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Noventa años de la muerte de Juan Manuel Rodríguez Ojeda

Hace justo nueve décadas falleció el mito que revolucionó la concepción artística de la Semana Santa de Sevilla para ser como hoy se conoce

Javier Comas

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Era 30 de noviembre de 1930 . Ese mismo día, en Argentina se inauguraba el Teatro del Pueblo, el primero independiente de Latinoamérica. Un hito cultural en el mismo año en el que Federico García Lorca escribía las últimas líneas de «Poeta en Nueva York» y acababa de estrenar « La Zapatera prodigiosa» . Por su parte, Ortega y Gasset ya había publicado su libro más famoso que fue traducido a más de veinte idiomas: «La Rebelión de las masas». Luis Buñuel y Salvador Dalí acaban de estrenar su película surrealista «La Edad de Oro» y Alfred Hitchcock hizo lo propio en Estados Unidos con su famosa cinta «Asesinato». En el mundo, Plutón llevaba descubierto apenas nueves meses y aún estaba la resaca del primer mundial de fútbol de la historia que ganó Uruguay . Solo quedaba una semana para que naciera el actual columnista de ABC, el mítico periodista español José María Carrascal y desde el 17 de agosto, España ya empezaba a conocer los resultados del Pacto de San Sebastián , una reunión promovida por la Alianza Republicana en la que se acordó la estrategia para poner fin a la Monarquía de Alfonso XIII y proclamar la Segunda República Española que llegaría meses después. En aquel contexto, y hace justo noventa años y un día, murió a los 77 el gran creador de la Semana Santa contemporánea de España con origen en Sevilla: Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Un hito cultural a la altura de los nombrados en este párrafo y que marcó una época de esplendor artístico y social en esta celebración.

Quizás no exista una foto que mejor defina aquella Semana Santa de 1930: El propio Ojeda apoyado sobre una de las maniguetas del palio de la Macarena que muestra su imponente trasera con el estreno aquel año del manto de tisú. Imagen que ponía la clausura a modo de metáfora de toda una época de creaciones, la era del propio Rodríguez Ojeda clausurada en la trasera de su mayor obra conjunta, apoyado y con el cansancio del artista que ha culminado una de sus obras postreras y que serviría como modelo que se ha repetido hasta la saciedad. Una foto que cumple noventa años y algunos meses, una foto que pone el fin a una Semana Santa que él mismo cambió.

Juan Manuel Rodríguez Ojeda junto al manto de tisú de la Macarena

Un país en crisis

Como señala el historiador del arte Manuel Jesús Roldán en su reportaje en ABC, «1930: La Semana Santa de la ‘dictablanda’»;  «a finales de enero había dimitido , falto del apoyo del Rey, el dictador Primo de Rivera , siendo sustituido por el general Dámaso Berenguer . El llamado «error Berenguer» por Ortega y Gasset daba lugar a la denominada « dictablanda », periodo de transición que hacía presagiar importantes cambios políticos y una clara inestabilidad. En Sevilla se produjeron cambios en el gobierno civil, el gobierno de la Diputación y el propio Ayuntamiento, sucediéndose movimientos políticos de unos y otro signo, desde la constitución de la Unión Monárquica Nacional a la manifestación de obreros que recibían en abril en la Alameda al anarquista Pedro Vallina, desterrado por Primo de Rivera.

Sevilla aún vivía del recuerdo de la gran Exposición Iberoamericana que se clausuró meses atrás y que cambió el rumbo de una urbe con aires hasta entonces de pueblo grande. Una muestra que también influyó en la Semana Santa y en las creaciones puramente regionalistas de la etapa más esplendorosa del propio Ojeda.

Alfonso XIII preside el palio de la Virgen de la Victoria

Aquella última Semana Santa de Rodríguez Ojeda tuvo presencia monárquica con Alfonso XIII a la cabeza y dejando para la posteridad la famosa fotografía donde el Rey preside el palio de la Victoria de las Cigarreras -que el propio Ojeda bordó cuatro décadas atrás- en la noche del Jueves Santo. Quizás Juan Manuel vio con sus propios ojos como el dirigible Graff Zeppelin sobrevolaba la ciudad. También leyó las crónicas y apuntes de Antonio Núñez de Herrera «describiendo aquellos cofrades de la Calzada que daban vivas a Pilatos y que entraban en comparaciones con la Macarena, la «hermandad matriz» en muchos de sus planteamientos», como apunta Roldán.

