SOS de Cruz Roja: jóvenes que se asoman al abismo
Organizaciones humanitarias reclaman ayuda estatal para jóvenes extutelados, a quienes el Covid ha abocado al precipicio

Hamid. Un chico dotado con unas excelentes dotes atléticas. Trayectoria humana intachable: de origen marroquí, salió de Ceuta, estuvo de acogida en un proceso de tutela en Cuenca. Nunca ha dado ni un problema. La Federación de Atletismo se lo disputa. Ahora pernocta en un ... albergue para indigentes de Simancas (Madrid). Ha cumplido 18 años y aguarda un permiso de residencia, que no llegará si no aporta un contrato laboral de un año. Entrena por la mañana y por la tarde. «¿Pero qué joven en sus condiciones y ahora con el Covid consigue un empleo de un año? Ala mayoría no se les va a dar una oportunidad. El Estado debería invertir en su proceso de transición». Quien habla de Hamid es Carlos Chana , responsable de Infancia y Juventud de Cruz Roja.
Jóvenes como el atleta hubo 3.600 en centros de Cruz Roja ubicados en 25 provincias españolas durante el pasado 2019. La organización trabaja con ellos para que logren vivienda, acompañamiento y convivencia y luego salten a la sociedad al cumplir la mayoría de edad. Pero es un salto «casi al vacío», se dan de bruces con la realidad: la exclusión social. Estos jóvenes «no son niños que se vayan de casa, sino que huyen de guerras, de maltrato, el desamparo», continúa Chana. En su pasado, hay un universo muy dispar: de padres alcohólicos, a personas que delegan su guarda y custodia en brazos del Estado.
Al cumplir 18 años y tener que abandonar la tutela legal, a muchos se les observa con un catalejo social: son «jóvenes problemáticos» y subyace la idea de que acabarán delinquiendo o que son menas e inadaptados. Ellos se empeñan en llevar la contraria a esa corriente, pero admiten que se les pone muy cuesta arriba. Responden con un sueño lógico: la emancipación. Su «proceso de maduración es acelerado –conviene Chana–. Se "dan vida" con sus manos, su trabajo y esfuerzo». Prueba de ello es que se independizan once años antes que la media en España, que es de 29 años.

Las dificultades que tendrán ante sí en ese momento son evidentes: en un reciente estudio de Cruz Roja elaborado a partir del proyecto «Acompañamiento socioeducativo a la inserción de jóvenes extutelados y en riesgo social», la organización comprobó que el 84% de ellos están en el umbral de la pobreza. El 81% está en paro, la mitad tiene ingresos inferiores a a 600 euros al mes y el 17%, menos de 100. Así que conseguir una renta mínima social como ha logrado la joven Sheila , aunque sea de 400 euros, es una hazaña. Y una excepción. La administración se desentiende y los desasiste: no tienen recursos y el abismo que asoma a sus pies es meteórico. Con la pandemia es mayor. La huella del Covid es tan profunda que horada aún más ese precipio. «La crisis actual ha afectado de tal manera a la inserción de estos muchachos que está agravando mucho su vulnerabilidad», los aboca a la calle. Y se repite el juicio de valor: «Se les criminaliza –admite Chana– y es verdad que en un 10% de los casos delinquen o acaban ante la justicia , pero también que se mete a todos en el mismo saco y no se les ayuda».
Las lagunas del sistema
Otro problema que subyace es la confusión palmaria: «Hay muchos de estos niños que fueron retirados de sus familias. La administración obra conforme a la ley y muchos no retornan. A los 18 años, después de haber invertido en su desarrollo, se les prepara la maleta y se les dice "ahí tienes tu independencia"». Para Chana, hay muchas fallas en el sistema: «Ya es significativo que no existan cifras oficiales de cuántas personas hay en esta situación, y que el Estado no tenga una competencia nacional de protección de la infancia, sino que se dependa de la Dirección General de Derechos de la Infancia de cada autonomía». Además, esta reciente investigación, dice, «ha permitido conocer la extrema crudeza de lo que enfrentan estas personas. Necesitan un acompañamiento social que no somos capaces de gestionar. Vienen de un modelo familiar que infrautiliza a la persona , cargan sus mochilas con vulnerabilidad y sufren su segundo abandono a los 18 años, porque se les conduce a la hostilidad de la burocracia, la soledad, la inexperiencia. Crecen en un sistema que tira por la borda sus necesidades. El sistema no les ha preparado porque no es viable que vivan por su cuenta a los 18-19 años».
Frente a ese segundo abandono social, se contrapone el trabajo del programa Cruz Roja, que fomenta su autonomía y les proporciona herramientas para gestionar su vida, conseguir unos ingresos y una solución de alojamiento. «Hay que garantizarles , -resume Chana- un proyecto de vida adulta, «medidas de acción positiva».
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