EN CUARENTENA
Nacho
El joven periodista tiene un don. Posee una portentosa capacidad de comunicarse con su padre, incomparable con la de cualquiera
Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025

Pocos lo saben. Nacho tiene un don. Posee una portentosa capacidad de comunicarse con su padre. Incomparable con la de cualquiera. Lo consigue, de hecho, sin necesidad de intercambiar con él palabras, sin una conversación. Siempre ha sido así. En lo cotidiano y en los ... momentos cruciales. El verbo nunca hizo falta. Rebosantes de orgullo, el hijo ha tenido al padre como indiscutible modelo a seguir y el padre a su primogénito como la sólida certeza del trabajo bien hecho. Con esos nutrientes, el cauce de amor que vincula sus almas jamás deja de funcionar. Basta una mirada, un gesto, un pensamiento para entenderse y, a la vez, alimentar esa conexión sobrenatural que ha permitido traspasar de una generación a otra una fe tan resistente como el castillo de Cortegana y una bondad tan colosal como el Vesubio.
Ocurría mientras el hoy periodista jugaba a la pelota siendo un crío sobre la arena de Chipiona cuando, desde la orilla, se percataba de la discreta vigilancia de papá. Sucedía en la grada de Nervión en el momento preciso en que ambos intuían, sincronizados, que la eliminatoria se iba a superar de una forma u otra. Se activaba esa telepatía para comentarse, sin abrir la boca, la emoción de posar juntos ante el palio de la Caridad ataviados ya con la túnica azul baratillera a punto de atravesar la frontera entre el cielo y la acera de Adriano. Una comunión que se hacía evidente en la sonrisa de honra con la que el joven hizo, en el horno de la Avenida, la primera entrevista a su progenitor cuando fue nombrado pregonero. O en el momento de la lectura de ese pasaje ante el repleto teatro Maestranza. «Que por ti, rosa temprana, / todos los Miércoles Santo / la tarde se vuelve canto / y la noche se engalana». O en aquel paseo por la Tribunali esquivando motos con su hermana Macarena y su primo Joaquín, cuando no era necesario echar la vista atrás para cerciorarse de que su farero, de la mano de su amada Inmaculada, caminaba unos metros más lejos pletórico por comprobar la madurez de su vástago en la tierra de Parténope. O en aquellos días de impulso de la coronación. O hasta en el último y balsámico paseo, con Anabel y los suyos, por la sierra onubense.
Pero al hijo de Ignacio Pérez Franco le asalta durante unos segundos, a traición, una pregunta inquietante. En esta Cuaresma extraña, opresiva, necesita saber si el lazo de confidencias se mantiene intacto ahora que uno de los dos no está físicamente porque a los naranjos se les ha caído el azahar demasiado pronto este año. Quiere probar sin tenerlo delante. Sentado en el Santo Ángel, oye al Carmen de Salteras poner música al estreno de la Salve del Baratillo escrita por su padre. «Tu mirada de Piedad, / tu mirada que enamora...». Lanza entonces un mensaje preñado de fe mirando arriba. «Va por ti». Y obtiene respuesta paternal inmediata, cálida, estremecedora. La transmisión no falla. «Por ti, va por ti, hijo mío». Hay nudos imposibles de desatar. Bendita la rama que del árbol sale.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete