CRÍTICA DE ÓPERA
Voces que iluminan las sombras
El Teatro de la Maestranza estrena 'Roberto Devereux' con un gran elenco de cantantes españoles
El Teatro de la Maestranza pone en escena por primera vez 'Roberto Devereux' de Donizetti
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'Roberto Devereux' de Donizzeti
- Intérpretes: Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Nancy F. Herrera, Franco Vasallo, Alejandro del Cerro, Javier Castañeda y Ricardo Llamas. Coro de la A.A. Teatro Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
- Dirección de escena: Alessandro Talevi.
- Vestuario y escenografía: Madeleine Boyd.
- Iluminación: Matthew Haskins.
- Producción: Welsh National Opera.
- Dirección musical: Yves Abel.
- Lugar: Teatro de la Maestranza.
- Fecha: 08/11/2022.
Desde que podemos recordar, la escena operística ha ido oscureciéndose con el tiempo; y cuando la cosa iba ya a las velas, no siendo esto -por lo visto- suficiente oscuridad para los directores escénicos, se optó por pintar los decorados de negro. La costumbre ... la venimos sufriendo ya años, en Sevilla concretamente desde 'El gato montés' de Plaza hasta la 'Traviata' permanentemente enlutada de McVicar (por cierto, tiene un 'Devereux' para el MET de 2016 todavía más oscuro que este, si cabe).
Se puede argüir para explicarlo en la intención de resaltar la podredumbre de la corte Tudor, o la propia dinastía, el uso del poder real en beneficio propio, y ajeno a la justicia... Claro que si en vez de basarse en un relato anovelado se hubiera atenido a los hechos históricos, hubiese sido aún más negro, porque Devereux no fue el amante enamorado y leal que nos pinta Ancelot, sino una suerte de gigoló, que se ofrecía a una reina 30 años mayor que él a cambio de poder, por lo general del que sentía al frente de ejércitos (campañas de Francia o Irlanda), y que ante el fracaso flagrante de sus campañas (económico y de pérdidas humanas) no dudaba en regresar. Isabel, digna hija de Enrique VIII, había mandado al cadalso a otros por mucho menos. También se puede justificar tal penumbra desde lo personal, por las muertes de seres queridos: musicalmente Bellini había fallecido en 1835 y la Malibran el año siguiente, mientras que, en lo personal, veía morir a su padre, a su mujer y a todos sus hijos, además de sufrir las continuas cuarentenas por cólera, que le obligaban a recluirse en casa; y, mientras, sus óperas triunfaban una tras otra. Para volverse loco.
Pero es que casi todos los compositores belcantistas incluían una escena de locura en sus obras, casi siempre debidas a la coacción del poder de alguien, situaciones idóneas para sacar lo extremo de sensaciones y expresividades; y no por eso tenemos que ver todas las óperas ennegrecidas. Pero es que musicalmente Donizetti desdice estos planteamientos: si oímos la música sólo, distinguimos fragmentos muy tensionales alternando con músicas de ritmos animados y armonías luminosas. Pero ni siquiera en el dúo de amor vimos la luz, en lo único 'blanco', una vez depurados los enredos. De la misma manera, Donizetti amplía notablemente el 'colorido' de la orquesta, cuidando de la diversidad tímbrica, lo que en música se llama 'color'. Porque de lo contrario, cuando necesitemos el 'crujido' de la tensión, la 'negritud' de una escena o de una actitud ya no generará el efecto deseado, porque se ha prescindido de la disparidad, de la oposición de contrarios.
En fin, no haremos nosotros lo mismo de verlo todo 'negro'. Para compensar lo dicho señalemos que contaron con un iluminador extraordinario, que conseguía crear ambientes, cuando no espacios imaginados, con solo el poder de sus lámparas, concibiendo dualidades 'tenebristas' de luces (cantantes, objetos) y sombras, lo que sin duda acentuaba el dramatismo; el vestuario -todo negro, excepto la reina de rojo- en sí mismo era imaginativo y actual. La idea de la reina como inmisericorde araña redunda en lo antedicho, pero se apoyó físicamente a la postre en un gigantesco artilugio móvil que nos recordaron a los de La Fura, que dio movimiento físico por lo menos a la escena. Manejó bien escénicamente la masa coral, un plus ante el pequeño escenario de la producción. Pero, sobre todo, lo que mejor hizo fue permitir que nos llegara la idea y la música de la ópera sin entrometerse en sus intenciones, que no es poco.
