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Bellow enseña sus cartas

Alfabia publica, por primera vez en España, la correspondencia de uno de los grandes autores del siglo XX americano

SERGI DORIA

D Escribir cartas es una forma de autobiografía por entregas. Así lo veía Saul Bellow (1915-2005). El autor de «Herzog» sostenía que la novela debería parecerse a la escritura epistolar: «Ser suelta, cubrir mucho terreno, avanzar rápidamente, asumir el riesgo de la inmortalidad y la decadencia». Descendiente de Abram Belo, un judío ruso que emigró a Canadá en 1912 y cambió el apellido Belo por Bellows, el pequeño Solomon (luego Saúl) creció entre la sinagoga y el contrabando que su padre realizaba en la frontera de EE.UU. bajo la Ley Seca. Su hijo Sol tomaba nota de lo que veía hasta transformarlo en materia novelesca. A los trece años, con su amiguete Isaac Rosenfeld parodia en yiddish a T. S. Eliot y, mientras la familia pasa por dificultades económicas, el escritor veinteañero firma ya sus primeros textos como Saul Bellow. En 1939, intenta escribir su primera novela y, en 1940, viaja a México para entrevistar a Trotski. Llega tarde. Ramón Mercader ha cumplido la orden de

Stalin: «Así que fuimos al hospital y pedimos ver a Trotski y abrieron la puerta y dijeron: está ahí, así que entramos y ahí estaba Trotski. Acababa de morir. Lo habían asesinado esa mañana. Estaba cubierto de sangre y vendas ensangrentadas y su barba blanca estaba llena de sangre».

D Durante tres años de paciente recolección epistolar, el escritor Benjamin Taylor fue reuniendo las cartas que Saul Bellow escribió entre 1932 y 2004. La correspondencia compone un exhaustivo autorretrato y permite revivir el ambiente de cada época. Cartas a esposas, hijos, alumnos aventajados, amantes, lectores, grafómanos que piden consejo o simples aduladores. La crítica etiquetó a Belllow de «novelista de ideas» cuando sus intelectuales protagonistas, subraya Taylor, acaban descubriendo «lo débil que resulta su sabiduría cuando irumpe la verdadera vida». El más inmarcesible de sus personajes, Herzog, experimenta como su creador un «furor epistolar». Y Bellow define sus novelas como «cartas-en-general de una personalidad oculta» que Taylor revela en todas sus facetas. Una carta, dice el compilador, «es un rehén de la fortuna, con tantas posibilidades de caer en el olvido como de pasar a la posteridad». La posteridad nos permite leer la correspondencia de Bellow con Faulkner,

Roth, Amis, John Cheever, Ralph Ellison, Bernard Malamud, James Salter, Joyce Carol Oates, Vargas Llosa...

En 1956, Faulkner, presidente del comité antisoviético «People to People», pide a Bellow que apoye la liberación de Ezra Pound, internado en un manicomio por su colaboración con el fascismo. Pound, contesta Bellow, «aconsejó la enemistad hacia los judíos y predicó a favor del odio y el asesinato. ¿Me pide que me una a usted para honrar a un hombre que pidió la destrucción de mis parientes?».

En otras cartas, podemos seguir la gestación de cada novela bellowiana. «Herzog me tiene hundido —escribe en 1960 a Richard Stern—: como pasa alguna vez en la página cien, mi falta de planificación, o la astucia inconsciente, me alcanza y estoy de nuevo en Montreal de 1922, intentando meter un borracho en la cama, y no estoy seguro de si sabré qué hacer cuando se duerma...». En la primavera del 68 le pide a Meyer Schapiro opinión sobre su cuento «El viejo sistema»: se lo querían cortar en el «New Yorker» y acabó publicándolo en «Playboy»: «Los trimestrales son tan corruptos como las revistas ilustradas, y Hugh Hefner tiene vicios más agradables que W. Phillips».

D Del gremio literario, Bellow destaca tres nombres: Philip Roth, John Cheever y Martin Amis. «Cuando fui a Chicago y leí tus cuentos en 1956 me resultó obvio que eras muy bueno», escribe al primero en 1974. Y en 1976, al recibir el Nobel, le dice a Cheever—a quien considera el mejor de los mejores— que «anhela» leer las pruebas de su próximo libro. En 1987, Bellow proclama que Martin Amis es el mejor de los jóvenes: «Soy demasiado viejo para los caramelos y extrañamente (para un escritor de ficción) desde hace algunos años digo exactamente lo que pienso». Y en 1996, cuando Amis publica «La información», Bellow escribe «Ravelstein», relee a Dostoievski y padece los achaques de la enfermedad: «Estos días como menos, duermo menos. Quejarse de mala salud es de mala educación. No solía hacerlo: no había problema; tenía suficiente energía vital como para gastarla en tonterías de toda clase. Pero ahora no tengo fortaleza para lo esencial. Una hora en la mesa de escribir me mata. Una carta

sin alegría. Pero me nombraste tu padre espiritual, y lo anterior es lo que este p.e. cree que necesitas».

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