Apenas quedan toreros en las cofradías de Sevilla
La historia, que es imborrable, también parece irrepetible para las hermandades más toreras de Sevilla, sin maestros entre sus filas
![Nazarenos de El Baratillo, junto al monumento a Curro Romero](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2024/03/27/cofradias-sevilla-baratillo-Rx74RjHpb27dD3PgzqPDxFO-1200x840@diario_abc.jpg)
Volaban las bambalinas del palio del Carmen Doloroso por La Campana como hubiera volado este Miércoles Santo la muleta de franela de cualquier torerillo en el viejo matadero de San Bernardo o en el monte del Baratillo. Antes que la lluvia, el viento es el gran enemigo de quienes lucen capirotes de moritas y túnicas bordadas en oro, plata y azabache. Una de esas transportaba en el interior de una maleta Manuel Jesús López, puntillero de la Maestranza desde la retirada del último Lebrija, a punto de preparar la silla para el Domingo de Resurrección. La calle Otto Moeckel, otrora Gracia Fernández Palacios, era la frontera ilusoria de Sevilla. La que dista entre la ciudad cofrade y la ciudad taurina, si es que hay alguna distancia entre ellas. De este punto para allá, todo eran preparativos; de este punto para acá, ya todo estaba preparado.
La misma fila de devotos que se formaba a media mañana en la calle Adriano para santiguarse frente al dintel de la capilla de la Piedad se trasladó horas después al compás del gran templo del toreo, ese que levantaron en el antiguo cerrillo del Baratillo tras las cuatro placitas de madera que hubo en el siglo XVIII. Mientras que los baratilleros miraban al cielo, la plaza vivía aislada de las preocupaciones de este mundo. Su ruedo ya estaba protegido por la lona. Y casi en él desembocaba la 'rampla' –no la del Salvador, sino la del camión–, por la que bajaban los caballos de picar de la familia Peña, citados para su reglamentario pesaje antes del inicio de la temporada.
Cuando todo estaba previsto para que las cofradías más toreras de Sevilla salieran a la calle, los toreros ya habían decidido quedarse en sus capillas. La historia, que es imborrable, también parece ser irrepetible. Y aunque nadie podrá robarles el título de hermandades toreras a San Bernardo y El Baratillo, ya apenas aparecen toreros entre los listados de sus estaciones de penitencia. Miguel Báez 'Litri' en El Baratillo, y poco más. Los tiempos cambian, aunque la Semana Santa y el inicio de la temporada taurina siempre mantuvieron la misma proximidad de fechas. Que se lo dijeran a los Vázquez, siempre presentes en la cofradía del viejo arrabal.
Los ropajes más toreros se habían quedado este Miércoles Santo en las vitrinas de San Bernardo y el Arenal. Prescindieron la Virgen del Refugio de algunas de aquellas sayas que le confeccionaron con ternos de Pepete, Pepe Luis o Manolo Vázquez, y la Caridad de esa joya de la orfebrería compuesta con el bordado del terno con el que Morante de la Puebla paró el tiempo de la Maestranza en el año 2016. El maestro lo donó y, según dicen, Ramón Valencia lo costeó. Un vínculo que, como tantos otros en estos últimos años en la hermandad de la calle Adriano, tiene detrás la intermediación de Moeckel. El maestro cigarerro ha lucido en varias ocasiones esa túnica que, como él mismo advierte, tiene los colores de La Puebla del Río. Portaba en aquellas veces Morante una vara junto al guión de la Real Maestranza, acompañado también por su paisano Rafael Peralta Revuelta, que a la hora en que debía haber salido la cofradía anunciaba a los medios de comunicación que debuta en el campo del apoderamiento al frente de la carrera del camero Oliva Soto, otro baratillero que durante los últimos años ha cumplimentado su estación de penitencia.
Contaba Antonio Burgos que la catedral del toreo no está como muchos piensan en la monumental plaza de Las Ventas, sino en la pequeña capilla de la Hermandad del Baratillo, «breve como una media verónica, ligada a la tradición de siglos de la devoción de los hombres de oro y de los de plata que se juegan la vida creyendo en Dios y rezándole antes del paseíllo». Una devoción que sigue viva con el paso de los años, tanto en la cofradía baratillera como en San Bernardo, donde hace unos meses juró sus reglas Pablo Aguado, último discípulo de esa escuela de los Vázquez.
Y es que pese a la ausencia de toreros con papeletas de sitio, la vinculación sigue viva. Como en el ajuar de estas hermandades, y tantas otras de Sevilla, donde está el mayor museo taurino de la ciudad. Que se lo digan a El Baratillo y su imagen del San José con el Niño que regaló Pepe Hillo o el llamador con los ángeles toreros; o los machos toreros que adornan los faldones del palio de San Bernardo, en cuyo templo, bajo el altar del Cristo de la Salud, descansan los restos de Curro Cúchares. Si en el viejo matadero de San Bernardo nació el toreo académico a través de aquella primera real escuela taurina que mandó a instituir Fernando VII, en el desaparecido monte del Baratillo quedó configurado el gran templo del toreo. Historia que, aunque irrepetible, es imborrable.
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