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II Congreso internacional de Hermandades y piedad popular

Dario Vitali impone deberes a las hermandades: recuperar al Espíritu Santo

El profesor de Teología en la Universidad Gregoriana abunda en la crítica al tradicionalismo inmovilista

Vitali deja tres rosas en su ponencia en el II Congreso de Piedad Popular: para la Iglesia, para las hermandades y para la Virgen María

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Ponencia de Dario Vitali en II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular congresoihpp
Javier Rubio

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El doctor Dario Vitali, profesor de Teología de la Universidad Gregoriana de Roma, la más influyente institución académica de la Iglesia Católica, ha querido dejar tres rosas a los pies de la Macarena, según ha dicho al comienzo de su ponencia en el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular: la primera, para la Iglesia; la segunda, para las hermandades; y la tercera, para la Virgen.

Lo hizo después de recordar que Dante Alighieri representa con una rosa la comunión de los santos. Así que su conferencia ha tenido tres partes bien diferenciadas, conforme al reparto imaginario que ha sugerido al comienzo de su intervención, que ha tenido momentos jocosos como cuando descubrió entre el público a un sacerdote con el que coincidió en el Colegio Español (donde es director de estudios) al que le costaba entender en español durante sus años en Roma: «Se hace difícil entender a los andaluces».

Aparte de bromas y digresiones un punto jocosas, su ponencia ha defendido el 'sensus fidei' (el sentido de la fe) del pueblo de Dios, muchas veces expresado a través de sus hermandades. Para ello, se remontó al dogma mariano de la Inmaculada Concepción, que el Papa Pío IX proclamó tras reconocer que el pueblo cristiano lo creía: «Reconoció la infalibilidad del pueblo de Dios 'in credendo'», dejó apuntado.

«Si hoy el 'sensus fidei' es pequeño es porque somos poco pueblo», apuntó antes de afirmar categóricamente que «defender a las hermandades es ser parte del pueblo de Dios». A este respecto, dijo desconocer la historia de estas agrupaciones de laicos, «aunque me impresiona el número» en Sevilla: «Donde hay una realidad viva se puede crecer en la fe; donde esta se bloquea, surge la enfermedad del tradicionalismo».

Y las hermandades son, siguiendo su razonamiento, «sujetos extraordinarios porque mantienen la tradición» aun admitiendo «algunas exageraciones» y riesgos de ser una «cáscara que lleve mucha gente a la procesión pero luego no va a misa», ejemplificó con conocimiento de causa. Pero ese peligro lo combatió en su discurso con el ejemplo del olivo (al fin y al cabo es el paisaje de su Toscana natal), que tiene varios siglos de existencia y hunde sus raíces pero da nuevo fruto cada año: «Ser pueblo que se alimenta del Evangelio y pide asistencia al Espíritu Santo para caminar adelante».

Sus referencias al Espíritu Santo fueron constantes en su intervención. Hasta el punto de que en las conclusiones, llegó a imponerles deberes (hubieron de traducirle la palabra original al español) a los hermanos y cofrades: «Hay que recuperar la función del Espíritu Santo en la Iglesia». También recomendó la lectura del capítulo 8 de la constitución dogmática 'Lumen gentium' del Concilio Vaticano II sobre la «Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia».

En la conclusión de su ponencia, recurrió al filósofo francés católico Charles Péguy, que, en su obra poética 'El pórtico del misterio de la segunda virtud', identifica a la fe como una «bella esposa», a la caridad como una «madre fértil» y a la esperanza como una «niña pequeña». «Todo el mundo cree que la fe y la caridad conducen a la esperanza cada una de una mano, pero en realidad es la niña pequeña la que guía a la fe y a la caridad», dijo plasmando una bella imagen.

En cuanto a la Iglesia, defendió una visión «que no sea una pirámide donde lo importante sea la diferencia de estados o distinciones» y en cuanto a la Virgen, propuso el lema «Ad ecclesiam per Maria» (a la Iglesia a través de María), porque «ella es modelo de fe, esperanza y caridad».

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