En la piel
El balcón de la luna
La Virgen del Museo lleva una toca blanca porque la luna se la regaló una noche de Lunes Santo
Santa Marta ya se recogió aunque van a tener que pasar unas horas hasta que se disipe el humo del espeso incienso que como una niebla ha cubierto la Plaza de San Andrés. También el Beso de Judas está dentro. Del cercano San Vicente se ... acaban de escuchar las notas de las marchas tristes de Pantión. Por los barrios, por el Arenal, el Polígono o el Tiro de Línea dejaron de cortar el aire las cornetas. La Capilla de la Vera Cruz está apagada y en la penumbra de sus pasos huele a flores y a cera derretida. Se va terminando, Triana arriba, por el Barrio León, la singladura del barco del Soberano Poder. Estamos en las últimas horas del Lunes Santo que ya ha cambiado de hoja en el almanaque.
Solo queda un espacio en el corazón de Sevilla para que la luna se asome y alumbre la última cofradía que sigue en la calle. La luna sabe que el Lunes Santo es su día, que se llama así en su honor y que, aunque no se la celebra tanto como a la mítica luna del Parasceve, esta noche ilumina como ningún otro día estas horas postreras. Fíjense en ella este año. Desde que dan las dos se asoma a la Plaza del Museo que es donde los astros, sin calles estrechas ni angosturas, pueden ver bien los pasos. A la luna le gusta la hermandad del Museo por dos cosas. Primero porque puede verle los ojos al Cristo de la Expiración. Si reparas, te darás cuenta que esa noche, alterando las reglas de los planetas, se coloca justamente en el lugar exacto del espacio en el que pueda clavar su luz en las pupilas del expirante. El crucificado se retuerce buscando esa luz del Padre y el Padre le manda el bálsamo de la luz de la luna. Asomada a su balcón de la plaza añora tiempos en los que el Peregil o Pili del Castillo le ponían alfombra de saetas a las imágenes de la cofradía. Ahora aguarda la llegada del palio trasparente bordado sobre el aire. Hace tiempo que el astro se enamoró de la Virgen de las Aguas. Tanto, que hasta le ofreció un trozo de sí misma, un trozo de luna, para cubrirle de su luz el manto. La Virgen del Museo lleva una toca blanca, porque la luna enamorada se la regaló una noche de Lunes Santo.
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