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Kilómetro cero: la historia de la Macarena contada por las casas del barrio de San Gil

Las casas de la vieja collación cuentan como eran los antiguos nazarenos de esta hermandad

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El siglo XX es el escenario de la gran transformación social de la corporación macarena. La hermandad de los humildes hortelanos, nacida en el límite de la collación de San Gil , se transforma en una masa social muy diversa repartida por todos los barrios de la ciudad y más allá.

Pero hemos querido ir al origen y a lo que queda de él con el historiador y escritor Andrés Luque Teruel. En nomenclatura y en arquitectura encontramos las voz de aquellos primeros devotos. Todo nació en San Basilio, bajo el auspicio de aquellos monjes que asistían espiritualmente al Hospital de las Cinco Llagas. Y Andrés Luque se conoce muy bien la zona, escenario de sus correrías infantiles. A solo unos pasos de San Basilio estaba la llamada casa de la Almenilla: un largo pasillo por donde se accedía a la casa de su abuelo. Nos cuenta esas cosas y parece que se difunde el aroma de aquel antiguo horno de pan cocer. Ya desapareció, como tantas otras cosas del barrio, del auténtico barrio de la Macarena, que es el de San Gil: «Lo importante está del arco para adentro. Cuando comienza a crecer un barrio extramuros de bab al makarna , San Gil ya tenía tres siglos de vida cristiana», afirma orgulloso.

Fachada de la actual parroquia anglicana de San Basilio, donde una vez se levantó la nave del convento de los basilios, aunque estaba dispuesta de forma paralela a la calle Relator / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

La calle Relator esquina con Amargura es por tanto el kilómetro cero de una devoción universal. El lugar que hoy ocupa el conjunto evangelista conformaba uno de los patios menores de aquel convento-colegio y la Iglesia , cuya nave central estaba en paralelo con la propia calle y cuya torre, sencilla dentro del barroco coronaba el conjunto, según podemos observar en antiguos testimonios decimonónicos. No todo ha desaparecido. «Era muy difícil que un conjunto tan grande de edificaciones se esfumara por completo».

El autor de este reportaje entrevista a Andrés Luque Teruel en la esquina entre la calle Parras y Sagunto / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

Y es que San basilio llegaba al menos hasta la tercera casa de la calle Parras, y por el otro lado cogía entera la antigua calle Escuderos y un pequeño tramo de Torres , donde el arquillo de la fábrica de maderas hoy se levanta sobre el límite físico del convento. Hay todo un núcleo de viviendas acolmenadas dentro de lo que fue una panda del claustro mayor y por Relator hay arcos y portadas dentro de las casas. Entre ellas estaba la casa de Juanillo el de las puertas. «Era un personaje popular y torero cómico que montó un negocio de venta de objetos viejos, que recogía de los derribos. Yo entraba de pequeño y veía una hornacina del siglo XVIII donde se leía ‘Aquí se fundó la hermandad de la Esperanza’». En esta misma época el actual numero 49 era la tienda de los madrileños. Entrando en el corral de la casa había tres arcos tabicados de finales del siglo XV . Hemos dicho corral. Porqué lo natural aquí es que las cosas tuvieran corral y no patio. «Y eran enormes. En la calle San Basilio había uno donde se montaba una plaza de toros», apunta Luque. He aquí una de las claves del macarenismo primigenio . Aquello era poco más que campo. Dentro de la muralla, pero campo y huertas. Y sus gentes, hortelanos.

Edificio alto que sobresale es la única panda del claustro grande de San Basilio que ha llegado a nuestros días. Fue fábrica de harinas y galletas, después almacén de maderas y hoy edificio de viviendas / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

Los hortelanos

Cuando llega Fernando III, la ciudad urbanizada era infinítamente más pequeña que la ciudad amurallada. De hecho las casas acababan en la línea que une la calle Baños con Santa Catalina. Y Sevilla va creciendo dentro de su cerca paulatinamente. Primero San Vicente y San Lorenzo . San Gil comienza a cambiar no antes del siglo XVII y ese proceso llega hasta casi principios del siglo XX. No en vano la huerta de los Toribios , al este del Pumarejo se urbaniza en 1884. «El nivel social del barrio desde los parámetros actuales era bajísimo y en su época la inmensa mayoría eran analfabetos, pero era así prácticamente en todas partes. El modo de vida aquí era distinto al de Sevilla. Aquí hasta llegado el siglo XIX también se decía vamos a Sevilla», comenta Luque Teruel.

El arco del antiguo almacén de maderas, construido en ladrillo y con cerámica trianera, marca el límite del antiguo convento y colegio de los basilios / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

La casa de la calle Pozo 21 nos habla de esos tiempos. Es una de las más antiguas del barrio. Estaría en origen encalada, con su corral al fondo y responde a la tipología completamente: puerta de entrada con habitación a cada lado y planta principal con tres estancias arriba. La más frecuente en cualquier caso era un poco más simple: la puerta con su habitación lateral y dos habitaciones arriba. Podemos ver varios ejemplos en la calle Parras: casas encaladas e imperfectas con una azotea hecha como antiguamente: «levante usted ahí pa’rriba». Pero los tiempos irán cambiando…

La casa de la calle Talavera nº4 representa el tipo de edificación que en el siglo XIX sucede al prototipo de la casa con corralón / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

La casa del siglo XIX de la calle Talavera es el tipo de edificación que va a superar a las antiguas de los huertos. Es una casa grande de barrio y sin patio. Cambian los medios de vida. Muchos de los hortelanos van a trabajar de obreros en fábricas como la de de hierro de Fernández Palacios junto al río, o en San Antonio en la calle San Vicente… Luque relata una pequeña anécdota que ilustra las características de esta nueva clase obrera macarena. « Cuando la hermandad va a por la corona en 1913 forman los armaos, cogen un jamón, se lo echan al hombro. Se lo llevan de regalo a los que han cincelado la corona . No al dueño del taller, sino a los trabajadores. Y ponen hasta su banda de música».

La casa entre Esperanza y Torrigiano, es la última casa huerto ubicada de los callejones, zona conocida en su tiempo como «el barrezuelo». Su estado de abandono presagia su posible desaparición. La calle Esperanza es la primera que se dedica a una advocación cofradiera en Sevilla, a finales del siglo XIX / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

Es en ese tiempo cuando aparecen los corrales de vecinos en San Gil, una zona donde hasta entonces no había existido escasez de espacio ni necesidad de hacinamiento. Por otra parte los que tenían patios traseros montan pequeñas fabricas familiares donde se hacían chapas, tapones o paraguas. Aparece un pequeño empresario en la Macarena con bajo nivel de formación… pero que maneja dinero. A esa tipología también responden diversas casas de la calle Parras, donde se abren cocheras para facilitar el transporte de las mercancías.

La casa entre Esperanza y Torrigiano, es la última casa huerto ubicada de los callejones, zona conocida en su tiempo como «el barrezuelo». Su estado de abandono presagia su posible desaparición. La calle Esperanza es la primera que se dedica a una advocación cofradiera en Sevilla, a finales del siglo XIX / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

Viejos macarenos

Entonces era una hermandad eminentemente popular. «Solo hay que ver las fotos de la Virgen con el palio negro y los devotos y vecinos a su alrededor. Van vestidos de un modo radicalmente distinto a los que aparecen en las fotos del Gran Poder o Pasión . Para empezar el paso de la Virgen es más grande que las casas, que son como máximo de una planta. Las mujeres visten tocas negras y alpargatas ; los hombres llevan gorras. Y si hay alguien con sombrero es de ala ancha, el propio de las labores del campo». Esa realidad comenzará a cambiar a raíz de la actividad artística y empresarial de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Este personaje siempre se identificó con las hermandades populares pero a través de su labor de promoción y sus contactos consigue que la devoción Macarena traspase los límites del barrio.

Conocida como «casa Moisés», sita en la calle Parras acogía un comercio de venta de elementos de metal. Su propietario la construye con muchos balcones para invitar a sus contactos a ver el paso de la Virgen / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

El cambio ya había iniciado cuando la guerra civil lo trastoca casi todo, como señala Andrés Luque: «Evidentemente hay un cambio de lo popular a lo elitista cuando entran los militares. Queipo de Llano tiene una tremenda influencia y el coronel Bohórquez se convierte en hermano mayor», aclara. Con el nuevo orden social de España se publica una ley que prohibe las reuniones. Para que haya más de tres personas reunidas hay que tener un permiso especial. Entonces los macarenos se ven obligados a apuntarse a la hermandad, con la excepción de las mujeres, que se niegan porque dicen que no necesitan demostrar su pertenencia a la hermandad. Aquellos cambios y bastantes otros nos conducen a la actual hermandad de la Macarena, cuya nómina de hermanos y su localización traspasa con creces aquel entorno primitivo de la calle Relator, pero… todo comenzó en las huertas.

La calle Amargura, junto al mercado de la calle Feria / CÉSAR LÓPEZ HALDÓN

La calle Amargura

Esta calle que partía de la misma puerta de San Basilio marca el camino natural de la hermandad durante los primeros siglos de vida. Un número importante de las familias macarenas de finales del XIX vivían aquí. La casa barroca de ladrillo situada aproximadamente a mitad de calle era la casa de Amores, la familia artífice del palio rojo, el manto de maya o la corona de oro,como nos cuenta Luque. «Enfrente estaba la casa de uno de los Luque, de los cenizas. Es el entorno donde se cuece la vida de hermandad. El almacén está en San Gil , pero las casas menos rurales, las más desarrolladas del barrio están aquí, en la calle Amargura». Al fondo, desemboca en la Plaza de Calderón y pasando el palacio de los marqueses de la Algaba había un arco bajo el que procesionaba la Esperanza. Un paisaje urbano que llegaría a dibujar Richard Ford.

La Esperanza Macarena regresa por la Resolana en la década de los años 20

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