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opinión

La mañana de la Virgen: Sevilla y su Patrona

La Virgen de los Reyes en la mañana del 15 de agosto raúl doblado

Pablo Borrallo

Sevilla

La mañana de la Virgen, la más esperada del verano en Sevilla, es una mañana de amanecer temprano y luces tenues. Mañana de muchedumbre y devoción. Mañana de destellantes resplandores áureos en el dintel de la Puerta de Palos de la Santa Metropolitana Iglesia Catedral. Mañana de ritos, rezos, súplicas, plegarias y oraciones. Mañana de corazones cautivos y ojos embelesados ante la romántica tumbilla de un paso procesional que va dejando, tras de sí, la promesa cumplida del anual reencuentro entre la ciudad y su Patrona. Sevilla se prepara ya para un nuevo 15 de agosto.

Entre gallardetes y banderolas, la ciudad se engalana, nuevamente, disponiéndose para celebrar el día de la Virgen de los Reyes, coincidiendo con la festividad católica de la Asunción de María, que conmemora la creencia en que la madre de Jesús, fue llevada en cuerpo y alma al cielo al final de su vida terrenal.

Un año más, cuando la madrugada despierte sobresaltada y la aurora venga bostezando, ángeles y arcángeles juguetearán tejiendo las primeras luces en el horizonte, anunciando que la claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el sol, la dibuja la que es verdadera Estrella de la Mañana, la más regia de todas, la que señala certeramente a Jesús.

Las naves catedralicias con sus sonidos ancestrales harán resonar otro año más el gran pregón de la devoción mariana hispalense: Ella es, sin lugar a duda, la Reina de los Reyes. Brisas de amanecida soplarán, nuevamente, las velas de la anual celebración.

El alba citará al día y el milagro de la fe se abrirá paso entre la multitud. Doradas ensoñaciones y evocadores olores a nardos se darán la mano en una nueva mañana de serenidad, calma y paz ante el paso de la Madre de Dios, aquella que maternalmente refugia a la ciudad desde hace siglos con ese manto protector, tan elegantemente recogido.

Leales a la tradición, ríos de fieles -pequeños, jóvenes y mayores-, envolverán los alrededores de catedral hispalense, abarrotando sus gradas bajas en un ambiente de fiesta, para rendir pleitesía a la devoción mariana más antigua de la ciudad, una de las principales devociones fernandinas. Rezo y contemplación, peregrinación temprana desde playas y pueblos de la provincia.

Puntualidad y reencuentro citados con la fe. La costumbre y la antigua usanza devocional transmitida de generación en generación. Y es que el 15 de agosto se produce cada año el milagro de la época estival. El encuentro cierto entre el gozo y el deleite. La coincidencia perfecta entre Sevilla y esa luz eternamente anhelada. Esa luz buscada en los ojos de aquella que media cada día en su Capilla Real ante el sonriente, alegre, vivaz y pícaro Niño que muestra en sus brazos. La Señora de los Reyes, sedente en su solemne sillón y con risueña muesca, nos volverá a ofrecer sobre sus rodillas al verdadero Hijo de Dios hecho carne. La imagen gótica nos volverá a situar a las plantas del que es luz de luz, para que buscando precisamente su irradiante luz, nunca caminemos en tinieblas.

Se acerca ya ese día de la Patrona tornasolando los impaciente corazones de los sevillanos. Se aproxima ya ese día de albores de fe, donde fulgores y sombras matutinas quedarán entremezcladas con densas nubes de incienso. Se acerca la gran explosión de religiosidad popular mariana hispalense ante la elegida de los cielos, aquella por la que reinan los reyes, tal y como promulga el dosel de la capilla donde recibe culto. Muchas preguntas volverán a adivinarse entre la multitud: ¿Cuántas promesas cumplidas? ¿Cuántos rezos por los que se fueron? ¿Cuántas gracias por los que se quedaron?¿Cuántas preguntas lejanas alcanzan respuestas cercanas ante la presencia de la Virgen de los Reyes?

El sentido de la medida en la composición del cortejo religioso, civil y militar, la mesura en la extensión temporal de la procesión, los niños carráncanos, los clásicos giros del paso sobre su eje al llegar a cada esquina, la cera roja del Sagrario alumbrando a Dios, la delicadeza musical, el colorido de la mañana y el sugestivo olor a nardos, ejemplificarán tanto el bien hacer, como derroche de buen gusto de la ciudad. Locas de alegría, las campanas de la Giralda repicarán estruendosamente la celebración tan litúrgica como atemporal del día de la Patrona, anunciando a los cuatro vientos que Sevilla es la gloria de los cielos, que la ciudad sigue siendo la Tierra de María Santísima… que Sevilla sabe dignificar, honrar y enaltecer como ninguna su predilecto y privilegiado título de Mariana.

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