El cardenal Ilundain presidió los oficios en la Catedral, el mismo prelado que apartó a Rodríguez Ojeda de la hermandad de la Macarena, imponiendo una junta gestora en 1925. En la salida de la Hiniesta , la hermandad vecina y cercana a Juan Manuel salió con la presidencia del príncipe don Carlos en el día del estreno del pasado de los bordados del manto de la Virgen por el taller de Carrasquilla. Ojeda también pudo ver a la infanta doña Luisa presidir el palio de la Virgen de la Amargura y el Cristo del Amor.

Juan Manuel viviría en primera persona el estreno del Cristo de las Aguas de su coetáneo Antonio Illanes – que se quemaría en San Jacinto en 1942- o el del palio de la Virgen de la Palma del Buen Fin, original obra bordada sobre terciopelo azul en los ya incipientes talleres de Victoria Caro. También conoció el palio que ese año estrenaba el Silencio bajo diseño de Cayetano González que hizo que un icono único de Venecia se convirtiera en un símbolo de la Semana Santa de Sevilla.

La Macarena con el manto de tisú / JUAN FLORES

Pero, sobre todo, lo que sí vio y vivió fue su gran obra como cierre de una vida: el manto de tisú que creó para la Esperanza Macarena que clausura una etapa. De tisú color verde con bordados en hilos de oro, la pieza estuvo patrocinada precisamente por el propio rey Alfonso XIII, que había iniciado la suscripción popular entre hermanos y devotos. Su contrato se firmó el 20 de junio de 1929 y se había estipulado en 36.700 pesetas el costo final de su ejecución, incluyendo la mano de obra de su taller y los materiales que suministraría la fábrica de tejidos López de Valencia. Los inicios del trabajo fueron acompañados de una encendida alocución del hermano mayor en la que se animaba a la participación en la obra: «¡Sevillanos, que el manto de la Madre nos junte a todos en un mismo sueño; que al verla pasar en la Madrugada solemne y augusta todos podamos mirarla con emocionado orgullo al pensar que en su manto va el afán de un día, de una hora, de un minuto de nuestra vida!».

Los dos mantos que Ojeda bordó para la Amargura, juntos en la exposición 100 años “Amarguras” / M. J. RODRÍGUEZ RECHI

La obra cerraba una etapa que se inició en las últimas décadas del siglo XIX cuando un joven artista ingresó en el prestigioso taller de las hermanas Antúnez. Desde ese momento abrazó el bordado tradicional heredado en su aprendizaje y lo revolucionó creando un estilo que tuvo su arranque en 1901 con el diseño de un palio para el paso de la Virgen de la Amargura de Sevilla (hoy en los Judíos de San Mateo de Jerez) que supuso un cambio de estilo en la Semana Santa. Innovación, regionalismo y costumbrismo para dar una vuelta a una celebración que comenzaba a resurgir con el nuevo siglo XX.

Fotografía coloreada de los años 30. La Esperanza Macarena en el desaparecido palio rojo

Manos que, desde su hermandad de la Macarena de la que fu e hermano mayor , vestidor que creó una época y todo lo que uno se podía imaginar dentro de una corporación de estas características; ideó para las cofradías de la ciudad una nueva Semana Santa. Desde el manto camaronero de 1900 hasta el palio rojo de 1908 que supuso un antes y un después en la concepción de esta pieza de culto y procesión; desde la nueva estética de la Centuria Romana hasta elevar la belleza del traje nazareno de San Gil a las más altas cotas.

La Virgen de las Lágrimas de la Exaltación en una foto de finales del siglo XIX con el palio creado por Rodríguez Ojeda en 1898

De sus manos se hicieron realidad el palio (1894) y el manto (1898) de las Cigarreras, el palio de la Macarena de 1891 que, con Juan Manuel en vida (1909), paso a manos de la Estrella,  o las bambalinas y techo de la Exaltación (1898); el antiguo manto de los Panaderos (1898), que hoy está en Cantillana, o el palio del Gran Poder (1904); la túnica persa del Señor (1908) o las ropas del misterio de la Mortaja (1906), las grandes túnicas del Señor de la Sentencia o aquel conjunto para los Negritos (1915 y 1906) que hoy está repartido en Cádiz y Écija.

