La historia de los hijos de 'Frasco': crecieron tras la barra del bar familiar y ahora son prestigiosos especialistas médicos
Los varones trabajaban en el mostrador y en el salón y la hija, en la cocina con su madre
Un libro recoge la historia de 53 antiguos comerciantes de Dos Hermanas con negocios entre 1930 y 1970
![Frasco y Ana con sus tres hijos en el bar familiar que nació en 1969](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2025/02/02/familia-frasco-dh-RXhYtXjPuMp8SpMVKa8IqeL-1200x840@diario_abc.jpg)
Cuando Frasco – que es como popularmente se conoce en Dos Hermanas aunque su nombre es Francisco Rivera- , que era yesero, se casó con la costurera Ana Muñoz y decidieron quedarse al frente de la 'tasquita' que regentaba su padre, en los alrededores del ... barrio de La Fábrica, a las afueras del pueblo, no imaginaba que sus hijos ocuparían actualmente un lugar destacado en el mundo de la medicina andaluza.
Francisco, el mayor, comenzó en la Universidad haciendo dos cursos de Ingeniería de Telecomunicaciones y pese a haberlos aprobado no le gustaba y optó por la Medicina, al igual que su hermano y estudiaron la carrera juntos. Él es especialista en Urología, en el Hospital de Valme, Quirón y San Agustín-; Antonio, es cirujano plástico con su propia clínica, Quiréstetica, en la Costa del Sol; y Ana, es enfermera e instrumentista, especialista en quirófanos.
Como para cualquier universitario, los estudios no son fáciles y para ellos, además, hubo un plus ya que debían compaginarlos con el trabajo en el bar, en el negocio netamente familiar. De la típica tasca – que tuvo desde 1969- donde se servía vino y pocas tapas y luego, se pasó a un bar con bebidas y tapas caseras, guisos que hacía Ana como lomo con tomate, menudo,… y un elemento que atraía a bastante clientela: un teléfono público con contador para uso de los vecinos y de empresas ubicadas en la zona. Y es que hablamos de los años 80 donde estos servicios eran escasos. A esto le añadieron torneos de dominó como incentivo para aumentar su público.
Poco a poco el esfuerzo de Frasco y Ana empezó a dar sus frutos y ampliaron el local, integrado en su casa, y desde el cual, según qué ángulo, hasta se veía la salita y de ahí, por un lado se comunicaba con el interior donde estaban las escaleras para acceder a la planta alta, y por otro, con la cocina que era del domicilio y del bar.
Francisco y Antonio se llevan apenas un año y medio de edad y recuerdan cómo llegaban del colegio y ayudaban a sus padres: «en la terraza había que regar el albero durante un tiempo para que después se asentara y por las noches estuviese fresquita», comentan. Ana, que es siete y cinco años más pequeña, refiere que empezó «subida en una caja de refrescos bocabajo porque no alcanzaba al fregadero para limpiar platos, cubiertos, etc»
«A lo mejor estábamos jugando al fútbol en la puerta, con los amigos y llegaba gente y nos llamaba mi padre para que entrásemos. Nos lavábamos la cara y las manos y a empezar», rememoran ellos.
Lagrimitas de pollo
La cocina empezó a ser conocida y reconocida por toda Dos Hermanas. E incluso tuvieron una idea que es el santo y seña de este negocio hostelero: las lagrimitas de pollo. Los hermanos afirman que recuerdan «perfectamente que mi madre, hablando con las vecinas, se inventó una especie de alio-oli para aliñar trocitos de pollo y luego empanarlos. La mezcla le salió buena, tanto que la gente venía para pedirlas y probarlas. Y llegaríamos a decir que en Dos Hermanas fue el primer bar que las servía y en buena parte de la provincia y hasta Andalucía». «Si eso hubiera sido ahora, estarían patentadas», apostillan riendo.
Durante la Expo 92, hubo un boom de clientes y acudían al bar muchísimos extranjeros y, sobre todo, japoneses. Ninguno se iba sin probar la especialidad de la casa.
Entre servicio y servicio, los libros y los apuntes estaban bajo el mostrador y cuando tenían algún momento aprovechaban para leer, subrayar y estudiar, pese al trasiego continuo. Sus habilidades eran loables ya que lograban concentrarse y en instantes cambiar y echar una cerveza, abrir refrescos, recoger y limpiar mesas o anotar la comanda. Y es que el bar no cerraba a mediodía. Vivían allí y siempre estaba abierto hasta por la noche. Viernes y sábados, el horario era más amplio.
