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Pregón de la Semana Santa de sevilla

Todos los prismas de Sevilla en el pregón de Juan Miguel Vega

El periodista sacó a los «cofrades a la calle» en un texto repleto de anécdotas, de humor y profundidad

«Creo en Dios, sí, ¿qué pasa?» fue su reivindicación, como la de las vísperas y hasta la figura de la Canina

Las reacciones al Pregón de la Semana Santa de Sevilla: «Los versos a la Canina han sido una genialidad»

Así ha sido en directo el Pregón de la Semana Santa de Juan Miguel Vega

Juan Miguel Vega durante su pregón de la Semana Santa de 2024 J. M. Serrano
Javier Macías

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Todo el pregón de Juan Miguel Vega fue heterodoxo, cofrade ochentero que reivindicó la fiesta más popular, donde todos tienen cabida pero con el misterio de la fiesta siempre por delante : «Creo en Dios, sí, ¿qué pasa?». El pregonero fue construyendo un relato de la Semana Santa a través de anécdotas donde utilizó más que nadie humor y también llegó a la profundidad con las ausencias, aquellas «esquinas vacías» que todos tenemos, y siempre desde un punto de vista poliédrico, como él ve a Sevilla. Se inspiró en aquel verso de Gerardo Diego: «Giralda en prisma puro de Sevilla». Porque, desde lo alto de la torre, se observa la ciudad diversa, heterogénea, la que se vive en los barrios con las vísperas -«lo mejor que le ha pasado a la Semana Santa en los últimos 25 años»- hasta los «costaleros del hambre, los canijos y proletarios», pasando por los jipis de la calle Feria. Puede ser, sin lugar a dudas, el pregón con más guasa de la historia de Sevilla, el que resucitó a Silvio y Pascual González o el que le hizo el canto más romántico a la Canina.

Desde el principio hasta al final, fue un homenaje a sus padres, y a quienes le enseñaron la vida y la Semana Santa. Fue terminar 'Amarguras' con el último campanazo y salir al atril para dejar clara su intención: «Todo lo que voy a decir, absolutamente todo, está inspirado por una hermosa historia de Amor que labró un trianero llamado Juan Vega Ramírez y una sevillana de la Cruz del Campo llamada Dolores Leal». Sus padres. Y comenzó con el Amor, donde conoció a su mujer Isa, quien lo llevó de la mano ante el Cristo de Juan de Mesa. Y fue desde el Salvador donde se lanzó con los primeros versos a Sevilla, «quizá no sea la mejor ciudad del mundo» pero «a mí me gusta hasta la calle Imagen».

Tras un relato del Domingo de Ramos, desde el primer nazareno camino de San Julián o la Paz pasando junto al monumento de Bécquer, todo parecía que seguiría una narración cronológica de la Semana Santa. Pero no fue así. Juan Miguel Vega trazó un itinerario sentimental, yéndose a Triana. De allí era su padre y es allí donde se reencuentra cada año con su recuerdo, en ese nazareno de túnica de terciopelo verde y capa blanca con el ancla de la Esperanza, y se basó en los versos de Caro Romero: «Yo sí sé por qué te quiero/ que en la pila de Santa Ana/ recibió la fe cristiana/ el que la sangre me dio./ ¿Tendré que quererte, o no/ Esperanza de Triana?».

De allí, al puente con el Cachorro junto a quien le dio la vida, «que ha vuelto, como ha vuelto la tarde», porque es allí donde cada año «agarro la mano de mi padre para que no se vaya».

Conchita, su vecina

De la Estrella, a San Bernardo. El otro arrabal de Sevilla estuvo siempre rondando en el texto. Su Cristo de la Salud es «el alfa y la omega» de sus experiencias vitales. Recordó a su vecina Conchita, quien fue su libro de historia de la Semana Santa y con quien viajaba en el tiempo a través de sus anécdotas conoció la Sevilla del 29. Primero, con el humor: «Me decía que er Pilato de San Benito, na más salir de su iglesia, entra a tomarse un tinto en el bar que hay enfrente». Y la Canina, que a ella le daba jindama porque le tenía miedo a la muerte, pero que el pregonero quiso reivindicar como parte esencial de la Semana Santa, con unos versos: «Tan modosita y callada/ quieta, grave y circunspecta./ Pareces hasta educada,/ un primor, pluscuamperfecta».

Pero fue en la ausencia de Conchita donde configuró su homenaje a las «esquinas vacías». Su vecina iba a verle vestido de nazareno al mismo rincón cada año de la calle Candilejo. Primero faltó su marido, luego faltó ella. «Todavía hoy, al cabo de tantos años, cada vez que paso por la calle Candilejo con mi túnica de San Bernardo no puedo evitar buscarla entre la gente». Y sentenció: «Todos tenemos una esquina dolorosamente vacía; una esquina donde se despeña el abismo del tiempo. Donde la memoria nos hiere, pero donde al mismo tiempo habita la esperanza».

En esos cambios de ritmo que Juan Miguel Vega le dio al pregón, le tocaba el turno a la parte reivindicativa. Primero, con las vísperas, en cuyos barrios habitan «aquellos hijos pródigos de Sevilla que lo eran no porque hubieran abandonado su casa, sino porque nunca los habían dejado entrar en ella». Y luego con la Verdad en mayúsculas de la fiesta. Contó la anécdota del taxista que, pocos minutos después de haber sido nombrado pregonero, lo llevó hasta la sede del Consejo para la rueda de prensa:

-¿Dónde va?

-A la Puerta de Jerez, al Consejo.

-¿Ha pasado algo?

-Bueno, han elegido al pregonero.

-Ah, ¿sí? ¿Y quién es?

-Pues yo.

-Hombre, me alegro. ¿Ha escogido ya la marcha?

El taxista era ateo, pero le dijo: «Muero con la Semana Santa». Le sirvió como ejemplo para explicar cómo las hermandades acercan a los no creyentes a Dios, y pidió a los cofrades que dijeran abiertamente, «con personalidad»: «Creo en Dios, sí, ¿Qué pasa?». Fue la parte más aplaudida del pregón hasta el remate final con la Macarena, a la que radió por primera vez en su entrada en la Campana.

Con el Gran Poder, descubrió que el nombre de Sevilla -Ispal en origen- significa «la orilla del Señor», y que «está en San Lorenzo». Él -dijo- se encontró con el Gran Poder en una canción de los Pretenders, su grupo favorito. Y recordó el significado de cuando el Señor se volvió para despedirse de los vecinos de Tres Barrios al regreso de su misión, en Federico Mayo, donde vivió su abuela.

Se acordó de Juan Miguel Ortega Ezpeleta, el hermano mayor de los Gitanos fallecido este año que hace 25 años hizo realidad el sueño de la hermandad de tener un templo propio. Y de los cofrades anónimos. También, de los «niños eternos» y especiales. Como Angelito el Aguaó, a quien tomó prestado su lema para rematar el pregón y sacar a los «cofrades a la calle».

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