Ocho meses después del coronavirus, los mercadillos de Wuhan vuelven a estar abarrotados y, aunque la mayoría lleva mascarilla, también hay muchos sin ellas.
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Las calles de Wuhan han vuelto a llenarse de puestos de comida y terrazas de restaurantes.
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En la fachada de un rascacielos se ilumina el dibujo de una enfermera como homenaje a los sanitarios que combatieron al coronavirus.
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Los rascacielos a orillas del Yangtsé se iluminan cada noche para dar ánimos a los habitantes de Wuhan y atraer turistas.
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Un ciclista pasa ante una parada de autobús con un anuncio de un libro sobre la lucha contra la pandemia.
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Un grupo pesca en el río Yangtsé a la sombra del Gran Puente de Hierro, donde se reúnen muchos jubilados de Wuhan para tomar el fresco.
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Hu Sinou, cuyos abuelos se contagiaron del coronavirus, teme que los habitantes de Wuhan sean discriminados por el estigma de la pandemia.
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Un bañista echa una siesta tras darse un chapuzón en el río Yangtsé.
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Los camiones del servicio municipal de limpieza riegan constantemente las calles de Wuhan con desinfectante para impedir rebrotes del coronavirus.
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El Yangtsé, el «Río Grande» de China que este año ha provocado las peores inundaciones de las últimas décadas, a su paso por Wuhan.
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Con once millones de habitantes, la megalópolis china de Wuhan retoma su vida cotidiana con optimismo e intenta superar el estigma de epicentro de la pandemia.
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