Sin embargo, ellos han visto esa dedicación al negocio como algo normal y nunca lo cuestionaron. Fueron los primeros camareros y la primera pinche de cocina, y no les pesaba. Eso sí, sus padres siempre los apoyaron para que estudiasen aunque como eran bastante brillantes, no les hacía falta estar pendiente de ellos. Desde que eran niños han sido muy responsables y eso ha derivado en lo que hoy son. «Los fines de semana cerrábamos el bar y nos íbamos a la biblioteca a estudiar, que estaba abierta 24 horas o ya cuando teníamos el carnet los dos nos íbamos a ferias de pueblos de alrededor. E incluso teníamos novia y nos turnábamos para tener una noche libre y poder salir con ellas a horas 'normales', no cuando se echaba la persiana». «Y al día siguiente, llegásemos a la hora que fuese, sabíamos que a la una de la tarde teníamos que estar abajo; y si no, ya se encargaba mi padre de recordárnoslos, llamándonos para que nos incorporásemos rápidamente. ¡Qué domingos!..», explican con la sonrisa en la cara.
![La familia Rivera Muñoz en uno de sus rincones favoritos de Casa Frasco y donde es común verlos](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2025/02/02/medicos-hijos-frasco-U72284720574zyp-624x385@diario_abc.jpg)
Trucos como camareros
Los tres explican que por entonces lo que había era una libretita de cuadros y bolígrafo en mano y para que les resultase más fácil la atención llamaban a los clientes por algo significativo: el color de una camisa o de una camiseta, por el número de comensales, a los que iban semanalmente les tenían puesto su apodo, etc Poco a poco fueron metiendo personal pero ellos continuaban al frente y dice que con todos se han llevado bien y se han reído muchísimo, además de trabajar. «Me parece increíble pero recuerdo perfectamente lo que pedía siempre uno de los clientes, porque no variaba», afirma Francisco. Ana matiza que «entre mi hermano y yo hemos llegado a hacer concurso de limpiar chipirones, a ver quién lo hacía más rápido».
Pese a su trabajo nunca tuvieron un sueldo como tal ya que era algo familiar y en lo que tenían que participar todos. «Eso sí, tampoco nos faltó nunca de nada ni teníamos que pedir nada: había un cajón y de ahí cogíamos lo que necesitábamos y si sobraba lo devolvíamos, teníamos esa libertad», aseguran los tres.
Para mantener así el negocio los sacrificios de sus padres han sido importantes ya que apenas tenían tiempo para disfrutar con sus hijos fuera del bar. «Se han perdido mucho; a la fiesta del colegio, venían, nos veían actuar y de vuelta y el día 6 de enero era y es el día fuerte por excelencia, de toda la vida, allí estábamos los cinco al pie del cañón», aseguran a modo de balance y eso sí, más que orgullosos de la forma en que los han educado Frasco y Ana.
Los médicos y la enfermera valoran muchísimo lo que sus padres han hecho por ellos y agradecen lo que son hoy profesionalmente. Eso sí, tan interiorizado tienen el negocio de la hostelería que, una vez se jubiló su padre, en 2017 decidieron continuar con el bar haciendo una gran reforma y quedándose al frente un familiar, Patricio Páez. Adaptados a los nuevos tiempos, conjugando a la perfección precio y calidad, Casa Frasco dispone de una carta tradicional variada, con platos tradicionales y guisos y otros con un toque vanguardista pero sin perder la esencia de nuestra tierra – ibéricos, carnes, pescados, amplia bodega y postres- y donde las 'lagrimitas de pollo' siguen siendo la estrella.
Anécdotas tienen para escribir varios libros, de las horas y horas y horas que han pasado allí y aunque cambiaron los cubiertos por el bisturí y la libreta por informes médicos y son acreedores de importantes premios en investigación médica llevan un sello impreso: la sencillez, que ha caracterizado a sus padres y que ellos también llevan a gala.
Frasco y Ana acuden a diario al bar, hoy referente gastronómico de la localidad y de la provincia, y los hijos, cada vez que pueden y así siguen teniendo allí su punto de encuentro. La familia ha aumentado: Francisco tiene una hija; Antonio dos hijos; y Ana, hijo e hija. Por el momento, y como los tiempos han cambiado, no tienen que estar en el bar. Eso sí, aunque no se sabe si estudiarán o lo que estudiarán las raíces hosteleras y médicas que ellos comparten son y serán la base heredada y sobre la que irán creciendo.
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