marquesas...
—Lo de las relaciones es un poco la imagen de los misioneros de Jesús de Nazaret.... Cantinflas decía: ‘No quiero que se acaben los ricos sino que se acaben los pobres’. Toda esa leyenda de que estoy con los ricos y con lo que hace publicidad es verdad, pero también estoy con los pobres. Que el que tenga comparta con los demás. El dinero no viene en el mejor sentido ni en el malo de Dios, viene de la gente...».
Limosnas digitales
Cierto debe de ser, y que las compañías aristocráticas con las que el padre toma el té o la comunión lo tienen. O conocen a quien lo tiene... No perderlo de vista. Pero aquí se invoca a todos. Calculando así por encima, entre buzones, ofrendas que encienden lamparitas eléctricas y huchas en las columnas, hay en el templo pequeño de San Antón no menos de quince cepillos fijos. Descomunaltragaperras, sin acritud, incluida una según enfilas el pasillo central para limosnas digitales. Por si no llevas suelto. Acepta tarjeta o móvil y la divisa que mejor convenga, yuanes, libras, dólares... «Necesitamos dar ocasiones para hacer el bien. Hay mucha gente que quiere y no sabe cómo...», dirá don Ángel.
Aparenta ser asombrosamente frágil. Lo opuesto a las estrellas de los focos, un hilo de voz mínimo, no se sabe si de agotamiento o de confesionario. De hecho, ha ido a sentarnos en uno, no en el de las celosías, clausurado por la pandemia, sino al lado, en una mesa camilla diminuta que hace las veces. Pide quitar volumen a la música ambiente, que la hay, y también el ruido de fondo de un sitio vivo, donde se consuela el espíritu, se alivia el calor, se duerme –butacas, en los bancos, a veces él también– o se resucita uno cuando no puede más, como en las catedrales de la antigüedad.
Separados por una lámina de metacrilato, él está de frente a la puerta y no pierde detalle de lo que se mueve mientras relata muy bajo que esta es la iglesia –que «no parroquia, iglesia» corrige sin contener cierta vanidad–de sus sueños. La iglesia de sus sueños. Abierta 24 horas, aunque en realidad ahora recortadas de noche por el virus, cuenta que lo consiguió cuando él ya tenía 78 años. De eso hace seis porque ahora va por los 84 y su obra emblemática, Mensajeros de la Paz , está a punto de cumplir 60. Se dice pronto, de 1962. Formaba el generalísimo su noveno gobierno y arrancaba el concilio Vaticano II, ese en que se decidió que la liturgia mejor de cara a los fieles y menos curas de espaldas.
Sólo en los tres meses del confinamiento del fin del mundo, en esta iglesia de San Antón y de Mensajeros que está casi de aniversario, de las 4.000 personas que ayudan habitualmente en un periodo así se pasó a 80.000. Más de 150 desayunos diarios –en bolsa picnic, hay que guardar las distancias–, esa cena digna con cubiertos auténticos y mantel de tela que dan desde el 2016 en el restaurante Robin Hood, servida a decenas cada noche en bolsas de papel. Un ‘ pelo bus ’, como lo leen, arreglando a quien no alcanza, 600 tabletas entregadas a 104 residencias de mayores por lo mismo, para que los mayores pudieran alcanzar a su vez a los suyos, aunque fuese virtualmente. Y albergues, hogares, infancia, maltratadas y 12.075 llamadas en el Teléfono Dorado, donde te escuchan.
Sin echar grandes cuentas, sí, hace falta un dineral para esto. «Lo que nunca creí que iba a volver a repetirse: después de 50 años España volvió a pasar hambre y necesitar comedores de ayuda social, de queso y leche, como daban cuando yo era niño y lo traían de América o de Argentina...», lamenta. Se acuerda de las colas, en particular esas de gentes sin nada que iban en el estado de alarma a llenar las botellas de agua para beber porque en Madrid se cortaron las fuentes callejeras por aquello de los contagios. Y qué decir de las velas, como casi no podía celebrarse misa, se las llevaban para alumbrarse. No hay para comer, de qué vas tú a pagar la factura de luz.
Ahí, desbordándole un pesar íntimo, –«lo peor ha sido la soledad, que te mueras sin un nieto, un hijo al lado que te coja la mano.... ni los que morían en la guerra se morían tan solos»–, resulta difícil descifrar si el padre Ángel es un santo o como acusan sus detractores, un yonki televisivo que se aprovecha de la sotana. «Entre Dios y Belén Esteban», escribió Alfonso Ussía sobre él.
Hay que reconocer que sentido de la escena sí que tiene. La mañana que hemos quedado, puntualmente ha llamado para esperar en una salita privada –una egoteca con docenas de retratos suyos con prelados, reyes, mandatarios...– a una familia sin posibles recién llegada de Venezuela a la que en dos días han encontrado un piso. A los tres hijos pulcramente atusados, las rayas del peine todavía en el flequillo, hechos un primor, don Ángel se los lleva hacia una capillita, abre la reja y les pone en las manos una réplica de la copa de la Champions. Se la regaló Florentino. Pérez, se entiende, el del Real Madrid nada menos. Los ojos como platos. Tan pequeños los tres, hay que admitirlo: diez en márketing, no hay cosa igual para una foto...