El elenco era casi exclusivamente español, así que se pudo admirar la calidad de este casi veterano plantel, en una ópera verdaderamente difícil, cuyas dificultades fueron creciendo paulatinamente. Auyanet fue creciendo con cada escena, aunque Donizetti no le da mucho respiro: sabe que debe ser mujer y reina, amante y juez, salvar o condenar, hay que saber expresarlo con justeza, porque Donizetti buscaba siempre estos personajes angulosos, poliédricos, divergentes: ya desde el inicio se le pide todo, al aparecer las contadas coloraturas que a ritmo vertiginoso la hacen alcanzar el límite de su tesitura cuando no acaba más que empezar. La soprano canaria superó el primer envite, aunque todavía su voz iría controlando poco a poco el desafío, por ejemplo, con la intensidad del dúo con su amado, por sus emociones contradictorias, a veces sensibles, a veces furiosas. Y estas últimas las gasta incluso con Nottingham: un momento de vértigo cerrará el dúo con él, mediante un ascenso al agudo desde el que caerá como un rayo hasta el grave; ninguna de las dos notas extremas está en el límite de su tesitura, pero la velocidad a la que se suceden son todo un reto para el cantante, ya que necesitará recorrer tanta distancia en un par de segundos y convencer a su instrumento para que le responda. La soprano canaria lo superó, y nos dio a ver unos preciosos graves, relajados, 'naturales', con el mismo color en todo su recorrido, a pesar del esfuerzo. Podíamos enumerar más ejemplos para que se entendiera que al llegar al maravilloso final, o la voz se quiebra o es capaz ya de cantarlo todo. Y lo cantó. Emotivo por su expresión, grande por su canto.
«Sinceramente pensamos que Ismael Jordi está en el punto álgido de su carerra, con un registro verdaderamente providencial»
Antes, un aplauso igual de grande había acompañado la despedida del Roberto de Ismael Jordi. Sinceramente pensamos que está en el punto álgido de su carrera, con un registro verdaderamente providencial, a base de haber elegido correctamente su camino. Destacaríamos en primer lugar su claridad, tanto de dicción como de articulación, la emisión poderosa y relajada, el control de su potencia mediante apianamientos tranquilos, minuciosamente trabajados para no perder su frescura y sin perder el color. La elegancia del fraseo, el 'fiato', su 'legato'… Siempre se ha enorgullecido de haber seguido a Kraus hasta en su repertorio, y así le ha ido de bien, conservando sus enseñanzas pero sin resultar un imitador de Kraus. Sólo una cosa, si nos lo permite, y no es de canto: podría mejorar su labor actoral evitando echar un brazo y una pierna adelante, siendo tan natural como es fuera de la escena.
Otra gran cantante española es Nancy Fabiola Herrera, a la que también hemos visto en multitud de ocasiones. El reto también fue difícil para ella: es la solista que abre la ópera y ha de ir dejándonos ver su personaje y su intención vocal. Su voz tersa y delicada da vida a un personaje que está en las antípodas de Isabel: del desasosiego constante que despierta la vehemencia de la soberana a la dulzura resignada de Sara, que tiene que sufrir la furia de marido, amante y reina. Por tanto, el canto de la mezzo canaria ha de moverse forzosamente en un ámbito afligido, sin caer en la descomposición, del que sólo saldrá -y sólo aquí- al final del dúo de amor. Qué bien construido el personaje, qué embeleso el de su voz sedosa, cálida, pero a la vez sombría, y que sin embargo no se anduvo corta en los agudos de dolor, cuyo límite habitual o convencional supera sobradamente (alcanza un Si).

Por su parte, el italiano Franco Vasallo, un barítono-bajo de voz corpulenta y segura, que a pesar de la anchura de su registro conseguía hacerse entender muy bien, nos pareció que, a partir de saberse engañado por su mejor amigo y su esposa, rompe la redondez de su canto a favor de una emisión más rota y forzada. Como desde el principio su volumen estuvo muy presente, al estallar no pudo marcar mucha más diferencia con su volumen anterior.
Está bien que destaquemos el buen trabajo de Alejandro del Cerro, de voz poderosa y bien timbrada, y Javier Castañeda. Como siempre, el trabajo del coro fue excelente, equilibrado, además de cumplir muy bien con los desplazamientos y movimientos escénicos requeridos.
Yves Abel estuvo con nosotros hace seis años dirigiendo maravillosamente un 'Elixir de amor' (repite, pues, Donizetti). Desde el breve 'Larghetto' inicial, con sus dos golpes fortísimo seguidos de tres acordes suaves (todo repetido dos veces) se podía adivinar lo que venía. A veces nos da la impresión de que hay directores se sólo se han leído -y han hecho leer- la partitura, sin apenas ir más allá; Abel da la sensación contraria: ¿con cuánto tiempo habrá contado este hombre para ensayar? Es una preguntar retórica: los minutos y segundos que estén acordados con el comité de empresa. Pudimos tener la percepción de oír unos recitativos 'subrayados' como con un rotulador, los ritmos parecían movidos por un solo hálito, las voces semejaban envueltas en terciopelo o papel de lija, según el momento. En la escena que precede al dúo de Sara con Roberto entran las maderas otorgando el color necesario para preparar el único momento de amor, de amor sin comprar, de la obra, produciendo un efecto verdaderamente sugestivo. (¿Cómo se puede apostar todo al negro?).
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