La Virgen de la Presentación del Calvario

También ideó el monumento andante completo creado para la Virgen de la Presentación (1916) o el palio de la Cena (1924), el manto del Valle (1920) a juego con su valioso palio-el más antiguo de la Semana Santa- o el conjunto de la Virgen del Dulce Nombre (1921-1924); el palio de la Candelaria (1924) o la túnica para el Señor del Desprecio de Herodes (1919), el nuevo conjunto para la Virgen de la Amargura (1926) o el palio del Cristo de Burgos (1928).

La Virgen del Valle, en una de sus primeras fotos con el manto de Rodríguez Ojeda

El conjunto completo de San Bernardo (1928-1931), quemado en la Guerra Civil, reconstruido al milímetro por José Caro y donde se encuentra su obra póstuma; los faldones de la Virgen del Refugio o todo su legado inmemorial de una época que no cabría en una sola reseña. Enumeración que resume toda una Semana Santa como hoy se conoce. Una celebración que, sin Juan Manuel Rodríguez Ojeda, en nada se parecería a la de noventa años después.

Las oficiales del taller de Rodríguez OjedaLas oficiales del taller de Rodríguez Ojeda

Apartado: ¿Quién era Rodríguez Ojeda?

El periodista José Manuel de la Linde publicó el pasado mes de mayo en la revista Pasión en Sevilla un reportaje en el que se sacaban a relucir aspectos desconocidos del genio de la calle Duque Cornejo. A través del libro « Juan Manuel Rodríguez Ojeda. El diseño como fundamento artístico (Servicio de publicaciones de la Universidad de Sevilla)» se analizan aspectos monográficos del artista, vestidor y bordador sevillano. Encargada por la Hispalense al profesor Andrés Luque Teruel , este libro pone de manifiesto el perfil poliédrico de un hombre capaz de revitalizar la Semana Santa. Se dio por completo a las hermandades pero también se valió de ellas para establecer una red comercial sin precedentes. Generó filias, pero también fobias: utilizaron su patente homosexualidad para ponerle la zancadilla. Ya conocíamos que era un artista total. Ahora sabemos que su trayectoria fulminante también merece ser estudiada en las mejores escuelas de negocio.

Juan Manuel reinventó la Semana Santa pero poco se conoce hasta ahora de su personalidad. Y eso que en ella residen las claves de su superación personal constante y de su carrera empresarial y social ascendente. Si algo se ha descubierto con esta obra, es que Juan Manuel Estalisnao Luis Gonzaga de la Santísima Trinidad  (así figura en su partida de nacimiento que por primera vez ha visto la luz) fue un adelantado tanto en el plano artístico como en el económico y de gestión.

Juan Manuel Rodríguez Ojeda.

Su relación con la hermandad de la Macarena le llega por vínculos maternos y por su lugar de nacimiento. Se cría en la calle Beatos, actual  Duque Cornejo  y en un ambiente muy popular. Su padre, como otros muchos vecinos del barrio, era empleado de la alhóndiga donde se encargaba de la medida de granos.  El barrio se articulaba en torno a Omnium Santorum y la calle Feria y con San Gil  como uno de sus límites. Extramuros estaban las casas de los trabajadores del  Hospital de la Cinco Llagas. Son lo que hoy llamamos los callejones, rodeados de huertas. Pero también las había intramuros. De hecho las calles de San Gil aún conservan la forma de aquellas veredas y acequias que llevaban el agua a los hortelanos. En definitiva, el barrio que Juan Manuel conoció de niño tenía una identidad casi rural socialmente muy deprimida. Los vecinos se agrupaban en torno a aquella paupérrima hermandad macarena que el mismo elevó a las más altas cotas del arte y la devoción años después.

Una investigación que puede seguir leyendo en el siguiente enlace, pinchando aquí.

Juan Manuel Rodríguez Ojeda montaba los besamanos a la Esperanza Macarena restringido a su círculo cerca. Aquíla Virgen con el manto de malla y la llamada toca de rombos en los años 30

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