Bendiciones para todos
Al margen, y hay que decirlo, con el corazón en la mano, el señor y la señora Díaz Rojas, que descubrieron al padre Ángel por Youtube, ya saben, cosas de los niños, agradecen sinceramente y sin parar la ayuda. Traen poco más que lo puesto y estremece oírles contar lo que han dejado atrás en Isla Margarita, su casa, así es que esto de empezar de nuevo tiene algo de milagro. La pareja aventura emocionada que si les tocara la lotería, la dedicarían a salvar a otros como les han salvado a ellos.
No, no es la obra de don Ángel la que se cuestiona. Lo que viene desquiciando del religioso, más que su faceta ‘superstar’ o precisamente por ser parte de ella, son esas frivolidades tuiteras suyas tipo «a Jesús lo matarían ahora los obispos y los políticos antes de cumplir los 30», ese tic rojeras, de podemita, ese Pablo Iglesias «es el puntal de la regeneración política de España»... Ay, casi peor que aquel yo te bendigo, Pablo, bendíceme tú a mi también de la carta que en pleno covid, Vicepresidencia del Gobierno se apresuró a filtrar para darse importancia. Y el cura a aclarar que era calcada a otras 300 que había remitido. A todos. Se dijo de él que en el tardofranquismo era muy del gusto de Carrero Blanco.
Pero a lo que vamos, bendecir lo inesperado siempre ha dado titulares. Por ejemplo, a los homosexuales. Pero no en 2021, que así cualquiera, sino hacerlo una década atrás. «Bendecir chatarra, una gasolinera, si bendigo a los perros, ¿cómo no voy bendecir a dos que se quieren? –he ahí uno de los grandes hits retóricos de su trayectoria–, sean hombre y hombre, mujer y mujer... ¿en qué país estamos? ¿Quién se atreve a decir que no puedo? Pues alguno se ha atrevido», se defiende, «aquí han venido cientos de gays, lesbianas y madres solteras porque esta es una de las iglesias en las que más bautizos tenemos, de gente que no le han querido bautizar porque hacen falta papeles o que el padrino haga la confirmación. Aquí no. Cuando viene alguien que se quiere bautizar le digo cuándo y si quieres me lo mandas en un taxi,te lo bautizo y te lo devuelvo». Se queja: «Muchas veces ponemos muchas trabas».
No en San Antón. Este oratorio de impronta ‘kitsch’, psicodelia católica, viene a ser extensión de él mismo, con ese aire díscolo, pelín estrafalario, quizás irreverente y que digan lo que quieran. Aquí se viene a rezar, misa de doce y siete, rosario a las cinco, pero no solo. Menos pompa y boato, como explican las pantallas estas de estética teletienda –que no son sino un muestrario de servicios–, se puede venir a tomar un café caliente –no hace falta pagarlo– conectarte a wifi, recargar el móvil, –22 enchufes a la vista–, cambiar al bebé, traerte a la mascota –hay cacharro con agua de bienvenida en la puerta–, utilizar los baños... «En pandemia cogían los rollos de papel higiénico y el siguiente se quejaba y dije que en vez de uno solo, pusieran una bolsa entera. Es nada, menos que un bocadillo. Aquí nadie roba sin necesidad. Alguna vez faltó el cajón de donativos, pero tenía razón porque pone ‘donativo para los pobres’ y quien lo hizo diría ‘yo soy pobre, luego me llevo el cajón’... ja, ja, ja... ¿qué le vas a decir?».
En las alturas, Gloria Fuertes sonríe desde las barandillas del coro. Imágenes de Vicente del Bosque con Luis Aragonés, de Ernesto Cardenal, de Pablo VI, el evangelio terrenal del padre. Por qué no. Don Ángel también sonríe todo el rato, ya saben, y transmite la despreocupación de quien tiene un fin que lo vale todo. Si hablan de él, que hablen. Lo machadiano. El morbo exuda curiosidad y caridad.
—A ver si vamos a terminar viéndole en un ‘reality’
—Espero que no.
Bromea, no rehuye nada.
Y la Conferencia, la púrpura... «He tenido mucha suerte. Tarancón, don Gabino, don Carlos, saben que no soy mala persona, sino una persona revoltosa que a veces arma líos pero a veces los resuelvo. Otras no».
—Qué tal le trata el Gobierno, ¿mejor que otros? ¿Le coge el teléfono Pedro Sánchez?
—En la pandemia hablé con él. Es verdad que los políticos hicieron lo que pudieron. Nadie puede pensar que hicieron porque se muriera la gente. A mí todos me han tratado bien, no puedo decir uno mejor que otro. Pero si me preguntas a quién quiero más, digo que a Felipe González, que estaba cuando empezó Mensajeros, todo esto. Con Aznar luego nos hemos llevado bien. Pero me he entendido con todos. A mí nunca me han dicho que no...