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Vírgenes de Sevilla

Amargura

El más allá está dentro de ese rostro con rasgos inequívocos del dolor más grande que puede afectar a un ser humano

La Virgen de la Amargura en su camarín J. M. Serrano / R. Doblado
Francisco Robles

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La Virgen de la Amargura en su camarín J. M. Serrano / R. Doblado

Dolorido. Exhausto. Tremendo. Los adjetivos se acumulan a medida que va creciendo el texto. La Virgen provoca esas sensaciones en quien tiene el gusto, o el disgusto, de experimentarlo. No sirven ambages. Solo hay que asomarse a su camarín para descubrirlo todo. El más allá está dentro de ese rostro con rasgos inequívocos del dolor más grande que puede afectar a un ser humano.

María se convierte en lo que siempre fue. Nosotros lo comprendemos a la edad que ya no será la mitad de la vida. Hemos pasado el lento tránsito en el que Ella se quedó para demostrarnos su valentía sin límites. En ese momento no supimos qué hacer con nuestra existencia. Solo había que esperar a que llegara el momento adecuado para decirle lo que llevamos toda la vida esperando.

Ahora lo entendemos todo sin preguntarle nada. Ahora somos capaces de mirar por encima de nuestro hombro, por debajo de los pies cansados que nos mantienen sobre la línea que los separa del mundo. Ahora somos lo que un día soñamos que podríamos ser. Lo demás, ¿a quién le importa? Lo otro sigue inescrutable el camino que nos ha marcado Ella desde su lado. El único camino que tiene validez cuando nos llega la hora. El camino de la Amargura.

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