Falete me odia
Somos seres de costumbres fijas, seguimos nuestras pequeñas rutinas como si fuera un mapa impreso en nuestro genoma. Mismo bar, el café o los cafés de siempre, esos mensajes que nos alegran la mañana, las llamadas que preferimos no contestar aunque finalmente claudiquemos. Llenamos a diario nuestra mochila con un sinfín de objetos, nuestros imprescindibles, aunque sabemos de sobra que en realidad no lo son. Sobre todo porque el teléfono, cada vez, se parece más a la maleta de Mary Poppins. Hay de todo y sirve para casi cualquier propósito. Casi con seguridad, podríamos salir de casa sólo con él. Es posible que hasta pueda abrir algunas puertas