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Crónica

El Cristo de Burgos tocó el sol invicto de junio

La ida y la vuelta de la Catedral del crucificado de Vázquez el Viejo en esta mañana veraniega por sus 450 años pasarán a la historia por el clasicismo y elegancia de la hermandad

Así ha sido la misa y la procesión extraordinaria del Cristo de Burgos este sábado en Sevilla

El Cristo de Burgos en un contraluz bajando la Cuesta del Rosario camino de la Catedral Raúl Doblado
Javier Macías

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Los dedos del Cristo de Burgos muestran el camino hacia su reino. En el crepúsculo ya del casi plenilunio de primavera cada Miércoles Santo el crucificado señala la luna de Parasceve. Ayer, la imagen que cumple 450 años tocó el sol invicto del cercano solsticio del verano, como escribió Lucas en el Evangelio: «Nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». La procesión del Cristo de Burgos fue una metáfora del misterio de la Transfiguración en este junio eucarístico, donde el crucificado se enmarcó dentro de la custodia del mismo sol naciente. Ocurrió a las ocho de la mañana, cuando se levantaba el alba por el Decumano que forma el eje de Santa Catalina hasta San Pedro, que conecta el levante con el poniente.

Todo era silencio al comienzo en una ciudad aún dormida, cuando la luz comenzó a bañar el torso del Cristo envuelto en incienso al bajar la Cuesta del Rosario, como una imagen onírica de la muerte. La claridad del día permitió contemplar los relieves del paso, un altar itinerante desconocido al que no se le aprecian los detalles por la noche, pero que refulgía en la caoba policromada de las escenas de la Pasión y los bronces de las maniguetas.

Buscaban los fotógrafos los contraluces efímeros y la repetición de aquella fotografía histórica de Martín Cartaya para la hermandad del Cristo a plena luz en la fachada del Palacio Arzobispal hace 50 años. El traslado de ida, entre un público selecto, fue una delicia. Entraba en la Catedral minutos antes de las diez de la mañana para celebrar allí la misa estacional presidida por el arzobispo. Se agradeció que finalmente no fuera en la plaza de San Francisco, donde el calor hubiera hecho insorportable la espera.

Galería. Salida extraordinaria del Cristo de Burgos Manuel Gómez

En un bar del entorno se escuchó: «One porcion, five churros». En esta zona cero del turismo, se avecinaba que la procesión de regreso, además de sufrida por la canícula, iba a tener a numerosos turistas como espectadores de excepción. Salía a las 12 la cruz de guía de la Catedral tras el pontifical y una masa de guiris en grupos formaban una procesión en la acera contraria a donde estaba el público sevillano. Éste se encontraba a la sombra del Arzobispado, buscando a posta la brisa de Matacanónigos. Enfrente estaba la ONU, decenas de lenguas asombradas por el espectáculo de inspiración medieval, grabando las campanas tañendo desde la Giralda mientras salía un Cristo en el trance del Gótico al Manierismo, con una torre almenada del Alcázar de fondo y estandartes y pendones de la Reconquista.

Todo estaba medido en este aniversario del Cristo de Burgos. El cortejo, sobrio pero natural, y el formato de la procesión, que fue triunfal, no una estación de penitencia. Por eso sonaron los tambores y hasta las cornetas de Tejera. Tras el estreno de 'Miradlo en la Cruz', la marcha del aniversario compuesta por David Hurtado, hurtada precisamente del sonido por la manía de hacer repicar por dos veces el campanario mayor de la ciudad; sonó un repertorio clásico y sin imposturas. De 'Corpus Christi' se pasó a 'Procesión de Semana Santa en Sevilla', que sonó también llegando a San Pedro. Se escucharon marchas como 'Cristo de la Vera Cruz', 'Nuestro Padre Jesús' y 'Saeta Cordobesa' entre Alemanes y Argote de Molina.

Llegaba a Francos, ya con el sol ardiente sorteando las velas, confirmando el porqué de las horas escogidas. Hizo calor y hubo mucho público. Pero ni fue abrasador ni multitudinario el evento. Llevó el ritmo necesario entre callejuelas con recovecos de sombra y aire, que acabaron dando la razón a la hermandad.

Fue todo un éxito, el reecuentro con la pureza y el clasicismo, a veces tan oculto entre tanto exceso. Y se demostró que, como San Fernando, no hay imagen más sevillana que este Cristo cuya advocación proviene de Castilla, y que fue esculpida hace 450 años para unir el sol y la luna con sus dedos.

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