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Pregón de la esperanza de Juan José Borrero

Una salve directa al alma viva de la Esperanza

El director adjunto de ABC de Sevilla, Juan José Borrero, pronunció un pregón de la Esperanza, emotivo e indeleble, que se detuvo «a las cinco de la tarde» de la eternidad de un Domingo de Ramos

Juan José Borrero durante su pregón de la Esperanza en la parroquia de San Roque
Juan José Borrero durante su pregón de la Esperanza en la parroquia de San Roque J.M.SERRANO
Mario Daza

Mario Daza

Sevilla

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A falta de sólo unos días para que el calendario nos devuelva los añorados besos en las manos de la Esperanza, la presencia real y certera de una de las advocaciones marianas más universales irradió este lunes en el corazón de la ciudad que la tiene como mediadora de todas sus gracias. Lo hizo a través del delicado, emotivo e indeleble pregón de la Esperanza que pronunció el director adjunto de ABC de Sevilla, Juan José Borrero, en la parroquia de San Roque, «a solas ante la mirada de mi madre, tan llena de Gracia» y en el que hizo un recorrido evocador por el papel de la Virgen como «modelo que guía a la juventud», su ejemplo de compromiso «para pedir a Dios que ilumine la sombras de la sociedad», y un recorrido por la memoria que viajó de Triana y la Macarena y se detuvo «en las cinco de la tarde de las manillas del alma» de un Domingo de Ramos para la eternidad.

El texto quiso ser desde su arranque una «Salve a María» y a «esa esperanza a la que confié esta osadía». Una oración que envolvió entre seis décimas iniciales de métrica exacta con las que cantó a cada una de las esperanzas de Sevilla. «Por eso, salve María/Tu luz es esa confianza/que presiente la bonanza/al ver tu candelería/que en la cal es pedrería/llorando en Caballerizas/altar en el que bautizas/con la gloria de tu Gracia/a Sevilla en la abundancia/del amor que fecundizas». Precisamente ahí, en la dolorosa de San Roque, dejó sus primeras palabras, confesando que la ve «en Nazaret, cargada con la cántara del agua, con su túnica blanca, dejando sobre la mesa la flor de su paseo» e imaginándola «tan niña y tan mujer, tan humana y tan divina, tan Virgen y tan Madre, tan alegre y tan prudente, tan valiente y tan frágil; tan rotunda en la esperanza».

El pregón no fue ajeno a la realidad de nuestros días, con referencias «al temor que pudo sentir la joven María en la Anunciación» y su vínculo con «los jóvenes angustiados por el miedo, la depresión y la desesperación» o «las sombras de esta sociedad que se dice desarrollada pero en la que tan difícil resulta nacer». Un hilo que sirvió para llegar al Adviento y a la expectación de la Virgen de la O, poniendo el foco sobre el proyecto social 'Esperanza y Vida' en el que trabajan «esos gabrieles sin alas que han anunciado al mundo el nacimiento de casi 300 niños». Para la dolorosa de la calle Castilla, como «vocal de la admiración», fueron los versos que arrancaron diciendo «Mira si es grande su amor/que eres mi madre María/siendo la madre de Dios» y que remató llamándola «Eres matrona en Triana/por muchas generaciones/de la vida una guardiana/tú no pones condiciones/porque el amor siempre gana».

Siguió Borrero acordándose de «la pérdida de valores en una sociedad que se aleja de las virtudes de aquella mujer que llevaba en su seno el Hijo de Dios» para llegar hasta el besamanos de la Esperanza de la Trinidad, esa Virgen que «evoca las tres gracias de su juventud, su encanto y su dulzura» y en la que ve «a esas mujeres que huyen de las guerras, de la desolación y el hambre, como lo hacen dos mil años después las madres de Gaza, Nazaret, Belén o Jerusalén». Para acercarse a Ella, buceó en las reflexiones de Don Bosco, reviviendo el vínculo salesiano de esta cofradía y afirmando que «Beso tu mano Señora/y en tanto pongo en los labios el suspiro/presiento que ya es la hora/ de buscar en los sagrarios mi retiro./En tu mano dejo presto/el postrero aire de mi alma solitaria/lo tengo todo dispuesto/para vivir en tu calma Trinitaria».

De un belén sevillano a la Macarena

Apelando a su perfil de cronista de la ciudad, el pregonero hizo referencias a asuntos de actualidad como el 775 aniversario de la reconquista del culto cristiano en Sevilla o los ochos siglos del primer belén que ideó San Francisco en la cueva italiana de Greccio, afirmando que «el primer pesebre de Sevilla está en el vientre de su primera esperanza», la Divina Enfermera, en cuyo seno asentó la Navidad más sevillana. «En cada casa un portal/con sus luces encendidas/en cada iglesia su altar/desde Belén a Sevilla», afirmó. A partir de ahí nació un hermosísimo sueño que le permitió montar el Nacimiento con «la enea de una silla de la Campana, el tul de la Virgen de las Aguas, los turiferarios de Santa Genoveva quemando incienso de la calle Córdoba y la media luna de la Inmaculada de Murillo como sonrisa», que puso en manos de la gloriosa esperanza de San Martín.

