En la piel
Callejones de la memoria
Cada año, el palio de la Virgen se escora a los callejones donde esperan los vecinos de siempre
En esta Semana Santa en la que estrenamos la ausencia del maestro Antonio Burgos la cofradía de los que ya se fueron pasa por uno de los callejones de la Macarena. Ese en el que vivía la limpiadora, aquella mujer que iba a casa del ... periodista a echar medios días de lavado. A ese partidito del corral de vecinos regresaba cada año Antonio Burgos con su madre, invitados por las arrendatarias para ver a la Virgen de la Esperanza. La mujer y su hija dejaban la humilde y escasa vivienda rechinante porque iba a pasar la Virgen y porque venían los invitados de todos los Viernes Santos a quienes les cedía el mejor lugar del balcón para poder ver la cofradía. De la orden de la nobleza de la lejía, las dos mujeres de las manos blancas de tanto lavar la ropa se convertían por un momento en ese grupo de mortales escogidos a los que la Macarena visitaba a domicilio.
Los callejones ya no son lo que eran. Ni pasa la Virgen de la Esperanza, ni se mantienen los corrales, ni los vecinos de renta antigua. El paisanaje es más sofisticado, más intelectual, no son obreros ni proletarios quienes ocupan las viviendas que construyeron una vez que derrumbaron las antiguas casas sino universitarios, profesores, funcionarios. El Viernes Santo por la mañana de los portales no sale ningún olor a bacalao con tomate ni a espinacas de cuaresma. Las vecinas no se pasan las bateas de pestiños y torrijas compitiendo entre ellas a ver quién era la que lo hacía mejor, y llevándole una parte a las viudas o mujeres derrotadas por la guerra a las que el sueldo no le daba para dulces, ni siquiera para los humildes. Parece que dejó de pasar la Esperanza y las angostas calles se han quedado sin vida. Pero la Macarena nunca les abandona. Cuenta que cuando el paso da la vuelta de Fray Luis Sotelo a la Resolana, siempre hay que rectificar mandando la derecha alante porque sin que se sepa por qué, la Virgen siempre se escora a la izquierda. Se escora a los callejones por los que quiere volver la Macarena para ver a sus vecinos que, asomados a las nubes, siempre la esperan, en el mismo sitio, y a la misma hora.
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