Sevillanos sin Sevilla

El Miércoles Santo es un día clásico y joven a la vez. El broche lo puso El Carmen, pero años antes, La Sed vino de un barrio donde sí supieron lo que era eso de ser sevillanos sin Sevilla. Nervión era el extrarradio. Se trataba de un enclave cerca del Tamarguillo en el que, cuando empezaba a oscurecer el día, se replegaba en si mismo, algo que también ocurría en Semana Santa. Aquellos niños que en la radio -solo se escuchaban cofradías en la radio- por las estampas y por el ABC empezaban a conocer la realidad pasional de Sevilla lo hacían de lejos, como si eso fuera de otro planeta. Todo lo más dos días o uno, a veces ninguno, al chaval le ponían ropa de estreno para llevarlo en autobús al centro, ver lo que se pudiera y volver a casa antes de que pasara el último «pegaso». Lo demás, todo lo demás, había que soñarlo. La hermandad de la Sed en los años difíciles tras el Concilio, quizá también por ello, sembró en la tierra la semilla. Gracias a ellos, los niños sin Sevilla supieron lo que era limpiar plata, montar un altar de cultos, armar un besamanos o ir a la costurera del barrio a que te hiciera la túnica... Lo que en la ciudad rodeada de imaginarias murallas había sido un rito, para ellos se trataba solo de un anhelo imposible de alcanzar. La Sed vino a reparar esa deuda que también era una injusticia. Un camino que después comenzaron a seguir otras cofradías que se fueron incorporando a la Semana Santa y también las que ahora sirven de pórtico al Domingo de Ramos. Pero en su día estuvo La Sed que comenzó a escribir la lección que ha impartido este año Juan Miguel Vega el pregonero.