Uno de los últimos pasajes del pregón le llevó a narrar las dos madrugadas de Triana, «una que anuncia la muerte del Cristo de las Tres Caídas y otra, cuando se reza el rosario de la Esperanza, que anuncia su nacimiento». De la otra orilla del Guadalquivir dijo que «no quiere morir», a pesar de estar «amenazada por las modas y el negocio», que «siempre resurge con su fe» y que «es el mundo que no queda» en manos de una madre que Triana tiene como «la esperanza de apellido en gentilicio». Hablándole a aquella que «está pendiente del último suspiro del Cachorro de Dios», se preguntó «¿Por qué llora entonces esta Esperanza?/Porque las madres lloran y Ella...», en un largo romance que remató diciendo: «Su calle está en la pureza/el soportal de las almas./Aquí tienes a tus hijos./La Esperanza que esperaban/es la roca que soporta/la mano en la que descansa/todo el peso de la fe/del barrio de una mujer/que se apellida...Triana».

La emoción fue quebrando la voz del pregonero cuando le tocó plantarse ante la Macarena, viajando hasta «el segundo barrote de la reja situada a la derecha del portón del convento» de Santa Ángela donde «empeñé mi promesa de verla durante diez años». Relató, con una sutileza exquisita, aquella Madrugá de 1995, la del encuentro de las dos esperanzas en la Catedral, en la que la lluvia estuvo a punto de truncar ese momento. «Esperé allí durante horas en las que me repetía constantemente...pasará la Macarena, pasará. Y pasó», definiendo entonces que la eternidad «es esa lenta vuelta del palio hacia el convento, las voces de las hermanas, banda sonora de la gloria de Sevilla, aquella plegaria que hacía Luis León a los costaleros, y la despedida calle abajo, cuando la música explicaba lo que pasa cuando 'Pasa la Macarena'».

Aquellas amanecidas de Viernes Santo junto a las hermanas las compartió «con amigos o con mi novia, que luego fue mi mujer», a los que llevaba «para que me explicaran por qué lloramos ante la Macarena». Ahora, con el paso del tiempo, «voy a verla a la puerta de la Amargura como una metáfora de cómo se complica el camino de la vida en el tránsito de la juventud a la madurez». Ahí se detuvo Borrero para confirmar que «Te buscamos, Macarena/y esperamos que bendigas/esta espera que presagia/que la esperanza es cumplida». Lo hizo apelando a la guardia eterna de macarenos que ya escoltan a la Virgen en el cielo. Trajo a la memoria del presente, con gran virtuosismo literario, a Fernando Carrasco, Hidalgo, Loreto, Luis León, Ojeda, El Pali, Rafa Serna, Abelardo, Juanita Reina, Sainz de la Maza, Livia Caro y a un sinfín de nombres que habitan ya en el corazón del atrio eterno para dejarlo todo en sus manos. «La Macarena no llora,/que la que llora es Sevilla,/a borbotones llorando,/porque presiente la dicha/de ver a su madre andando/por la postrera avenida/con el coro de los ángeles/y el Gran Poder sin heridas».

«A solas» con su Esperanza

Vaciada el alma y con el corazón sobre el atril, el pregonero regresó a la que es su casa para hablarle de tú a tú a la Virgen de Gracia y Esperanza. Buscó en su memoria aquellos primeros años, los de «aquel niño que recogió su primera túnica en una caja de cartón» para recordar que «la esperanza de ese niño sigue intacta» y que su presente como nazareno de San Roque y hermano de esta hermandad «se lo debo a la providencia del Señor de las Penas». Puso sobre su voz el testamento vital de su experiencia, pues «aquí me trajo mi padre y aquí he traído a mis hijos», y escribió las últimas estrofas de esta letanía de amor con unos versos «a solas» para «mi esperanza».

«Son las cinco de la tarde/en las manillas del alma./La vida es el segundero/y el péndulo cuando se ama/en un vaivén imparable/porque el amor nunca falla./Aquí me tienes Señora,/la nostalgia no se aplaca,/tu belleza permanece,/y quedará la palabra/que te pide en este trance/poder mirar a tu cara,/seguir siendo nazareno/hasta que apagues la llama/y cuando llegue el final/me recibas en tu casa/y en el reloj de ese palio/las cinco sigan bordadas». Ahí se quedó el pregonero, en la eternidad de un Domingo de Ramos que acabó por despertar las emociones que contuvo hasta el instante final. Fue, tras una hora que pasó como un suspiro, el 'amén' de una oración a la Virgen que despertó los relojes del alma, esos que ya esperan con ansia que la Esperanza vuelva a vestir de alegría el corazón del Adviento.

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